Al igual que en la fábula de la rana y el escorpión, Piñera no puede con su propia naturaleza, mientras se celebra sigue envenenando la política y su sentido colectivo. Cree en el bienestar del país, sin duda, pero cree que eso pasa por su propio éxito y reconocimiento.
Sebastián Piñera ha dedicado sus últimas semanas a recorrer el país y mostrar las cifras de su Gobierno. Al igual que un gerente de una empresa que termina su periodo, ha entregado e interpretado cifras para demostrar su éxito. Se ve satisfecho. En parte responde a su personalidad y, en su eterno convencimiento de ser el festejado de todos los cumpleaños, otra vez cree que el cambio de mando se trata de él. En parte responde a cifras que permiten hablar de que realizó un Gobierno correcto en empleo y crecimiento. Piñera debe ser de los Presidentes más controversiales de la historia chilena: se le quiere, o lisa y llanamente es insoportable. Su Gobierno no sobrepasó el clásico de centroderecha: logró buenos números, casi ninguna reforma estructural y fue altamente deficitario en lo político. Poco para considerarse exitoso.
Pero Piñera piensa y vive como un gerente que cree que su éxito está en convencernos de que mostrando buenas cifras basta. Lo que nunca aprendió fue a ser un buen político: alguien que entiende que el bien común es algo mucho más grande que sólo números. Su déficit está ahí, fijó estándares de mercado para la política: rebajó la ética al mínimo legal en los conflictos de interés, circunscribió sus errores a lo comunicacional y buscó que los datos le dieran la razón (INE-CASEN). Se enfrentó a los otros poderes si no le gustaba su actuar (Poder Judicial) y pensó que las demandas ciudadanas se solucionaban con telefonazos a gerentes o poniendo más recursos sobre la mesa. Su tragedia es la autocomplacencia: no terminó de entender que Chile cambió y que las demandas y necesidades se habían sofisticado. Nos trató como empleados de una empresa de su propiedad, empleados que cree que hasta el día de hoy estarán satisfechos al ver las cifras del éxito de la empresa.
[cita]Pero Piñera piensa y vive como un gerente que cree que su éxito está en convencernos de que mostrando buenas cifras basta. Lo que nunca aprendió fue a ser un buen político: alguien que entiende que el bien común es algo mucho más grande que sólo números. Su déficit está ahí, fijó estándares de mercado para la política: rebajó la ética al mínimo legal en los conflictos de interés, circunscribió sus errores a lo comunicacional y buscó que los datos le dieran la razón (INE-CASEN). Se enfrentó a los otros poderes si no le gustaba su actuar (Poder Judicial) y pensó que las demandas ciudadanas se solucionaban con telefonazos a gerentes o poniendo más recursos sobre la mesa.[/cita]
En su dimensión política, Piñera es lo que un trader es al mundo de las finanzas, alguien que compra o vende instrumentos financieros como agente intermediario. Un especulador. Su apuesta fue usar a los liderazgos de su entorno, los partidos y su Gobierno para su propio éxito. Y ahí estriba su fracaso: acá no está vendiendo ni intermediando. Más allá del fanatismo de hincha de su círculo, su mandato termina con una aprobación menor a los votos con que ganó, su candidata sucesora obtuvo uno de los peores resultados de su sector y entrega una coalición descompuesta políticamente.
Lo que ha demostrado hasta ahora da para correcto, pero no para la grandilocuencia. De entenderlo así, su legado tendría proyección. Y avanzaría en su evidente interés por la reelección. Pero al igual que en la fábula de la rana y el escorpión, Piñera no puede con su propia naturaleza, mientras se celebra sigue envenenando la política y su sentido colectivo. Cree en el bienestar del país, sin duda, pero cree que eso pasa por su propio éxito y reconocimiento. Por lo mismo ha intentado controlar todo espacio político a su alrededor y, cuando no ha podido, o buscó hundirlo (Larraín, Allamand, Ossandón) o le ha levantado competidor (Amplitud). Hasta en la UDI logró generar piñerismo (Chadwick al pandero) y nunca se ha cansado de hacerle gestos a la DC. Está claro su mensaje: dejar la idea de que obtuvo buenas cifras y un naipe abierto para ver desde dónde toma posición. Seguirá mirando el escenario para ver cómo se ordena en torno a él.
Quizás queda explicarle que la política no funciona igual que los mercados: le falta relato, ideas que modernicen la política y propuestas de cambios estructurales que expandan libertades y aumenten la inclusión. Exactamente donde estuvieron las carencias en su gestión. Un humilde consejo para lo que se viene: menos especulación y más ideas para un proyecto de renovación de la centroderecha. Hay poco espacio para el líder avasallador. La política se trata de asuntos colectivos. Aunque duela.