En 1988 Humberto Maturana afirmaba en medio de un ciclo de conferencias sobre educación que “Preguntarse si sirve la educación chilena exige responder a preguntas como: ¿qué queremos con la educación?, ¿qué es eso de educar?, ¿para qué queremos educar?, y, en último término, a la gran pregunta: ¿qué país queremos?”
Hoy, 26 años después, la pregunta sigue vigente. Quizás se trata de un cuestionamiento siempre vigente, algo inagotable y continua que exige mirar con perspectiva la evolución de las comunidades humanas y renunciar de ese modo a una respuesta correcta y absoluta en virtud de una política de los acuerdos transitorios, cuyo valor se sabe relativo. Tal como la pena de muerte era legal en 1988 y hoy nos parece un asunto distante, las sociedades construyen sus verdades conforme sus discursos y aparato político evolucionan, no en un sentido moral sino cronológico.
Al igual que la pena de muerte, que en tanto pertenece al ámbito de lo penal opera desde el castigo como instrumento de control social -en sentido lato- las cuestiones relativas a la educación también operan como instrumentos de control pero con una profundidad mucho mayor. Mientras lo penal actúa bajo la forma de amenaza, lo educativo actúa in situ interviniendo las condiciones de producción del operar humano, y en ese sentido, es desde el ámbito de lo educativo donde se juega la posibilidad de hacer y responder preguntas como “¿qué país queremos?” o si se quiere, la posibilidad de todo preguntar en general.
La pregunta “¿qué país queremos? abre desde luego muchas posibilidades. Si aceptamos que éstas y otras preguntas surgen desde las opciones abiertas en el ámbito educativo, y valoramos la democracia en su origen, no podemos no incluir en la discusión sobre calidad de la educación la formación de personas en el ámbito del preguntar. Esto no sólo puede encontrar cabida en la inclusión de ramos de filosofía para niños u otros relacionados a las humanidades sino también exige repensar el rol de nuestros docentes y sus modelos de evaluación.
Si acogemos esta perspectiva en la discusión actual sobre educación puede que pongamos en juego no sólo el carácter económico de una reforma (financiamiento) sino uno mucho más importante, que también responde a la pregunta sobre “¿qué país queremos?” esta vez no desde una perspectiva de mercado sino humana, que en vez de reproducir un saber nos enseñe a aceptar y crear distintos modos de convivencia.
Referencias:
Maturana. H. (2001). Emociones y Lenguaje en Educación y Política. Santiago: Dolmen, 2001.
(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl