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Navarro, el profeta de los nuevos tiempos

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Finalmente no serán las esperanzas utópicas e ideológicas de los sectores más duros de la Nueva Mayoría las que definirán el éxito o fracaso de sus propuestas, sino sus resultados prácticos que, en el caso de la reforma tributaria, de aprobarse como la envió el gobierno, tendrá desastrosos efectos para el país.


En una columna de opinión publicada por El Mostrador, el senador Navarro sostiene que todos los males del país se deben al neoliberalismo y agrega que éste es el momento en que las fuerzas ineluctables de la historia están construyendo un cambio que coincidiría con el sentir mayoritario de los chilenos expresado en la elección presidencial.

Este mandato popular exigiría coherencia en la aplicación programática y en la aplicación de las grandes transformaciones comprometidas.

Con la convicción política ideológica que no veíamos desde hace décadas en el país, el sanador Navarro –al igual que algunos de sus compañeros– agrega que no hay espacio para los acuerdos ni los consensos ni mucho menos para escuchar a quienes discrepan de sus propuestas, porque finalmente todos ellos no harían más que defender sus intereses de clase que impiden el surgimiento de la nueva época.

Su conclusión final es que la Concertación perdió el 2010 y ahora gobierna la Nueva Mayoría, que cuenta con los votos para hacer todas las transformaciones que hagan falta.

[cita]Finalmente no serán las esperanzas utópicas e ideológicas de los sectores más duros de la Nueva Mayoría las que definirán el éxito o fracaso de sus propuestas, sino sus resultados prácticos que, en el caso de la reforma tributaria, de aprobarse como la envió el gobierno, tendrá desastrosos efectos para el país.[/cita]

Pero el senador Navarro se equivoca.

Sólo el 25% de los chilenos votó por este gobierno. El otro 75% votó en contra o simplemente no participó de este delirio transformador en el que algunos están inmersos.

Las encuestas en cambio, han mostrado una sensible disminución en el apoyo a la reforma tributaria y a la Presidenta Bachelet, quien bajó del 50% de apoyo en medio de lo que se conoce como luna de miel de los nuevos presidentes.

Pero aún más, el clima de polarización que están creando los insistentes discursos contra los poderosos de siempre, los complots de la derecha, las falsedades de los ricos y, en fin, hasta la intervención solapada del imperio yanqui, han tenido como consecuencia lógica y necesaria el aumento en el rechazo a la Presidenta Bachelet.

Se equivoca el senador Navarro cuando cree, usando un método de interpretación marxista de la realidad, que la historia posee un fin ineluctable y que consiste en la derrota definitiva del capitalismo y el triunfo inevitable de las fuerzas progresistas.

No hay síntomas ni evidencia empírica que permita sostener que el gobierno de la Presidenta Bachelet inicia un ciclo político que durará mil años o que éste es el comienzo de otros 20 años más de la centroizquierda en el poder, y que por tanto se deben hacer con rapidez todos los cambios que demanda esta exigencia histórica.

Al contrario de lo que afirma Navarro, estamos en un tiempo donde la gente simplemente no quiere participar en política ni mucho de menos de una gran transformación que altere o bien disminuya su calidad de vida. ¿Si la Nueva mayoría no fue capaz de convocar al 25% de las personas a votar, cómo podrá mantener en el tiempo cambios que necesitan apoyos nacionales mayoritarios para conservarse?

Creo que Navarro y muchos de la Nueva Mayoría se han creído el cuento de que Chile está preparado para aplicar grandes transformaciones y que los chilenos, todos los chilenos, están dispuestos a apoyar cualquier iniciativa que provenga de quienes hoy pertenecen a la vanguardia de la historia y son capaces de leer el sentido de los cambios que nuestra época demanda.

Tal certeza es la que hoy justifica estos discursos intransigentes y dogmáticos que se oponen a todo diálogo y consenso como una traición a un proceso que no sólo es justo, sino además necesario e irrevocable.

Pero además es esa certeza la que les impide comprender que las políticas públicas tienen efectos positivos y negativos y que ellas no dependen de la consistencia interna de nuestras decisiones –coherencia– sino de su capacidad de adecuarse y cambiar la realidad en el sentido esperado.

Finalmente no serán las esperanzas utópicas e ideológicas de los sectores más duros de la Nueva Mayoría las que definirán el éxito o fracaso de sus propuestas, sino sus resultados prácticos que, en el caso de la reforma tributaria, de aprobarse como la envió el gobierno, tendrá desastrosos efectos para el país.

En suma, sólo cabe pedir al senador Navarro que abandone el papel de heraldo de la historia, de profeta de los nuevos tiempos y deje de señalar a quienes piensan distinto a él –que por lo demás tenemos todo el derecho a hacerlo– como los malvados de este relato o los enemigos de clase a vencer. El país necesita de todos los chilenos. Aquí no sobra nadie y promover la división como un recurso político para erradicar de una vez por todas los acuerdos y diálogo es, sin duda, equivocado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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