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No basta con prohibir la selección escolar

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María Teresa Rojas
Por : María Teresa Rojas CIDE, Facultad de Educación Universidad Alberto Hurtado
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Si no somos capaces de repensar qué condiciones hacen posible que una escuela sea de calidad e insistimos en hacer que las escuelas compitan por demostrar que pueden alcanzar resultados estandarizados en las pruebas SIMCE, las escuelas y las familias seguirán buscando estrategias y subterfugios para diferenciarse social y culturalmente. No les quedará otra.


El fin de la selección escolar es un paso fundamental en la tarea de construir una educación más integrada social y culturalmente. Los beneficios de la mixtura social y cultural al interior de las escuelas están ampliamente documentados. Los estudiantes más desfavorecidos socialmente aprenden mejor sus materias; los estudiantes más aventajados social y económicamente siguen aprendiendo sus materias, pero además crecen en un mundo diverso, con prácticas humanas menos prejuiciosas y más respetuosas.

Todos y todas aprenden más de la vida, de la convivencia y del respeto a los demás. Pero, para imaginar una escuela más integrada socialmente, no basta con decretar el fin de la selección escolar. Mientras subsista la dinámica de la competencia por los resultados académicos y el currículum escolar esté reducido al entrenamiento para rendir en pruebas estandarizadas, los colegios tendrán muy buenas razones para seguir seleccionando y las familias mejores razones aun para legitimar las prácticas selectivas.

[cita]Si no somos capaces de repensar qué condiciones hacen posible que una escuela sea de calidad e insistimos en hacer que las escuelas compitan por demostrar que pueden alcanzar resultados estandarizados en las pruebas SIMCE, las escuelas y las familias seguirán buscando estrategias y subterfugios para diferenciarse social y culturalmente. No les quedará otra. [/cita]

Por otra parte, si partimos esta discusión con excepciones, prohibiendo la selección en algunos colegios o niveles, mientras a otros liceos se les ofrece un estatus especial para seguir seleccionando, sólo se estará transmitiendo que el fin de la selección escolar es una cuestión relativa que afecta más a unos que a otros y, como siempre, fomenta privilegios para unos y no para todos.

Por ello, el fortalecimiento de la educación pública que han prometido las nuevas autoridades es una ocasión privilegiada para discutir una propuesta de educación más integral, que le otorgue importancia al valor agregado real que cada escuela ofrece a niños y niñas y cuyo horizonte esté en el desarrollo humano de los sujetos.

Para romper las resistencias hacia la inclusión escolar, es preciso que las familias y las escuelas perciban claramente que no corren riesgos con sus elecciones escolares, pues el Estado les garantiza que una escuela pública es un lugar de paso fundamental para niños y niñas para insertarse en la vida globalizada, desarrollar habilidades y actitudes ciudadanas que serán muy valoradas en el Chile del futuro.

Esta tarea es compleja, larga y de gran envergadura. Pero es preciso transitarla con principios pedagógicos y sociales claros.

Si no somos capaces de repensar qué condiciones hacen posible que una escuela sea de calidad e insistimos en hacer que las escuelas compitan por demostrar que pueden alcanzar resultados estandarizados en las pruebas SIMCE, las escuelas y las familias seguirán buscando estrategias y subterfugios para diferenciarse social y culturalmente. No les quedará otra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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