Carlos Peña por años ha sido uno de los grandes díscolos columnistas del diario El Mercurio; sus ideas y cuestionamientos a una elite, por lo general, siempre fueron disonantes con las taxativas editoriales que el periódico de los Edwards ha producido por décadas y décadas, aspecto que lo convirtió en una pluma muy leída y respetada entre un cierto progresismo neoliberal que habla de socialdemocracia, cuando nunca estuvieron ni cerca de construirla.
Peña ha sido el terror de muchos políticos, ya que su escritura aguda e intelectualizada muchas veces causa confusión. Verse retratado en las páginas que el columnista ocupa los domingos, debe ser uno los sucesos fatales para cualquier persona que se dedica al ejercicio público, ya que también ha logrado transformarse en uno de los opinólogos de lo que “debe ser” por excelencia. Por lo menos en lo que a la elite progre se refiere.
Nicolás Eyzaguirre sabe perfectamente de lo que estoy hablando: Peña es la voz de la oposición al proyecto educativo del gobierno de Bachelet, desde un podio que muchas veces puede dar la impresión de independencia, por ser precisamente él quien manifiesta esta oposición. Pero lo cierto, es que sus críticas junto a la instalación del debate de qué es lo público, nadan en un mar de intereses que son parte de la construcción de un discurso que, aunque parezca desinteresado y analítico, la verdad es que no es más que otra de las aristas por las que cierto poder hegemónico se expresa.
Carlos Peña pasó de ser el cuestionador de una estirpe, a ser el mejor trabajador de ésta. Es cosa de ver los comentarios a sus columnas hoy en día, ya que quienes antes encontraban que su aparición en El Mercurio era una extraña manera en que el diario se abría a la “pluralidad de ideas”, hoy felicitan los textos del rector. Le aplauden sus ironías, y hasta le ven virtudes de escritor en cada uno de sus escritos.
Es la historia de la rebeldía en este país: quienes creen ser cuestionadores e irreverentes frente al poder-incluso diciendo cosas en contra del diario en que escriben- terminan siendo los adeptos más incondicionales a éste. No existen términos medios entre quienes creen tener un espíritu rebelde que resulta ser más bien de cartón. Y es por esto que son los más funcionales al sistema, y aunque dicen condenarlo a toda prueba, son los primeros en defender las cosas tal cual están.
La rebeldía de Peña construida al son de sus punzantes palabras, ha terminado siendo tal vez la mejor herramienta para que las ideas predominantes sigan ahí, fuertes y concisas frente a las voluntades de cambio. Más que críticas, lo que establece este polémico columnista es lo que él ve como la verdad, ya que desde el lugar en que escribe y plantea sus inquietudes, todo parece ser objetivo y carente de cualquier interés particular, como quienes dicen predicar “lo cierto” siempre lo hacen.
Hoy las columnas de Peña ya no son simplemente placenteras de publicar por la cantidad de visitas que siempre atrae a los portales de internet, sino también porque terminó entregándose y aliándose finalmente con los que criticaba, los que denostaba y que, al fin y al cabo, eran parte de lo mismo, de un mismo sentimiento hacia lo que se viene, o hacia lo que muchos desde un terror inventado quieren decir que se viene.
Hoy los reproches del abogado hacia La Moneda, son más dulzones y más agradables de leer un domingo en la mañana. Por lo menos un grupito así lo cree.