Somos hoy testigos del agotamiento de un pacto político suscrito por la derecha y la Concertación a fines de los 80, sobre la base del cual se impulsó la construcción de una sociedad postpinochetista. Es decir, una sociedad que, como lo explica el sociólogo Manuel Antonio Garretón, ha permanecido atada a la dictadura tanto por su modelo socioeconómico como por su modelo político-institucional. La desaparición del postpinochetismo y la configuración del nuevo ciclo histórico es lo que hoy está en juego en Chile.
Son múltiples y de diversa naturaleza las señales que dan cuenta de que nuestro país inició su entrada a un nuevo ciclo político. No se trata solamente de un momento distinto en la dinámica política, como pudo ser la llegada de la derecha al gobierno luego de 20 años Concertación. Se trata de algo más profundo en relación con las dinámicas políticas, sociales, culturales y, en parte, económicas que se están desplegando a un ritmo acelerado en nuestro país.
Somos hoy testigos del agotamiento de un pacto político suscrito por la derecha y la Concertación a fines de los 80, sobre la base del cual se impulsó la construcción de una sociedad postpinochetista. Es decir, una sociedad que, como lo explica el sociólogo Manuel Antonio Garretón, ha permanecido atada a la dictadura tanto por su modelo socioeconómico como por su modelo político-institucional.
La desaparición del postpinochetismo y la configuración del nuevo ciclo histórico es lo que hoy está en juego en Chile.
Son muchas las señales explícitas que dan cuenta de las dinámicas de cambio, por ejemplo, una incipiente reconfiguración del sistema de partidos que se refleja, entre otros, en el paso de la Concertación a la Nueva Mayoría; la aparición de nuevos referentes con representación institucional, como el PRO, Amplitud, Revolución Democrática, Izquierda Autónoma; el arrinconamiento y aislamiento intenso de la derecha pinochetista, la UDI, etc. Este nuevo ciclo histórico lo desencadenaron e impulsaron los sectores sociales excluidos del sistema institucional con las intensas y masivas movilizaciones protagonizadas por ellos entre 2011-2012. Dichas movilizaciones cambiaron la agenda, obligando a los medios y a la elite a discutir temas como la reforma constitucional, educacional y tributaria hasta entonces silenciados, ninguneados y ridiculizados por el postpinochetismo aliancista-concertacionista: “Esas cuestiones no le interesan a la gente”, era una de sus respuestas favoritas.
[cita]O Escalona, que sin ser un intelectual sí está orgánicamente ligado a Tironi al formar parte nuclear de aquellos sujetos políticos que se hacen cargo de la defensa militante del postpinochetismo, entendido éste como etapa histórica por la que transitó nuestro país. A pesar de provenir del socialismo tradicional, Escalona se instaló rápidamente como vocero en desprestigiar la catarsis que los movimientos sociales desencadenaron en Chile a partir del 2011 (“pedir Asamblea Constituyente es fumar opio”) y en difamar la nueva problemática histórica que ésta implica: superar el postpinochetismo y convertirnos en una sociedad realmente democrática.[/cita]
Y, como bien lo explicó Gramsci hace 80 años, una de las cosas que caracteriza a los períodos de transición es “lo nuevo que no termina de nacer y lo viejo que no termina de morir”. Se trata de una tensión conflictiva, de una lucha donde lo viejo –en nuestro caso el postpinochetismo– se aferra con fuerza y con insistencia al ciclo antiguo, y sus defensores se resisten a lo que viene, pues ahí no hay lugar para ellos. Cuentan con importantes recursos acumulados durante el fulgor de su momento histórico para enfrentar la lucha en esta etapa transicional, por ejemplo, la tribuna del campo mediático, el mismo que se consolidó durante la etapa postpinochetista en Chile.
Como todo ciclo esta moribunda etapa tuvo sus intelectuales orgánicos que, como Tironi, orientaron política, cultural y comunicacionalmente en relación con los límites de lo (in)aceptable y de lo (im)posible. Fue su modo de ejercer influencia a favor del postpinochetismo (“El argumento de que algo fue creado por la dictadura y por eso hay que descartarlo de plano es absurdo”) y de acumular capital simbólico.
O Escalona, que sin ser un intelectual sí está orgánicamente ligado a Tironi al formar parte nuclear de aquellos sujetos políticos que se hacen cargo de la defensa militante del postpinochetismo, entendido éste como etapa histórica por la que transitó nuestro país. A pesar de provenir del socialismo tradicional, Escalona se instaló rápidamente como vocero en desprestigiar la catarsis que los movimientos sociales desencadenaron en Chile a partir del 2011 (“pedir Asamblea Constituyente es fumar opio”) y en difamar la nueva problemática histórica que ésta implica: superar el postpinochetismo y convertirnos en una sociedad realmente democrática.
En este contexto de tensión y cambio, la guerra de posiciones en defensa de lo viejo está a cargo hoy de actores como Escalona y Tironi, que alguna vez fueron de izquierda. Cada uno a su manera defiende al pinochetismo en su versión post y se resisten a lo nuevo que no los considerará, no importando su pasado rojo
En su defensa recordarán su exilio, su clandestinidad, sus compañeros caídos. Esa letanía con aires de Síndrome de Estocolmo para lo único que puede que sirva es para mecer el sueño de los dinosaurios.