El incendio que afectó a Valparaíso ha instalado una forma de ayuda revolucionaria. Lo anterior, gracias a la maduración de un nuevo concepto de movilización estudiantil, nuevas formas de entender los trabajos voluntarios, una desigualdad agravada y la incapacidad oficial para abarcar un desastre de tales proporciones.
Se ha delimitado una forma de pensar y actuar la solidaridad, eliminándose varios mitos y formas asistencialistas de enfrentarse a las desgracias que afectan a los y las que más sufren cotidianamente y los que quedan despojados de todo lo que los sostiene materialmente en el territorio.
Esta nueva forma de entender la solidaridad viene de la mano de la definición concreta y visibilización de un grupo que dentro de su diversidad territorial e ideática se conglomera bajo la acción del “voluntariado”. Este grupo está caracterizado por la acción, articulación, anonimato y vinculación con los afectados y afectadas. Esta acción resulta ser muchas veces anónima, desinteresada y lo principal: desobediente.
Frente a la serie de tropiezos de la autoridad tan bien retratados en la opinión ”Aquí manda el cerro”, se levanta una forma de ayudar que renuncia a una identificación, espera y asistencialismo. Es una ayuda que en su acción desafía el mandato oficial y municipal, porque no existe hasta el momento otra forma de ayudar fluida, que no sea la ofrecida por organizaciones sociales y estudiantes.
Esta forma desobediente de ayudar, actúa desde la crítica a las contradicciones que posibilitan una tragedia en una geografía desigual tan evidente en Valparaíso, resulta desobediente porque esa desobediencia se traduce en ayuda efectiva.
Lo anterior acaba con el mito de “la solidaridad del chileno”. Mito conveniente cuando esa ayuda queda en manos del empresariado, cuando se desmoviliza a la población, cuando se le despoja de su autonomía y autogestión, porque significa organización, vinculación y crítica subversiva que desnuda el poco interés de los gobiernos por una planificación equitativa y una inversión prudente en la prevención de riesgos.
La mejor forma de retratar lo anterior es el tan cantado y validado slogan “¡Levántate Papito!”. ¿Levantarse quién? ¿Para qué? Esta forma de “ayudar” retrata la interpelación de un menor de edad, sin capacidad de acción y crítica más allá de invitar al padre, a la figura del hombre proveedor para ir a depositar y dejar de actuar en el contexto de una campaña sorda, porque no dimensiona que se trata de una campaña para las grandes empresas, siendo que debiesen ser derechos garantizados por el Estado, y no una solidaridad marcada por la falta de acción, vinculación y un abuso del mercado e inversión privada.
En este tipo de slogan, además, el afectado se ve bajo la óptica de la conmiseración, lástima y falta de protagonismo. Un pobre condenado que no puede actuar por su falta de oportunidades. Finalmente, la incapacidad del Estado se ve como natural y políticos ofrecen besos, bailes entre otras payasadas. No hay crítica, solo el descuido político transmitido a modo de alienante entretenimiento.
Con todo esto rompe la “Revolución de las Palas”. Una ayuda disconforme; crítica, donde pobladores y voluntarios llaman a empoderarse de sus terrenos y forma de ayuda, donde se da un diálogo entre vecinos y estudiantes del resto del país, donde se levanta la autogestión como la única forma eficiente de ayudar.
Ya no es el niño pidiendo ayuda, son los mismos actores que territorializan la ayuda. Ya no se interpela a la figura del hombre proveedor. Muchas mujeres rompen el rol de género trabajando codo a codo en la remoción de escombros, en la organización; y así muchos hombres cocinan, como debiese hacerlo la mujer que está detrás del “Levántate Papito”.
La innovación en la organización estudiantil de la figura del Paro Solidario proyecta un manejo político de movilización ahora para ayudar, desobedeciendo al calendario. De la misma forma se desobedecieron los nefastos llamados a no mandar ayuda y respetar la restricción vehicular.
Todo lo anterior llama a poner atención a esta nueva forma de ayudar. La desarticulación de las cosas plantea el desafío de marcar en la memoria y genio de los porteños este hito desestabilizador.
La invitación es entonces a no perder este trabajo ni dejar de lado la atención que no viene precisamente desde una cobertura mediática, que se ha caracterizado por defender los antivalores del “Levántate Papito” gracias al morbo y transmisión que no ofrece ayuda puntual, sino un espectáculo televisivo más, marcado por la individualización y desmovilización.
(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl