Junto al mundo del trabajo, la educación manifiesta, también, las ostensibles desigualdades de género que caracterizan a nuestra sociedad. Es por ello que como estudiantes nos interesa que los debates educativos incorporen una variable que hasta hoy se ha postergado: la educación no sexista. Una educación pública de calidad, además de ser gratuita y universal, debe contribuir a eliminar los prejuicios machistas y homofóbicos, y las prácticas violentas en las instituciones educativas.
El sentido de algunas conmemoraciones parece difuminarse con el pasar del tiempo. En el caso del 8 de marzo ha ocurrido así. Si a principios del siglo XX se trataba de una fecha en la cual se recordaba la valiente lucha de las sindicalistas por condiciones laborales dignas y derechos políticos, actualmente se ha transformado en una instancia comercial más de la sociedad de mercado. Como parte del movimiento feminista, es difícil no volver la mirada hacia una larga historia de lucha, que tiene también su arraigo en nuestro pasado reciente. No debemos olvidar que durante la dictadura de Pinochet cada 8 de marzo las mujeres, pobladoras, trabajadoras, estudiantes y activistas por el fin de la opresión militar hicieron suya esta fecha para protestar por el fin de un régimen autoritario y represivo que significó enormes retrocesos en sus condiciones de vida.
Las transformaciones neoliberales, iniciadas por la dictadura y profundizadas en los gobiernos democráticos, crearon un escenario pavorosamente similar a aquel enfrentado por las sindicalistas de inicios del siglo pasado: la precariedad laboral es hoy la norma antes que la excepción. Reformas cosméticas como el postnatal sólo enmascaran el hecho de que un porcentaje mayoritario de los empleos más inestables y con peores remuneraciones son los de las mujeres. El retail, los call centers y las faenas agrícolas son la cara menos exitosa de un modelo de desarrollo que tiene por objetivo el aumento de la desigualdad y el crecimiento económico a costa de una vida insegura.
[cita]Junto al mundo del trabajo, la educación manifiesta, también, las ostensibles desigualdades de género que caracterizan a nuestra sociedad. Es por ello que como estudiantes nos interesa que los debates educativos incorporen una variable que hasta hoy se ha postergado: la educación no sexista. Una educación pública de calidad, además de ser gratuita y universal, debe contribuir a eliminar los prejuicios machistas y homofóbicos, y las prácticas violentas en las instituciones educativas.[/cita]
Junto al mundo del trabajo, la educación manifiesta, también, las ostensibles desigualdades de género que caracterizan nuestra sociedad. Es por ello que como estudiantes nos interesa que los debates educativos incorporen una variable que hasta hoy se ha postergado: la educación no sexista. Una educación pública de calidad, además de ser gratuita y universal, debe contribuir a eliminar los prejuicios machistas y homofóbicos, y las prácticas violentas en las instituciones educativas. También debe hacerse cargo de una formación técnica y profesional con perspectiva de género, con tal de no reproducir el machismo en nuestros lugares de trabajo.
Otro punto que sigue pendiente es el de los derechos sexuales y reproductivos. El sistema público de salud, sumido en la precariedad que impone el modelo mercantil, no es capaz de ofrecer una atención digna, sin violencia obstétrica y que permita una sexualidad responsable. Asimismo, la inexistencia de un aborto libre y seguro condena a la vulnerabilidad a miles de mujeres que deben lidiar clandestinamente con sus embarazos no deseados. Los avances en este sentido han sido nulos; Chile es uno de los países que más reprime a las mujeres en su autonomía corporal.
Por último, la violencia institucional que hoy sufren las personas trans nos debiera resultar inaceptable a todas y todos. Por eso, esta fecha nos debiera hacer pensar en la urgencia de una Ley de Identidad de Género. Es prioritario apoyar las iniciativas que intentan conquistar condiciones dignas para quienes no se sienten conformes con su identidad de género y de esta forma comenzar a cambiar poco a poco las desigualdades existentes en nuestro país.
El feminismo no es entonces tarea sólo de las mujeres. Es tarea de todos y todas, porque a todos y todas nos concierne la construcción de una realidad en que la dignidad no sea propiedad exclusiva de unos pocos.