A pesar de que analistas de la talla de José Reinoso han expresado que “el mar del Sur de China se ha convertido en uno de los mayores puntos potenciales de conflicto armado en Asia” u otros académicos, como el historiador británico David Stevenson, consideran que en “esta conflictiva zona no hay una estructura de seguridad capaz de frenar el estallido de un incendio ante un incidente”, existen varios datos que mediatizan la irrupción de un conflicto mayor y, por lo mismo, limitan la propia autonomía militar de Japón.
En su segundo gobierno, el Primer Ministro Shinzo Abe ha sido como una inyección de energía pura y orgullo para el “alicaído” pueblo japonés. Como lo expresa Georgina Higueras (El País, 08/01/2014), en poco más de un año de mandato, Shinzo Abe ha revolucionado Japón. Su política económica, conocida como Abenomics, con sus tres flechas (monetaria, fiscal y estructural) ha devuelto la confianza a los empresarios y consumidores después de más de 15 años de estancamiento económico y deflación, como lo escribe David Pilling en el Financial Times (02/01/2014), y tener el negativo título de ser el país con la deuda fiscal más alta del planeta: un 240 % del PIB.
Así, y apenas iniciado su mandato en diciembre, Abe puso en marcha su plan económico con una millonaria inyección de capitales. Luego avanzó sobre el Banco Central de Japón, forzándolo a elevar la tasa de inflación anual y embarcándolo en un programa de emisión electrónica de dinero que ha ampliado la cantidad circulante. Por último, la tercera pata fue la reforma interna. Abe impulsa un aumento salarial, una flexibilización del mercado laboral y de la regulación para estimular la inversión extranjera.
“Estas medidas han tenido varios efectos. El yen ha experimentado una notable devaluación que ha ayudado al sector exportador. A su vez, las importaciones se han encarecido, lo que ha contribuido a elevar la tasa de inflación y estimular a los consumidores a gastar ahora y no postergar las compras para cuando bajen los precios, la trampa de la deflación” (Granma 06/08/2013). En lo concreto en los primeros tres meses de la implementación, la economía nipona creció un 3,5 %, registrándose también un aumento de las exportaciones y del consumo interno (que constituye un 60 % del PIB de Japón).
Pero la revolución de Abe es aún más ambiciosa y busca en el impulso de la diplomacia y en la reforma de la Constitución pacifista del país, la reafirmación de Japón como potencia regional frente a una China cada día más poderosa y proactiva (como dato, China acaba de sobrepasar a EE.UU. y situarse como la primera potencia comercial – La Tercera, 10/01/2014); es decir, dejar de ser un país pseudopasivo frente a los acontecimientos y conformación del escenario internacional.
[cita]A pesar de que analistas de la talla de José Reinoso han expresado que “el mar del Sur de China se ha convertido en uno de los mayores puntos potenciales de conflicto armado en Asia” u otros académicos, como el historiador británico David Stevenson, consideran que en “esta conflictiva zona no hay una estructura de seguridad capaz de frenar el estallido de un incendio ante un incidente”, existen varios datos que mediatizan la irrupción de un conflicto mayor y, por lo mismo, limitan la propia autonomía militar de Japón.[/cita]
Este halcón del Partido Democrático Liberal (PDL) ya apuntó en su primer gobierno (septiembre de 2006 al mismo mes de 2007) a la necesidad de normalizar la situación de las llamadas fuerzas de Autodefensa y convertirlas en un Ejército, como se diría en términos populares, “hecho y derecho”, que no dependa enteramente del Tratado de seguridad con EE.UU. para la defensa de los intereses nacionales. Japón, si bien entiende lo vital de Tratado con EE.UU., también ve que el diálogo chino-estadounidense puede superponerse al tratado de seguridad no siempre interpretando o dando como resultado el respeto de los intereses nacionales nipones. Al final, y como lo expresa Stephen Harner en la revista Forbes (12/23/2013), Abe pretende convertir a Japón en una país normal capaz de defenderse por sí mismo y no ser un portaaviones inundible para las bases de EE.UU., lo que no quiere decir despojarse de EE.UU., sino forjar una nueva relación (sociedad) con sentido más igualitario, de autonomía relativa y respetando las respectivas soberanías (agendas).
En la actualidad, tener un ejército propiamente tal para Japón está prohibido por la Carta Magna impuesta por Estados Unidos (03/05/1947) como potencia ocupante del momento. En su artículo 9, ésta expresa que: “Aspirando sinceramente a una paz internacional basada en la justicia y el orden, el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o el uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales. Con el objeto de llevar a cabo el deseo expresado (…) no se mantendrán en lo sucesivo fuerzas de tierra, mar o aire como tampoco otro potencial bélico. El derecho de beligerancia del estado no será reconocido”.
Sin embargo, la peligrosidad e imprevisibilidad de Corea del Norte, pero especialmente la disputa con China por las islas Senkaku (en japonés) y Diaoyu (en chino), agravada tras la decisión del anterior Ejecutivo nipón de comprar a un particular tres de esos islotes para “nacionalizarlos” y que fue considerado por Pekín como “una provocación” (ver El Mostrador del 03/12/2013), reforzaron la decisión de Abe de aumentar las capacidades “defensivas” de Japón y su influencia en la zona.
Claramente Japón ve a China como un país expansivo y beligerante. El ministro de Relaciones Exteriores de Japón, Fumio Kishida, expresó en una entrevista en el diario El País (08/01/2014) que “China ha invadido con sus barcos las aguas de Japón, porque quiere cambiar el statu quo por la fuerza. Ante este intento, Japón actuará con firmeza y calma, pero no vamos a agravar la situación”. Al ahondar en el tema y donde también abordó el de Corea del Norte y sus misiles nucleares, reiteró la preocupación frente a China al decir que “(…) aumenta sin transparencia su fuerza militar y su expansión por los espacios marítimo y aéreo, la situación en el este de Asia se agrava cada día”.
Sin embargo, tanto en este conflicto como en el desequilibrio que representa Corea del Norte, EE.UU. sigue siendo un actor vital para Japón. Así, tras una reunión con el ministro de Defensa de Japón, Itsunori Onodera, el Jefe del Pentágono, Charles Hagel, declaró que “la coordinación estrecha entre las fuerzas de Estados Unidos y Japón es esencial para responder a cualquier amenaza futura (en la zona)» (informador.com.mx, 29/08/2013).
Abe ha dicho que su gran preocupación es el lugar que ocupe Japón en Asia y en el orden geopolítico mundial. Por lo mismo, en un año ha tratado de “reinsertar políticamente” a Japón en la zona visitando los 10 países de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático) y anunciando, en la cumbre para conmemorar los 40 años de relaciones entre Tokio y el bloque de la ASEAN (Maynmar, la antigua Birmania, Brunei, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam), una ayuda de US$ 20 mil millones en préstamos y donaciones.
Abe también aprovechó esta ocasión para hacer un llamado a que “la organización apoye sus esfuerzos de crear una región Asia-Pacífico donde gobierne la ley y no la fuerza, y los pueblos respeten la cultura y las diferencias de cada nación”. Japón tiene la unívoca intención de apuntalar un frente común ante China, con la cual cuatro de sus miembros también mantienen diferendos territoriales (eleconomista.com.mx, del 14/12/2013). Ella, a su vez, le sirvió para asegurar mercados frente a limitaciones que impone China a sus contrapartes en conflicto: en este caso, no hay que olvidar que el 2010 prohibió la venta de tierras raras por la captura de un pesquero chino en esta zona contenciosa (www.europapres.es, 23/09/2010) y luego, el año pasado, permitió por el mismo conflicto que protestas nacionalistas se convirtiesen en boicoteos de productos japoneses y en actos de vandalismo contra empresas japonesas con resultados de reducción de las exportaciones de automóviles de Japón a China (44,5%) y de la exportaciones totales en casi un 10% tan sólo en un mes (El País, 04/02/2013).
También en diciembre pasado, Abe anunció una nueva Estrategia de Seguridad con un plan a cinco años, en el que se prevé un aumento del presupuesto militar de al menos el 5% y la creación de un Consejo de Seguridad Nacional. Todo ello, mientras pone en marcha los cambios constitucionales que permitirán a Japón unir sus fuerzas a otros países por motivos defensivos y participar en el sistema de seguridad de la ONU (fuerzas de paz).
El ministro Kishida explicó este aumento del presupuesto de defensa en el marco de un agravamiento de la situación de seguridad en la zona. Dijo que “creamos el Consejo Nacional de Seguridad para ser más operativos en este campo. Con la nueva Estrategia de Seguridad pretendemos esclarecer nuestra política al respecto y elevar la transparencia. En cuanto al aumento del presupuesto de defensa, después de haberlo bajado durante 10 años, el año próximo crecerá solo el 2,8%, y el 2% corresponde a los costos laborales., y para el quinquenio 2014-2019 a unos 174 mil millones de euros en relación a los 165 mil millones del quinquenio anterior. En los últimos 10 años China ha multiplicando por cuatro su presupuesto de defensa” (El País 08/01/2014). Esto implicará la adquisición de nuevo material bélico, incluidos submarinos, aviones de combate, drones de vigilancia y vehículos anfibios.
Pero hay algo que no se puede pasar por alto, como lo expresa el diario Granma (06/08/2013): las Fuerzas de Autodefensa de Japón, incluso con el artículo 9 en vigor, son tan poderosas como las de otras potencias occidentales (aun sin armamento nuclear) y aunque Abe no busque agitar los sentimientos nacionalistas de otros políticos (con estos actos), esos sentimientos y esos políticos siguen estando ahí.
Abe se ha ganado el calificativo de persona no grata en China y Corea del Sur por su decisión de visitar en diciembre el santuario sintoísta de Yasukuni, donde se veneran las almas de 2,5 millones de guerreros japoneses, incluidas las de 14 criminales de guerra, que para chinos y coreanos son el símbolo de la brutal ocupación. La visita de Abe es la primera de un gobernante desde que el entonces primer ministro Junichiro Koizumi visitó el lugar en 2006.
A pesar de que es muy difícil no anclar esta visita en el orgullo e identidad nacional japonesa, incluso en el ámbito de un cierto nacionalismo, el ministro Kishida le dio otra interpretación al decir que “Yasukuni no está dedicado sólo a los que murieron en la Segunda Guerra Mundial sino a todos los caídos luchando por la patria desde 1853 (… período de la Restauración Meiji y el fin de los shogunatos). El propósito de la visita fue expresar el pésame por los que fallecieron luchando por el país y renovar el compromiso (…) de que nunca volverá a hacer la guerra” (El País 08/01/2014).
Sin embargo, en el marco de la indisoluble trilogía de dato-relato-contexto, el gesto de Abe estuvo precedido y anclado en el anuncio realizado por China (23/11/2013) de declarar Zona de Identificación de la Defensa Aérea (ZIDA) una extensa área sobre mar de China Oriental, que solapa la ZIDA de Japón. A su vez, Corea del Sur, que también mantiene con Japón una disputa por las islas Dokdo (en coreano) y Takeshima (en japonés), optó por declarar su propia ZIDA, que se solapa con las otras dos, convirtiendo la zona en explosiva.
Si bien los tres países han declarado que no van a desatar un conflicto armado por unos islotes, el tema se complejiza al saber que bajo sus aguas se esconden grandes bolsas de petróleo y gas. Las necesidades de China, Corea del Sur y Japón de estos recursos, sin duda, ha exacerbado la disputa entre ellos y los ha llevado a mantener las espadas. Es decir, además de la soberanía de los islotes y sus aguas, es parte de la guerra por los recursos naturales, como lo caracterizaría Vadana Shiva en El Universal (17/06/2006).
A pesar de que analistas de la talla de José Reinoso han expresado que “el mar del Sur de China se ha convertido en uno de los mayores puntos potenciales de conflicto armado en Asia” u otros académicos, como el historiador británico David Stevenson, consideran que en “esta conflictiva zona no hay una estructura de seguridad capaz de frenar el estallido de un incendio ante un incidente”, existen varios datos que mediatizan la irrupción de un conflicto mayor y, por lo mismo, limitan la propia autonomía militar de Japón.
Entre ellos, en primer lugar, los conflictos en el área son de variada índole y no siempre guiados por el mismo patrón estratégico (Corea del Sur también tiene problemas con Japón, por ejemplo). Segundo, China no está en condiciones militares de hacer frente a la alianza estratégica EE.UU.-Japón por mucho que sus FF.AA. hoy sean de primer nivel. Tercero, nadie está interesado en iniciar un conflicto de envergadura, sobre todo con la segura participación de la impredecible y nuclear Corea del Norte. Cuarto, podemos decir que el desarrollo chino y el japonés se basan en una articulación dinámica y segura con el mundo y una guerra no les garantiza ese flujo a la segunda y tercera potencias económicas. Quinto, China ha basado su desarrollo en un ascenso pacífico y pragmático, mientras que el desarrollo japonés ha sido a la sombra del pacificador paraguas de seguridad que provee EE.UU., lo que sigue siendo un buen mediatizador de las fuerzas más belicistas. Sexto, existe una innegable interrelación económica en esta zona, cuyas cifras nos sugieren que estamos asistiendo a la mayor interdependencia intrarregional asiática desde el fin de la II Guerra Mundial. Séptimo, a pesar de la beligerancia de las declaraciones, la escenificación del conflicto ha seguido patrones de comportamiento similares a los anteriores altercados y que han terminado diluyéndose para evitar el “efecto bola de nieve”, lo que favorece la percepción de seguridad. Por último, tanto China como Japón buscan empoderarse en la región mediante un mejoramiento de las confianzas y un conflicto no ayuda a eso.
Al final es probable que estos actores sigan “mostrándose los dientes” e incluso haya algún incidente, pero es muy improbable una escalada hacia un conflicto. Ello, si bien inhibe un crecimiento desmesurado de los gastos en defensa de Japón, no limita los deseos nipones de reactivar la economía y normalizar su condición de Estado-Nación (reanimadores de la ciudadanía) y volver a jugar en las grandes ligas con una jerarquización en su estatus.