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¿Tendrá dueños el mundo?

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Aldo Torres Baeza
Por : Aldo Torres Baeza Politólogo. Director de Contenidos, Fundación NAZCA
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¿Tendrá dueños el mundo? Claro que no, es por pura casualidad que el Norte arroje los desperdicios tóxicos al Sur del mundo. No es que este lugar se haya convertido en el basurero de sus dueños. No, nada que ver. Y también es casual que el mundo se divida en mundos: Primero, Segundo y Tercer Mundo. Casualidad, pura casualidad. Está equivocado el poeta alemán Friedrich Schiller cuando dice que “no existe la casualidad, y lo que se nos presenta como azar surge de las fuentes más profundas”.


¿Tendrá dueños el mundo? Un dueño implicaría que alguien haya comprado el mundo, o se apoderó de él, y nadie, ¡nadie!, se ha apoderado de este mundo. No, eso sí que no. Es por pura casualidad que 500 empresas controlen el 52% del producto interno bruto mundial. Casualidad. También es casual que las 3 personas más ricas del mundo posean un patrimonio superior a toda la riqueza de los 40 países más pobres, donde viven alrededor de 600 millones de personas, o que el 20% de la población mundial posea el 80% de toda la riqueza de la Tierra. Es por pura casualidad que el volumen de negocios de una empresa como ExxonMobil sea superior al PIB de Austria, o que el de General Motors sea superior al de Dinamarca. Y bajo este panorama, también es casualidad que los presidentes lleguen a los gobiernos, pero nunca al poder. Temo el día en que estos magnates se sienten en las casas de gobierno, agarren a patadas a los presidentes y, sentados en sus sillas, griten a los cuatro vientos lo que piensan: ¡no necesitamos más a esos mediadores!

Según la FAO, muere un niño cada seis segundos a manos de la desnutrición, ¡100.000 niños en un día!, pero, y he aquí la casual paradoja, la comida alcanza para el doble de la población mundial, entregando 2.700 calorías diarias a un adulto cualquiera. Esto pasa todos los días, a la vuelta del mundo. Y es casualidad que mientras esto suceda, los supermercados de a la vuelta del mundo estén repletos de comida. La otra cara de esta casualidad dice que “sólo en Europa se pierden entre un 30% y un 50% de los alimentos completamente sanos y comestibles a lo largo de todos los eslabones de la cadena agroalimentaria hasta llegar al consumidor”. Por año, son unos 89 millones de toneladas de comida que la Tierra arroja al tacho universal (mientras la comida colma los basureros, casi 1.000 millones de personas siguen pasando hambre, 3,1 millones de niños se mueren de hambre cada año). 1,4 billones de hectáreas están destinadas a la comida que luego será basura, un 28% de las tierras cultivables a nivel mundial. Quizás ayude el ofertón del 2×1: la mitad del plástico al estómago y las arterias, y la otra mitad al tacho de basura.

¿Será que, para botar el pan en una parte del mundo, es imperioso que en la otra parte se necesite?

¿Tendrá dueños el mundo? No, claro que no. Y como no hay dueños en el mundo, todos pueden consumir lo que deseen: es casualidad que si el mundo entero consumiera como consumen los norteamericanos, necesitaríamos entre 5 y 6 planetas igual a este para generar la vida. Los mismos estadounidenses poseen sólo el 5% de la población mundial, sin embargo, consumen el 30% de la energía y, a la vez, desechan el 30% de toda la basura planetaria. Quizás sea yo, pero me revolotea siempre la misma pregunta: ¿quién paga los costos de aquel nivel de vida? ¿Quién arroja el pan que al otro lado se necesita? ¿Qué pasaría si todos los chinos repitieran el mismo despilfarro? Bueno, nos quedarían las estrellas, quizás en Alfa Centauro pudiésemos levantar un campamento. ¿Por qué razón tiritarán las estrellas, de frio o por temor a que algún día las poblemos para llenarlas de humo y cemento?

[cita]¿Tendrá dueños el mundo? Claro que no, es por pura casualidad que el Norte arroje los desperdicios tóxicos al Sur del mundo. No es que este lugar se haya convertido en el basurero de sus dueños. No, nada que ver. Y también es casual que el mundo se divida en mundos: Primero, Segundo y Tercer Mundo. Casualidad, pura casualidad. Está equivocado el poeta alemán Friedrich Schiller cuando dice que “no existe la casualidad, y lo que se nos presenta como azar surge de las fuentes más profundas”.[/cita]

Nada tiene que ver el desenfrenado ritmo del consumo, o el plástico arrojado a la basura, con que en las últimas 7 décadas trascurridas tras la Segunda Guerra Mundial se hayan consumido más recursos planetarios que en toda la historia de la humanidad, o que en las últimas 3 décadas se haya perdido cerca de la tercera parte de toda la riqueza natural. Sería por pura casualidad que un día la Tierra diera signos de agotamiento y empezará a derretir su hielo, escupir lava,  y empaparnos de ácido. Pero, en fin, ya dije que nos quedaban las estrellas si algo así sucediera. ¿Llevaremos los taladros y las picotas subterráneas para estrujar las rocas estelares en búsqueda de unas gotitas de petróleo?

No hay dueños en el mundo. Los televisores, que dicen qué pensar, se prenden porque sí, y los medicamentos, que adormecen el pensar, se meten solitos en el cuerpo, no es que haya un orden inhumano que impulse a su ingesta. No, nada de eso. Y también es casualidad que los medios de comunicación masivos y los fármacos, dos esplendidas recetas para aguantar la vida, se produzcan sólo en una parte del mundo. Si tuviera dueños el mundo, no necesitaría a gente dormida. Claro que no. En Brave New World, Aldous Huxley relata cómo el Soma tranquilizaba a los ciudadanos. 30 años después de escribir su novela, Huxley repasa el libro, y dice: “La religión, según dijo Marx, es el opio del pueblo. En el Mundo Feliz, esta situación quedaba invertida. El opio o, mejor dicho, el Soma era la religión del pueblo. Como la religión, la droga tenía poder para consolar y compensar, evoca visiones de otro mundo mejor, ofrecía esperanza, fortalecía la fe y promovía la caridad”. Hoy, hemos pasado del opio al acopio (de fármacos) del pueblo. La industria farmacéutica, que crece y crece, decora el panorama de Huxley y lo hace casi real: la droga (legal) compensa, calma, estimula, adormece. La gente llena de pastillas sus casas, de los más variados efectos, colores y texturas. Un extraordinario acopio de químicos esperando introducirse en los cerebros y cumplir con su objetivo: pintar mascaras en los rostros evocando una falsa y fugaz sensación de paz. Allá en mis años de mochilero, las manos del destino me estacionaron casi un mes en Bolivia. Cierto: los bolivianos no conocían el copuchenterío de Facebook, muy pocos sabían qué era una pantalla Led y de plano no conocían los I-phones, pero tampoco conocían la depresión, el estrés ni las canas. Llegué a pensar que eran sabios disfrazados de indígenas.

¿Tendrá dueños el mundo? Claro que no, es por pura casualidad que el Norte arroje los desperdicios tóxicos al Sur del mundo. No es que este lugar se haya convertido en el basurero de sus dueños. No, nada que ver. Y también es casual que el mundo se divida en mundos: Primero, Segundo y Tercer Mundo. Casualidad, pura casualidad. Está equivocado el poeta alemán Friedrich Schiller cuando dice que “no existe la casualidad, y lo que se nos presenta como azar surge de las fuentes más profundas”. Esto es puro azar. El azar moldea el Nuevo Orden Mundial, a pesar de que al ex consejero de Seguridad Nacional de EE.UU., Zbigniew Brzezinski, le dé por pensar lo contrario: «La resistencia populista persistente y altamente motivada por parte de pueblos políticamente despiertos e históricamente resentidos hacia el control externo demuestra ser cada vez más difícil de suprimir«. No, señor Brzezinski, los del Sur no estamos resentidos por el saqueo del cual hemos sido víctimas, y no, tampoco hemos despertado. Así que relájese, señor, duerma tranquilo contando las estrellitas de su bandera, que acá abajo ¿seguiremos confiando en las casualidades?

¿Hay dueños en el mundo? No: esto es una fantasía más de los desconfiados que no creen en las casualidades.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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