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A los traidores del Instituto Nacional

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En menos de un mes, más de cien alumnos se han retirado del Instituto Nacional. ¿Huyen de las tomas? ¿Escapan acaso de los perversos grupos de izquierda? No, no tiene nada que ver con eso. Ocurre algo que muchos intentamos prevenir, inclusive legalmente, pero que nadie escuchó, ni siquiera los prestigiosos ex alumnos que hoy se regocijan cosechando los frutos que obtuvieron de una educación de excelencia por la que no se les cobró nada, y que prefieren -incluso desde sus cargos en el gobierno- hacerse los sordos o escribir columnas de vez en cuando para hacer gala de su pasado como “institutanos” y de paso levantar la voz indignados contra lo que llaman “el estado de decadencia actual”.

Quisiera informarles a todos ellos que si hay algo que destruye al “primer foco de luz de la nación”, no son las movilizaciones ni las perversiones de la juventud, sino un problema mucho más concreto: la implementación del sistema de ranking de notas para ingresar a las universidades.

El año pasado nos desgastamos en una oposición  fallida al nuevo experimento de selección que ahora nos muestra efectos más crudos, incluso, que los que los más “catástrofistas” preveníamos. No sólo el ranking no sirvió para nada a nivel nacional -las estadísticas prueban su fracaso estrepitoso- sino que ha causado el éxodo masivo de gran parte de los estudiantes.

La altísima exigencia a la que se les sometió durante todos estos años tenía por fin prepararlos para que pudiesen entrar a la universidad y competir a la par con aquellos jóvenes que, a diferencia de los del Nacional, lo tenían todo. Sin embargo, las bajas notas que implicó el rigor, se han convertido súbitamente en una condena.

Actualmente un alumno promedio del colegio no podría, ni obteniendo todos los puntajes nacionales posibles, entrar a una carrera como medicina. ¿Cuál fue su error? Aceptar una alta exigencia desde que iba en séptimo básico y confiar que algún día ese trabajo sería recompensado. Ahora, ese mismo alumno huye de la institución en la que creció y va en busca de otros colegios de peor nivel, pero cuyos rankings le den una oportunidad de entrar a la universidad y profesión que siempre quiso.

A este ritmo terminarán pronto por irse todos, a este ritmo se acabará -por fin para muchos- el bicentenario Instituto Nacional. Siendo esa la situación, sólo quisiera pedir una cosa: que no vayan después los cómplices de su muerte a llorar al funeral, pues no serán bienvenidos. Que no vayan los “institutanos” de las glorias pasadas a rasgar vestiduras, pues serán censurados, repudiados, no sólo por negligentes, sino por traidores.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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