Desde el punto de vista del rendimiento económico de los “emprendimientos” el contraste es aún más dramático. Un 52% de los empleadores declara ingresos o ventas mensuales por sobre los $600.000, cifra que sólo alcanza el 12% de los trabajadores por cuenta propia. En tanto, el 51% de los trabajadores por cuenta propia declara ingresos o ventas entre $0 y $193.000, incluso menos que el sueldo mínimo vigente.
La capacidad de clasificar a las personas en un grupo o clase social determinada es una de las habilidades sociales más ejercitadas en nuestra vida cotidiana, aunque generalmente se practica de manera totalmente inconsciente y automática. Esta habilidad no sólo se aplica a otras personas, sino también al entorno y los objetos (las casas, los autos, las comidas, la prensa, los establecimientos educativos y hasta la música). Y aunque la mayoría de las veces estos mapas de clase se queden en el silencio de nuestros pensamientos, su origen es siempre colectivo. El ejemplo más simple de ello es que usamos conceptos compartidos para etiquetar a ciertos grupos. Con toda seguridad podremos llegar a algún acuerdo sobre lo que significa ser “flaite” o “cuico”; y este acuerdo con toda seguridad diferirá dependiendo del grupo al que nosotros mismos pertenecemos.
La solidez de estas etiquetas sociales varía. Algunas no van más allá de una palabra coloquial para describir a un grupo, otras cristalizan en conceptos compartidos por toda la sociedad. La distinción entre empleados (de oficina) y obreros que existió en el Código del Trabajo hasta 1987 (a pesar de que ambos son ante todo trabajadores asalariados) ilustra hasta qué punto puede llegar a “oficializarse” una clasificación. Precisamente por esto es que urge analizar a quiénes etiquetamos de “emprendedores”, sobre todo hoy que vemos surgir organizaciones que se atribuyen la vocería de este grupo, políticas públicas destinadas al “emprendimiento”, programas de televisión que recomiendan Chile rastreando “emprendimientos” locales, etc.
Aunque difícilmente encontremos una definición clara sobre quiénes son y dónde están los emprendedores, en el debate público se utiliza el término con total naturalidad para aludir a personajes tan distintos como el internacional Luis “Conejo” Martínez, el ex presidente Sebastián Piñera, Jorge Nazer (elegido emprendedor del año 2014) y hasta el recordado Faúndez, que popularizó el uso de teléfonos móviles a fines de la década de 1990.
[cita]Desde el punto de vista del rendimiento económico de los “emprendimientos”, el contraste es aún más dramático. Un 52% de los empleadores declara ingresos o ventas mensuales por sobre los $600.000, cifra que sólo alcanza el 12% de los trabajadores por cuenta propia. En tanto, el 51% de los trabajadores por cuenta propia declara ingresos o ventas entre $0 y $193.000, incluso menos que el sueldo mínimo vigente.[/cita]
¿Pero qué tiene en común un abogado de la Universidad de los Andes, un millonario economista de la UC, un vendedor ambulante que se convierte en empresario y un maestro que usa el celular para comunicarse con sus clientes? Sólo dos cosas serían suficientes para igualar al décimo empresario más acaudalado del país con el maestro dedicado a las “instalaciones varias”: la condición de trabajador independiente (no asalariado) y ciertas características morales como el esfuerzo, la valentía, el deseo de superación, la creatividad, etc. Una definición tan amplia acorta las diferencias y resalta los rasgos compartidos.
Pero dejemos a un lado la exagerada comparación de Piñera con Faúndez. La distinción más importante que oculta el calificativo de “emprendedor” es la diferencia existente entre los empleadores (sobre todo los pequeños empresarios) y el resto de los trabajadores independientes (por cuenta propia). En esto radica el trasfondo ideológico del concepto, en la medida que permite (sin decirlo) meter dentro de un mismo saco, o poner de un mismo lado, a los empresarios y al resto de los trabajadores independientes del país. Crea una ilusión que aúna sus necesidades e intereses frente al resto, omitiendo que la capacidad de contratar trabajadores marca una diferencia crucial desde el punto de vista productivo.
En términos simples, la situación del pequeño empresario que ha contratado 4 trabajadores en un taller mecánico no es la misma del repostero que produce y vende sus productos desde la casa y ambas, a su vez, son distintas de la situación del gran empresario que maneja una industria con más de 200 trabajadores. Sin embargo, podríamos hablar de todos ellos como “emprendedores”.
Para esclarecer este punto, se analizan algunos datos de la tercera Encuesta de Micro Emprendimiento, realizada en 2013 por la División de Estudios del Ministerio de Economía y el INE, con el objetivo de “obtener información de las actividades productivas y emprendimientos más pequeños del país”. Esta encuesta toma como población objetiva a los trabajadores por cuenta propia y los empleadores, construyendo su muestra a partir de los registros de la Encuesta Nacional de Empleo (NENE). La mayoría de los resultados se entregan agregando a ambos grupos en una misma categoría (los emprendedores), sin distinguir entre empleadores y trabajadores por cuenta propia.
Por ejemplo, en el boletín sobre microemprendimiento y formalidad se señala que aproximadamente un 48% de los emprendedores son informales. De acuerdo a la definición adoptada en este instrumento, un emprendedor es informal si no ha iniciado actividades en el SII. Al observar las cifras desagregadas para identificar el comportamiento de cada grupo, queda en evidencia el contraste de los emprendimientos de trabajadores por cuenta propia y empleadores. Mientras un 60% de los trabajadores por cuenta propia son informales, apenas un 23% de los empleadores presentan esta característica. Además un 17% de los trabajadores por cuenta propia formales ni siquiera ha constituido una empresa y se encuentra “boleteando” como trabajador independiente.
Pero no sólo esto, un 40% de los trabajadores por cuenta propia desarrollan su actividad o en su casa o en la calle (o transporte) y apenas un 12% en instalaciones propias o arrendadas para la producción. En cambio, un 43% de los empleadores cuenta con instalaciones para el desarrollo de su actividad y un 19% lo hace en la calle (o transporte) o su propia vivienda. Estos datos dan cuenta de condiciones económicas muy disímiles entre ambos grupos, pero por sobre todo de capacidades distintas para afrontar las dificultades del ciclo económico.
Desde el punto de vista del rendimiento económico de los “emprendimientos”, el contraste es aún más dramático. Un 52% de los empleadores declara ingresos o ventas mensuales por sobre los $600.000, cifra que sólo alcanza el 12% de los trabajadores por cuenta propia. En tanto, el 51% de los trabajadores por cuenta propia declara ingresos o ventas entre $0 y $193.000, incluso menos que el sueldo mínimo vigente.
Las diferencias en relación a la formalización de la actividad, la disponibilidad de infraestructura y el rendimiento económico permiten distinguir entre las actividades independientes orientadas al consumo familiar o sustento del hogar y las actividades independientes orientadas al crecimiento del capital invertido y las ganancias obtenidas. Contra estos antecedentes se insiste en agrupar bajo la misma rúbrica a los emprendimientos con características de empresa (más formales, con trabajadores y con mayores ingresos, orientados a incrementar su tasa de ganancia) y los que son más bien un trabajo independiente, sostenido con grandes esfuerzos contra los vaivenes del mercado (más informales, con bajos ingresos y orientados al consumo familiar).
Es de esperar que se reconozcan las condiciones materiales en las que cientos de miles de personas trabajan de forma independiente, sobre todo en el escenario de desaceleración económica que se avizora para el país. Pues más allá de los discursos adornados con frases de autoayuda empresarial, se requiere de políticas públicas que puedan fomentar y sostener la actividad de los trabajadores independientes. Pero, por sobre todo, se requiere de una real conciencia y organización de los trabajadores por cuenta propia, actualmente invisibilizados en una imagen pintoresca del emprendimiento popular, envasados en programas de TV que nos dicen que su futuro se parece más al de Mark Zuckerberg que al de sus vecinos y parientes.