La envergadura del fallo estratégico de las empresas portuarias queda patente en su declaración que pretende sonar patriótica, cuando no es más que una defensa cerrada de la porfía de no conceder nada mientras se pueda: se declaran disponibles al diálogo, no a negociar. La diferencia es dramática: el diálogo es sólo intercambiar ideas y opiniones, sin dar nada a cambio ni asumir compromisos; es sólo decir y escuchar. Negociar, en cambio, exige ceder, hacer concesiones, comprometerse. Las empresas portuarias, en su declaración, lo piden todo y a cambio no ofrecen nada.
Las empresas portuarias sacaron ayer una declaración pública en la que rechazan el llamado del gobierno a sentarse a negociar con las organizaciones de trabajadores en paro, mientras no depongan su movilización. Esta disposición a no hacer nada para resolver el conflicto fue la misma que tuvo el gobierno las primeras semanas de paro; sólo recién esta semana los ministros de Trabajo, Agricultura y Transportes anunciaron que estaban disponibles para buscar un entendimiento sin exigir como condición previa que se terminara la paralización. Los empresarios, en cambio, no están dispuestos a nada mientras siga la movilización.
Esta postura extrema e intransigente del gremio empresarial, contrasta con el tono patriótico de su declaración dada a conocer por la prensa, en la que insisten en su «total disposición a retomar el diálogo sin excluir ni vetar tema alguno, con el ánimo de poner los intereses del país por delante, en un contexto respetuoso de la ley y que utilice las vías institucionales propias de un Estado de derecho y un país civilizado como el nuestro”.
En realidad, esta decisión de las empresas portuarias de oponerse a conversar con los trabajadores antes que renuncien a su paralización no es patriótica, sino que mira única y exclusivamente a la defensa de sus propios intereses. Al fin y al cabo lo que está en juego para esas empresas es mucho más que el pago de los descansos de colación que demandan los trabajadores. Si se tratara sólo de costos, se habría alcanzado solución hace mucho: las consecuencias económicas del paro superan con mucho el costo que debieran soportar las empresas portuarias al pagar lo que los trabajadores exigen. Son las empresas las que no quieren ceder ante los trabajadores movilizados y apuestan a prolongar la movilización, o sea, aspiran a un triunfo político: si ellas no pueden ganar, entonces que no gane nadie.
Todo lo demás es artificio para justificar la porfía empresarial como cruzada patriótica. La verdad es que los productores, los exportadores, los transportistas, los comerciantes y los consumidores, todos estamos cautivos, no de los trabajadores en paro, sino de las empresas portuarias que prefieren que los costos económicos de su intransigencia sigan creciendo cada día, antes que otorgarles a los trabajadores un triunfo político. Al fin y al cabo los trabajadores sólo pueden parar; los empresarios pueden hacer todo lo demás: aceptar sentarse a conversar, hacer una oferta que muestre buena voluntad, adoptar compromisos, en fin, negociar.
[cita]La envergadura del fallo estratégico de las empresas portuarias queda patente en su declaración que pretende sonar patriótica, cuando no es más que una defensa cerrada de la porfía de no conceder nada mientras se pueda: se declaran disponibles al diálogo, no a negociar. La diferencia es dramática: el diálogo es sólo intercambiar ideas y opiniones, sin dar nada a cambio ni asumir compromisos; es sólo decir y escuchar. Negociar, en cambio, exige ceder, hacer concesiones, comprometerse. Las empresas portuarias, en su declaración, lo piden todo y a cambio no ofrecen nada. [/cita]
La envergadura del fallo estratégico de las empresas portuarias queda patente en su declaración que pretende sonar patriótica, cuando no es más que una defensa cerrada de la porfía de no conceder nada mientras se pueda: se declaran disponibles al diálogo, no a negociar. La diferencia es dramática: el diálogo es sólo intercambiar ideas y opiniones, sin dar nada a cambio ni asumir compromisos; es sólo decir y escuchar. Negociar, en cambio, exige ceder, hacer concesiones, comprometerse. Las empresas portuarias, en su declaración, lo piden todo y a cambio no ofrecen nada.
Eso de dialogar ya se intentó cuando los trabajadores portuarios depusieron el paro de abril del año pasado. En esa ocasión, se formó una mesa de diálogo (el instrumento privilegiado de los gremios empresariales los últimos 33 años para conversar mucho y no otorgar nada), que esa vez, pese a tener como garantes a la mismísima ministra del trabajo, la señora Matthei y a su subsecretario el señor Baranda, no llegó a nada. Ese fracaso es causa directa del paro de estas semanas.
El intento de las empresas portuarias de impedir cualquier solución al conflicto antes de que se deponga el paro no puede sino fracasar. No importa si se suspende este paro. Puede volver a empezar en marzo, en abril o cuando sea. Lo que queda es hacer algo que los empresarios chilenos no han aprendido a hacer estos últimos 33 años de eterna transición: negociar con sus trabajadores. No sólo dialogar sino de verdad asumir que hay que hacer concesiones, que ya no basta con promesas, que hay que repartir la torta. Mientras más tarden en aprenderlo, más daño provocarán al país. Así de simple. Van a tener que aprender a negociar y rápido. Una nueva ley laboral puede colocar a las empresas en una posición en la que negociar sea necesario y que todos los involucrados lo entiendan así. Pero, para eso, el próximo gobierno tiene la palabra. Mientras tanto, el paro viene a ser el recurso más eficaz para que te tomen en cuenta.