Que en Cuba están aconteciendo cosas positivas, es algo visible y palpable. Que se están incubando otras de mayor envergadura y de mayor trascendencia en otros ámbitos, es algo que se palpa en el ambiente. Que Chile puede contribuir a hacer posible y a consolidar tales transformaciones, es algo sobre lo que cabe meditar. En primer término, para sacar a Cuba de la contingencia política interna insistiendo en usarla como arma arrojadiza, para proceder a concebirla y tratarla como una cuestión estricta de política exterior.
Cuando el sábado recién pasado la delegación del Partido Socialista de Chile ingresó a la oficina del presidente cubano Raúl Castro, había plena conciencia, de una y otra parte, que con ese encuentro largamente postergado se cerraba un ciclo en las relaciones formales entre el socialismo chileno y el partido y gobierno cubanos, y que al mismo tiempo se iniciaba uno distinto y prometedor. La fase que se cerraba, como recordó el propio Raúl Castro en sus palabras de bienvenida, significó que por poco más de 19 años ninguna delegación oficial del socialismo chileno visitara La Habana.
Desde que en 1995 una delegación socialista presidida por Clodomiro Almeyda concurrió a Cuba, los contactos bilaterales de alto nivel entre cubanos y socialistas chilenos quedaron suspendidos en el aire sin expresión de causas.
No hay evidencias ni recuerdos de alguna querella específica que fuera capaz de generar semejante enfriamiento y lejanía mutua, pero el caso es que tal distanciamiento tuvo lugar, marcando una distancia racionalmente inexplicable en una relación mutua, históricamente alimentada por experiencias políticas cruzadas y compartidas. Un vínculo que en bastantes aspectos trascendió con mucho el ámbito propiamente político, para adentrarse en dimensiones que a la postre han tenido que ver con las historias personales de líderes cubanos y socialistas chilenos de varias épocas, exilios, solidaridades y complicidades recíprocas. Y, al final, con los sentimientos, los afectos y hasta con las nostalgias.
Fue quizás por eso que en el reencuentro no hubo formales apretones de manos sino abrazos y afectos. Y que en el extenso y franco diálogo que sostuvimos primara una atmósfera propia de viejos amigos que se miran de frente después de largo tiempo, y que se relatan mutuamente sus vivencias políticas del entretiempo, las realidades presentes más acuciantes y las perspectivas de futuro para nuestros respectivos países.
Osvaldo Andrade, diputado y presidente del PS, Maya Fernández Allende y quien escribe esta nota fuimos recibidos por Raúl Castro, Presidente de Cuba; el vicepresidente de los Consejos de Estado y ministros Miguel Díaz-Canel (a quien el propio Raúl Castro presentó como su sucesor), Bruno Rodríguez, ministro de Relaciones Exteriores, y José Ramón Balaguer, miembro del Secretariado del Comité Central del PCC y Jefe del Departamento de Relaciones Internacionales. Es decir, fuimos acogidos simultáneamente por la máxima jerarquía del gobierno y el Partido Comunista Cubano (PCC). E incluso, antes del encuentro de cierre, cada una de las reuniones y actividades que habíamos sostenido habían sido profusamente difundidas por el periódico Granma y la televisión cubana, lo que grafica la importancia que el gobierno cubano confería a la visita del partido del presidente Salvador Allende y de la Presidenta Michelle Bachelet.
[cita]Que en Cuba están aconteciendo cosas positivas, es algo visible y palpable. Que se están incubando otras de mayor envergadura y de mayor trascendencia en otros ámbitos, es algo que se palpa en el ambiente. Que Chile puede contribuir a hacer posible y a consolidar tales transformaciones, es algo sobre lo que cabe meditar. En primer término, para sacar a Cuba de la contingencia política interna insistiendo en usarla como arma arrojadiza, para proceder a concebirla y tratarla como una cuestión estricta de política exterior.[/cita]
Quienes conocen a Raúl Castro afirman que se trata de un hombre de pocas palabras y, por lo mismo y a diferencia de su hermano Fidel, de discursos más bien escuetos. Sin embargo, de entrada el presidente se puso a explicarnos la política cubana más actual con todo detalle y total franqueza y transparencia, y en varios aspectos históricos con consecuencias muy actuales, trayendo a colación pasajes de su propia vida, incluso de su infancia y adolescencia.
Relatando las alternativas de las profundas reformas en que los cubanos se encuentran empeñados en cuanto al modelo económico, Castro dijo tener plena conciencia de que las mismas constituían “un salto hacia lo ignoto”. Pues afirmó que nadie –incluso él mismo– podía tener total certeza de a qué horizonte concreto conducirían tales transformaciones en corto, mediano y largo plazo. Aunque remarcó que ellas tenían el propósito de conducir a un modelo de socialismo próspero, sustentable y de bienestar para los ciudadanos, aun a costa de que tales reformas generaran una pequeña burguesía, con todo lo que aquello vaya a implicar.
Raúl Castro mencionó algo que antes habíamos escuchado a otros dirigentes, intelectuales y técnicos cubanos. La necesidad de distinguir entre igualdad de oportunidades e igualitarismo, y de admitir la realidad del mercado en cuanto a la asignación de recursos. Aunque en Cuba se reafirme, hoy como ayer, el rol predominante del Estado en los procesos económicos, especialmente en los de carácter productivo.
Castro nos dijo que personalmente lamentaba que todo este proceso de reactualización del modelo de desarrollo económico no se hubiese puesto en marcha mucho antes, citando los ejemplos de China y Vietnam, países que a este respecto llevaban amplia ventaja. Y afirmó que muy probablemente el momento de la caída del campo socialista y la desaparición de escena de la URSS, representó la circunstancia propicia en que Cuba debió replantearse muchas cosas, en especial en la esfera económica.
Sobre muchas de estas cuestiones habíamos intercambiado opiniones en citas previas con dirigentes del PCC y autoridades técnicas, especialmente con funcionarios del área económica, quienes nos dieron explicaciones detalladas sobre la nueva Ley de Inversión Extranjera recientemente promulgada, la que otorga grandes facilidades a los inversionistas en todos los campos de la producción y lo servicios, con las excepciones de la educación, la salud y la defensa, y del nuevo Código del Trabajo, entre otros instrumentos legales y normativos destinados a reformular las bases del sistema económico cubano, cuyos efectos ya comienzan a ser claramente perceptibles en las calles habaneras.
Que no hay modelo único e indubitable de construcción socialista, y que por lo mismo cada país debe ser capaz de encontrar su propio camino sobre la base de su propia realidad, fue un concepto que los cubanos reiteraron una y otra vez. Por lo cual afirmaron respetar, apreciar y apoyar lo que cada país y cada gobierno latinoamericano de signo progresista están construyendo en materia política, económica y social.
Que Cuba precisa de fuertes inversiones, capital propio de que carece, para enfrentar sus desafíos en los distintos campos, fue otra afirmación que oímos una y otra vez. Ejemplificada en el megaproyecto del Puerto de Mariel y las necesidades de tecnificar la agricultura, para hacerla más moderna y productiva, para lo cual también requieren de experiencia y capital extranjeros.
Aunque el propio presidente Castro nos dijo que se retiraría y que se aprestaban a cambiar la Constitución para limitar el ejercicio del poder presidencial, las cuestiones de eventuales reformas políticas de similar entidad de las económicas no parecen estar a la orden del día. Al menos no por el momento.
Un intelectual cubano de renombre e influencia nos dijo, al pasar y citando a un líder chino, que “el pájaro debe volar con total libertad… pero dentro de la jaula”. Otro nos dijo, con el típico humor cubano, que aunque ya sabían que “mezclando agua fría y caliente se obtenía agua tibia”, estaban muy atentos a otras experiencias económicas exitosas en ciertos aspectos, incluida la chilena.
Sin embargo, no nos prodigamos mutuamente consejos de ninguna especie. Ya han pasado muchas aguas bajo los respectivos puentes como para aventuremos en esos mares procelosos.
Que en Cuba están aconteciendo cosas positivas, es algo visible y palpable. Que se están incubando otras de mayor envergadura y de mayor trascendencia en otros ámbitos, es algo que se palpa en el ambiente.
Que Chile puede contribuir a hacer posible y a consolidar tales transformaciones, es algo sobre lo que cabe meditar. En primer término, para sacar a Cuba de la contingencia política interna insistiendo en usarla como arma arrojadiza, para proceder a concebirla y tratarla como una cuestión estricta de política exterior.
En cuanto a nuestro diálogo con la dirigencia cubana, me quedo pensando que el paternal y afectuoso abrazo que Raúl Castro diera a Maya Fernández, nieta del presidente Allende, nos dijo en sí mismo más que mil palabras, por su significado simbólico.
Mientras los cubanos empujan sus reformas, los socialistas hacemos lo propio con las nuestras. En ese afán transformador cubanos y chilenos hoy volvemos a coincidir y a respaldarnos mutuamente. Y en este esfuerzo común e imprescindible no son malas las faltas de certezas absolutas, de una y otra parte. Mucho peor es creer obstinadamente, como en el pasado, que nos asiste la razón, contra viento y marea e incluso contra toda evidencia empírica.