¿Cuál es el atractivo del dinero? ¿En qué consiste su poder? ¿Por qué tantos lo buscan, lo desean, dan su vida por él y están dispuestos a sacrificar sus sueños y su dignidad por obtener más dinero?
La respuesta más obvia es que necesitamos dinero para vivir. Para comer, vestirnos, educarnos, tener una vivienda y salud. En fin, existen necesidades reales, concretas que sólo se pueden satisfacer con el dinero. Esta respuesta, además de obvia, es cierta aunque cierta sólo en la superficie. Es decir, aunque es verdad que necesitamos el dinero para satisfacer necesidades vitales, el poder trascendental del dinero reside en otro aspecto. En otro aspecto oculto pero que siempre aflora cada vez que usamos el dinero para adquirir algún servicio o bien.
El poder del dinero reside en su capacidad de representar el tiempo. Para ser más específico, su poder reside en que, para nosotros el dinero “es” tiempo (lo que no tiene nada que ver con el lugar común que afirma que el tiempo es dinero).
¿Qué significa esto que el dinero es tiempo? Para responder esta pregunta y entender la relación entre ambos, es necesario primero hacer unos muy breves comentarios acerca del tiempo y después acerca del dinero.
Para el ser humano, el tiempo representa uno de los misterios más grandes que existen. No tenemos claro qué es. No tenemos claro por qué es como es (es decir, por qué el tiempo se mueve hacia adelante, por qué el futuro es desconocido o por qué lo que se hace no se puede deshacer). Sólo sabemos que el tiempo es el horizonte que limita nuestra existencia o, parafraseando a Heidegger, el fin de nuestro tiempo (la muerte) es el horizonte que hace posible vivir el presente de manera auténtica. Sabemos, también, que el tiempo pasa inexorablemente y nada lo puede detener. Y con cada segundo, con cada día y con cada año que transcurre tenemos menos tiempo disponible. Estas son pocas certezas. Pero son certezas implacables.
Lo otro que sabemos del tiempo es que este siempre se nos presenta, siempre lo vivimos y lo percibimos de manera subjetiva. Es decir, dependiendo de ciertas condiciones, el tiempo puede pasar lento, muy lento. O puede pasar rápido, demasiado rápido. Si algo demuestra esto, es que la sensación del paso del tiempo se puede manipular. Podemos hacer que el tiempo se sienta “lento” o que se sienta “rápido”. Aquí está, al parecer, la única posibilidad que tiene el ser humano por intentar manejar y controlar el tiempo. Ya que estamos perennemente impotentes ante el paso del tiempo, al menos podemos, al parecer, manipular la forma en que este pasa. En efecto, lo podemos acelerar o ralentizar.
En último término, a muchos nos atormenta el misterio, lo indefinible, lo efímero y lo inescrutable del tiempo. Nos embarga una cierta ansiedad cuando pensamos en el tiempo. Una ansiedad por controlar y poseerlo. Entonces cualquier cosa que nos dé la ilusión de manejar el tiempo adquiere para nosotros un poder especial. Si tan sólo existiera ese algo que nos permitiese tener la ilusión de manejar el tiempo. Y aquí es donde aparece el dinero.
La naturaleza del dinero es algo que se ha venido discutiendo, a lo menos, desde Aristóteles. ¿Cómo se determina su valor? ¿Qué función cumple en la economía? Lo claro es que, en términos estrictos, el dinero es sólo una promesa. Es una muestra de confianza (por ejemplo confianza en la capacidad del Estado por hacer cumplir el valor del dinero). Es siempre un acto de fe. Pero, sobre todo el dinero es posibilidad, pero no cualquier posibilidad. No me refiero a la banal posibilidad de comprarse alguna cosa. La posibilidad a la que me refiero es a la posibilidad de controlar el tiempo y de convertirse en su encarnación.
Que el dinero aspira a “ser” el tiempo es algo relativamente nuevo. Es una característica que se la ha ido asignando al dinero en tiempos recientes y es producto del malestar moderno que tan bien identificó Charles Taylor. Entre las muchas incertidumbres de la persona moderna (que generan sensaciones de malestar), el dinero es el que puede aliviar la incertidumbre representada por el tiempo porque el dinero prioriza el tiempo, lo ordena, le da estructura, lo puede extender. El dinero es nuestra forma de capturar, materializar, y cosificar el tiempo. Es el eslabón más reciente en nuestra larga historia por intentar cuantificar y controlar el tiempo (que empezó incluso antes del uso de relojes). Al igual que el tiempo, el dinero no es una cosa y su característica es que se mueve. Su realidad, su naturaleza es el movimiento, es el de circular constantemente, nunca detenerse. El dinero escondido bajo el colchón y que deja de circular, pierde su valor y deja, en términos concretos, de ser dinero. Y tiempo que no pasa, que no se mueve, que deja de circular, no es tiempo.
El que posee dinero posee tiempo. El dinero, por ejemplo, compra salud. Y la buena salud aumenta la posibilidad de extender la vida. El que posee dinero puede hacer más con su tiempo. Es libre de manejar y dividir su tiempo según estime. El que posee dinero puede hacer que las actividades placenteras y provechosas se extiendan. Con dinero, el tiempo está disponible. La falta de dinero genera inseguridad. Y la inseguridad genera sensaciones de urgencia que conllevan un acortamiento del tiempo. Todo se hace imperioso, todo se necesita ahora. Sin dinero, no hay tiempo que “perder”. En esta sociedad moderna sin dinero la vida se vuelve, en palabras de Tomás Hobbes, “brutal y corta”.
El dinero, por lo tanto, satisface una necesidad espiritual muy profunda al crear la sensación de que el tiempo es “algo” que se puede poseer. Si poseo dinero, entonces creo poseer el tiempo. Sin embargo, aquí se presenta una de las grandes paradojas de nuestra era. El dinero pareciera que da tiempo y libertad, pero en la búsqueda de ese “tiempo” y de esa libertad, el tiempo y la vida se nos pasan. Perdemos la libertad porque vivimos esclavizados, encadenados a la búsqueda de dinero para “tener” tiempo y sin embargo ese “tiempo” nunca lo terminamos de tener. Todo es fútil. La vida, inexorablemente, demuestra que el tiempo no se puede manejar ni controlar. Somos sus esclavos y nada se puede hacer por controlarlo. La promesa del dinero es, nuevamente, una falsa promesa.
(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl