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Hospital El Carmen: pasando el Niágara en bicicleta

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Libertad Méndez
Por : Libertad Méndez Miembro equipo de Salud de Izquierda Unida
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¿Sabía usted que si acude a estos hospitales “públicos” en automóvil debe pagar estacionamiento? No me refiero a uno aparte del edificio o lejano, sino a un parque que pertenece al mismo hospital; dentro de la estructura hay un estacionamiento que cuesta $550 la media hora. Al final es más barato ir al mall que tener una urgencia de salud, pero para las autoridades esto es parte normal de lo moderno, de lo concesionado, en lo que todo tiene la inspiración del lucro.


Escena 1

Señor Ministro de Salud caminando, sonriendo y saludando muy amable:

–Doctor, ¿cómo está la urgencia?

Médico valiente:

 –Mal, no hay fármacos, la espera es de muchas horas, no están los insumos necesarios, el programa de la ficha electrónica es demasiado lento.

Señor Ministro prosigue su caminata con sonrisa de lifting: “…”.

En un comienzo todo era oscuridad. La salud pública no daba más, los hospitales funcionaban pésimos, no había gestión, era el imperio del caos y la ineficiencia.

Pero llegó Lagos y la luz se hizo. Apareció la genial propuesta de pasarles todo a los privados para que lo administraran: constructoras, estacionamientos, colegios, cárceles, autopistas, hospitales, clubes de fútbol, universidades, en fin, todo es lo mismo, ¿no? Al menos eso dicen.

Se realizaron fabulosas concesiones que le ahorrarían tiempo y dinero al Estado. Pasaron los años y los gobiernos, todos ellos, coincidían en lo celestial de la idea de la concesión. La luz se fue, más bien se abochornó, la alegría no llegó ni se asomó. Y en estos días se han puesto en marcha los hospitales de Maipú y La Florida, gigantes dirigidos por la saludable visión de mercado que ha llegado a concesionar las ganas de mejorarse, el alivio del dolor, el sufrimiento familiar, en definitiva, se concesiona la dignidad.

[cita]¿Sabía usted que si acude a estos hospitales “públicos” en automóvil debe pagar estacionamiento? No me refiero a uno aparte del edificio o lejano, sino a un parque que pertenece al mismo hospital; dentro de la estructura hay un estacionamiento que cuesta $550 la media hora. Al final es más barato ir al mall que tener una urgencia de salud, pero para las autoridades esto es parte normal de lo moderno, de lo concesionado, en lo que todo tiene la inspiración del lucro. [/cita]

Vamos a los hechos. Cada hospital costó más del doble que hospitales construidos por el Estado, lo mismo que la demora en su tiempo de construcción y entrega. Son estéticamente adecuados y se autodenominan de “estándares de calidad”, pero ambos comenzaron a trabajar careciendo de los insumos disponibles para recibir a los pacientes hospitalizados, situación que conocen las autoridades desde Dios hacia abajo, y aun así forzaron las aperturas. Realidad que significó que el recién inaugurado Hospital de La Florida haya estado en paro.

Bajo política de secretismo y de órdenes a los funcionarios de no hablar con periodistas, la información se da “sólo a través de la oficina de comunicaciones”, los funcionarios se quejan en el anonimato. Pisos completos trabajando a cuarenta grados porque aún no existe la estructura de climatización, las redes no funcionan. Insumos básicos que no llegan a tiempo para el paciente que requiere atención inmediata. Medicamentos vitales que no están. Especialistas de papel o imaginarios. ¡No hay papel para un electrocardiograma!

Hospitales con ficha electrónica, suena moderno y casi ecológico, pero en la realidad, sin la información al pie del paciente, no es posible ver la situación de salud en forma integral; al final, el computador parece el más enfermo, especialmente cuando no funciona… Si el computador se agripa no se pueden dar altas ni hacer órdenes de exámenes. Finalmente la computadora es el ente más poderoso en el hospital. Ni hablar de la compra de softwares probadamente ineficientes para las fichas electrónicas, sistemas que lejos de ayudar retardan la atención. Parece ser un buen negocio de un producto que no necesita funcionar ni probar resultados para ser comprado y ejecutado masivamente en las comunas más grandes de Chile.

¿Sabía usted que si acude a estos hospitales “públicos” en automóvil debe pagar estacionamiento? No me refiero a uno aparte del edificio o lejano, sino a un parque que pertenece al mismo hospital; dentro de la estructura hay un estacionamiento que cuesta $550 la media hora. Al final es más barato ir al mall que tener una urgencia de salud, pero para las autoridades esto es parte normal de lo moderno, de lo concesionado, en lo que todo tiene la inspiración del lucro.

Se venden imágenes, se cortan cintas, se regalan besos y abrazos, hasta se reparte publicidad de las actividades municipales en los pasillos. Entre challas y bailes, sacar a luca pareciera ser la consigna.

Mientras tanto la gente –la misma que elige a estas autoridades– exige dignidad y respeto, clama por una atención y aspira a que los funcionarios “hagan su pega”; con escasos recursos se salvan vidas, se trabaja, se hace lo que se puede. Pero no pueden ser los funcionarios los que den las explicaciones por los que pasean de punta en blanco y tengan que recibir la rabia y agresiones, que por cierto son comprendidas, pero deberían ir dirigidas contra quienes toman las decisiones.

Escena 2

Paciente molesto:

–¿Por qué se demoran tanto?” 

Doctora despeinada y angustiada:

 –Señora, disculpe la demora, estamos lentos con los computadores y ha habido problemas con los recursos que deberíamos tener para atender.

Paciente resignado:

 –No sé para qué abrieron antes este hospital, se nota que lo hicieron apurados.

Las tropas están preparadas para la batalla, sin armas, sin recursos, ¿cuánto tiempo de marcha blanca y recursos a medias les darían las autoridades a los lugares donde ellos reciben salud? No los imagino escuchando explicaciones de traslado o enfrentando con rabia las largas horas de espera. No queda más que reconocer que es muy duro pasar el Niágara en bicicleta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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