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La verdadera catástrofe de Bachelet Opinión

La verdadera catástrofe de Bachelet

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Juan Cristóbal Portales
Por : Juan Cristóbal Portales Director de Magister de Comunicación Estratégica, Universidad Adolfo ibáñez.
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El resultado deseado y hasta ahora logrado por el Gobierno, es una conversación de sordos, entre adherentes irreflexivos y detractores furiosos que recurren a panfletos de distribución masiva para sembrar terror frente a reformas y ocultar debate de fondo, contribuyendo además a desacreditar al Parlamento como espacio de discusión y reflexión.


A Bachelet se le avecinan días difíciles. No sólo porque los procesos de reconstrucción post terremoto e incendio implicarán un importante vuelco de recursos y la postergación de buena parte de las primeras 50 medidas express, sino además porque el escenario político ha adquirido un tono belicoso, propio de la “Guerra Fría” (en palabras de Peñailillo), poco apto para legislar una batería de reformas en clave constructiva.

El diagnóstico del segundo piso de Bachelet es claro: los grandes titulares reformistas desplegados durante la campaña son, en su mayoría, impracticables en el corto plazo. ¿Por qué? Porque las posiciones e intereses de los parlamentarios oficialistas son muy disímiles, y porque la misma Presidenta carece de convicciones nítidas y claras frente a varias de sus propuestas.

Ni los más entendidos economistas saben a ciencia cierta los efectos de la Reforma Tributaria (sobre todo para las clases más vulnerables y PYMES). Tampoco se tiene claridad respecto de qué es calidad educativa y bajo qué parámetros se garantizará con los recursos a obtener desde la nueva estructura impositiva. Y, por último, se desconocen los mecanismos a utilizar a la hora de plantear una reforma a la Constitución.

Que esta ausencia de definiciones se deba a incapacidad o necesidad política es indiferente para la ciudadanía. Las expectativas son proporcionales a las promesas establecidas, la paciencia es escasa y la alternancia está a la vuelta de la esquina. Y Bachelet lo sabe. Por ello ha decidido sustentar su liderazgo y carisma, ya no sólo en los eslóganes y los silencios a la hora de adoptar definiciones. Ahora se redefine estratégica, pero erróneamente, desde la polarización, la caricatura y la rápida búsqueda de antagonistas como formas para ocultar sus indefiniciones y dar carácter de revolucionario a aquello inocuo.

[cita]El diagnóstico del segundo piso de Bachelet es claro: los grandes titulares reformistas desplegados durante la campaña son, en su mayoría, impracticables en el corto plazo. ¿Por qué? Porque las posiciones e intereses de los parlamentarios oficialistas son muy disímiles, y porque la misma Presidenta carece de convicciones nítidas y claras frente a varias de sus propuestas.[/cita]

Las dudas frente a sus silencios las aplaca desestimando la mayoría de los proyectos de ley de su antecesor (ya son 4) por no estar a la altura de un reformismo bacheletista en pañales. Se descalifica, sepulta o destierra todo legado y liderazgos anteriores, incluyendo a la primera Bachelet (aquella del 27-F,) y a varios de sus prohombres de entonces, como Escalona, Núñez, Viera-Gallo o Valdés.

Ellos representarían una antítesis del paraíso de igualdad en construcción o, peor aún, habrían cometido el error de no compartir un mesianismo y un nuevo paradigma retórico, que amenaza con ser parte de un conjunto vacío que recurre a las mismas malas prácticas políticas de siempre. Prácticas que se valen de la simplificación y manipulación del discurso como arma cotidiana, donde públicamente se dialoga la reforma tributaria con “amplitud”, pero se reducen a sólo 15 minutos las posibilidades para que los actores involucrados más relevantes puedan exponer (no debatir) sus posturas en la Comisión de Hacienda de la Cámara Baja. Prácticas donde se utilizan conceptos como una “nueva política cercana a la ciudadanía”, pero se recurre soterradamente a voceros como Quintana, Girardi o Teillier para ejercer un matonaje que amedrente a las huestes más moderadas de la Nueva Mayoría, y de esa forma alinear a todos detrás de una aceptación de la indefinición.

Así, el centro político y el mundo independiente (desde donde se define el 70% de la población) quedan anulados frente al enfrentamiento discursivo de buenos y malos, reformistas aparentes y dinosaurios. El resultado deseado y hasta ahora logrado por el Gobierno, es una conversación de sordos, entre adherentes irreflexivos y detractores furiosos que recurren a panfletos de distribución masiva para sembrar terror frente a reformas y ocultar el debate de fondo, contribuyendo además a desacreditar al Parlamento como espacio de discusión y reflexión.

Y ahí Bachelet incurre en otro error. Porque el Congreso que la recibe está dotado de una nueva composición menos complaciente del duopolio político (por tanto más impredecible) y es mejor evaluado por la ciudadanía (sube cerca de 20 puntos su aprobación en la última Adimark). Esto implica que la lógica de un Poder Legislativo que actúa como simple buzón de proyectos se debilita, las voces disidentes adquieren mayor relevancia y las agendas personalistas de cada diputado y senador toman nuevos bríos.

Peor aún, la línea seguida por el liderazgo carismático de la Presidenta, de indefinición y polarización, puede terminar por justificar ciertas expresiones de violencia política como forma más estructurada de autoridad. De suceder, esa sería la verdadera catástrofe de Bachelet.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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