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Carta abierta a Ruth Olate, presidenta del Sindicato de Trabajadoras de Casa Particular

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Diego Vrsalovic Huenumilla
Por : Diego Vrsalovic Huenumilla Estudiante de Pedagogía en Historia, Geografía y Educación Cívica de la Universidad de la Frontera.
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Estimada Ruth:

No nos conocemos, no nos hemos encontrado nunca, vivimos probablemente muy lejos en esta tierra compartida llamada Chile. Sin embargo, nos une el mismo origen en esta tan diversa nación, pues usted dirige una corriente ninguneada, pisoteada a través de los siglos y, en algunos casos, resabio de la sociedad colonial. Usted es presidenta del Sindicato de Trabajadoras de Casa Particular y yo tuve la buena fortuna de poner, por esos azares de la existencia, el orgullo de mi vida en el centro del debate: A mi madre, a mi nana del alma.

Ambos conocemos la -muchas veces amarga- realidad del trabajo de las trabajadoras de casa particular. Porque no es fácil atravesar toda una ciudad para llegar donde el pasto es más verde, los árboles son más frondosos y las calles son mas limpias y anchas, allá lejos.

No es para nada simple lidiar con otra casa cuando en la propia se deja a los críos propios, o cuando Arjona y Pablo Aguilera acompañan los planchados de media tarde mientras se piensa en si los hijos habrán llegado del colegio.

Sin embargo, también conocemos el lado lindo: El del cariño, el de la preocupación por la familia ajena que se conoce durante años, el de la escucha silenciosa, el de la incondicionalidad con la patrona. Porque hay que decirlo también: Al análisis económico duro se le escapó que también en las relaciones contractuales podíamos querer, y mucho.

Pero quiero transmitirle, como actor en aquella navidad de 2011, mi admiración y gratitud por dar un paso que no cualquiera da: El de la lucha sindical. Es cierto, el de las trabajadoras de casa particular es un movimiento social en ciernes, pero que si se estudia como a la degustación de la alcachofa, con calma y dedicación hasta llegar al centro, es uno de los permanentes en toda nuestra historia, incluso desde antes de la República. Tristemente parece ser que, aunque vivimos mejor, seguimos igual. Estos años de la desazón, latentes desde 2006, parecen querer romper aquello.

Es que ese año 2011, incluso antes de esa navidad, tuvimos un terremoto de conciencia, en lo que me atrevería a señalar era parte del inicio de las postrimeras de la república neoliberal. Aquella indignante noticia de la obligación de usar uniforme puso el acento en la desigualdad aberrante de Chile, en esa que nos avergüenza ante la OCDE. No puedo sino decirlo con la misma crudeza en que lo manifesté hace más de tres años:

“Nuestra patria, ciudadanos, es una mezcla de muchos guetos en la que estamos casi condenados a nacer, crecer, reproducirse y morir. El que nació gerente tuvo un hijo que ocupó la empresa del papá y mandó al nieto a la mejor universidad. El que tuvo un padre político introdujo a su hijo a la política y al nieto ya lo tiene camino a ser Presidente. La nana tuvo la madre nana que trabajó en la misma casa con varios embarazos a cuestas casi hasta dar a luz, de sol a sol, tuvo una hija nana y una nieta en la que se ponen todas las esperanzas para que tenga un mejor pasar”.

Hoy estoy un poco más tranquilo, pues se están emprendiendo reformas que apuntan directamente a la raíz del problema. Sin embargo, debemos estar atentos pues la reacción conservadora del último tiempo nos quiere ganar nuevamente la partida. Quienes estamos en la defensa de derechos tan esenciales como a la educación o el trabajo, debemos estar al pendiente.

Es que esa reacción conservadora es la que permite que se legitime una vestimenta como distintiva y estigma de un estrato social distinto, es la que impidió muchos años reconocer las demandas de las nanas como parte de un movimiento o asociación sindical mayor. En síntesis, es la que impidió entrar sin el uniforme a la selecta mesa del club. Esa es la que impide avanzar.

Estimada Ruth, y a través suyo a todas las chilenas y todos los chilenos: No puedo, antes de despedirme, no reconocer el tremendo trabajo que significa sentarse a la mesa tanto con quienes llevan años en política y conocen cómo ganarnos la partida como con quienes tienen convicciones y están abiertos a escuchar. Ambos lo sabemos, no es para nada fácil. Y lo que es más admirable: Porque en sus palabras están los sueños y las aspiraciones del té La Rendidora, del trabajo difícil y de la esperanza cierta en el Chile mejor para los críos; los de las nanas y sus familias.

Un abrazo, porque me hace creer que estos años de la desazón se romperán si caminamos al mismo ritmo y con la misma fuerza. Un abrazo, por todo el pasado recorrido y por el presente de esa hermosa y antiestética nación que no aparece en El Mercurio.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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