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A 50 años del triunfo de Frei: los dos proyectos de poder del PDC y su encrucijada presente Opinión

A 50 años del triunfo de Frei: los dos proyectos de poder del PDC y su encrucijada presente

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Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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En el anterior periodo presidencial de Michelle Bachelet el partido sufrió una escisión de la que aún no se repone y ha vivido desde inicios del nuevo milenio subsidiado por su alianza estratégica con el PS (la propia elección de Walker es fruto de ese pacto), subsidio que en el nuevo modelo político impulsado por el gobierno puede acabar, debido a la no existencia de pactos…


Rafael Gumucio Vives, en una fecha tan temprana como 1955, sintetizaba, a través de la Federación Social Cristiana, el afán demócrata cristiano que se traducía en una “una simple fórmula, al mismo tiempo nacional y popular. Popular porque concentrará todos sus esfuerzos en elevar los estándares de vida de las clases menos privilegiadas. Nacional porque reclutará a los individuos capaces de llevar adelante una tarea urgente e inmediata que revela aquí y ahora los problemas del país”. Esa tesis combinada con “la penetración de las masas” que impulsaba otro de sus grandes ideólogos, Jaime Castillo Velasco, más el liderazgo de Eduardo Frei Montalva, comenzaban a hacer poderoso al nuevo Partido Demócrata Cristiano, que alcanzaría el 20% de los sufragios en la elección presidencial de 1958 y se abriría como una opción política alternativa al eje derecha-izquierda que había dominado el panorama político desde 1938. Ya en 1961 la edición de junio-julio de Política y Espíritu indicaba que “el partido es hoy la más grande fuerza en todas las universidades del país, la totalidad de cuyas directivas es demócrata cristiana”. George Grayson, uno de los tantos investigadores norteamericanos que vinieron a Chile a conocer de primera fuente los nuevos acontecimientos políticos y cuya idea fuerza era que si el PDC llegaba a resolver el problema social estaría en condiciones de ser una opción política en América Latina frente a las izquierdas, manifestará que “el PDC está genuinamente relacionado con el problema social, y ello añadido a la preparación de sus líderes aportará la precisión con que el partido obtendrá sus metas”.

Y vino la avalancha demócrata cristiana, pues a su predominio en las federaciones estudiantiles le siguió su hegemonía en los colegios profesionales y su inserción en sindicatos y poblaciones mediante la política de la “promoción popular” que anidó en juntas de vecinos y centros de madres. Es la época en que profesionales de éxito dejan a un lado el dinero y asumen el compromiso social de Frei, quien recorre el país y ciudad por ciudad va reclutando a una camada inédita de jóvenes profesionales que harán historia más tarde. Es el caso, por ejemplo, en Rancagua, de los médicos Ricardo Tudela y Nicolás Sánchez, movilizados directamente por Frei y quienes llegarán a ocupar altos cargos en el Estado. El tremendo esfuerzo que a lo largo de décadas realizó un puñado de jóvenes socialcristianos que se escindieron del viejo partido conservador dio sus frutos en 1964, cuando Frei obtiene una aplastante victoria ante el FRAP de Allende, que luego fue seguida del triunfo en ambas Cámaras, que permitió que hasta el portero de la sede obtuviese un escaño en el Congreso.

[cita]En el anterior periodo presidencial de Michelle Bachelet el partido sufrió una escisión de la que aún no se repone y ha vivido desde inicios del nuevo milenio subsidiado por su alianza estratégica con el PS (la propia elección de Walker es fruto de ese pacto), subsidio que en el nuevo modelo político impulsado por el gobierno puede acabar, debido a la no existencia de pactos…[/cita]

Y es que, además de su inserción en las masas, la Falange hizo otra apuesta que le permitió alcanzar la victoria: se casó, en medio de la Guerra Fría, con la opción norteamericana, a pesar de que en su seno siempre convivió otra alternativa (que encabezó Radomiro Tomic) más próxima al FRAP. En efecto, una de las vías para frenar –luego del shock de Cuba– el avance de las izquierdas en América Latina, fue la cooptación y estipendio de líderes que se expresó en ayuda financiera a esos movimientos –“tratar si es necesario mediante contactos directos […] de influenciar a elementos moderados de izquierda pero anticomunistas en movimientos políticos, sindicales y otros grupos reformistas, para identificar sus aspiraciones de reforma en cooperación con EE.UU. y, según sea oportuno utilizar su potencial como medio para limitar la influencia comunista” (NSC 5902/1, Statement of U.S. Policy toward Latin American, November 15, 1965). Y es que tempranamente el líder máximo del partido ya era observado por los servicios norteamericanos, y una primera referencia a él apareció en los informes del Office of Strategic Services (OSS) en 1941, en un texto que aludía a la Falange como la quinta columna y se caracterizaba a Eduardo Frei como uno de los “simpatizantes de Franco”. Prueba de la simpatía por el líder falangista es que ya en 1962, dos años antes de la elección presidencial, los servicios clandestinos de Washington entregaban 50 mil dólares al PDC, y una cantidad superior –180 mil dólares– era asignada a la persona de Eduardo Frei Montalva, quien, como se cuenta en el Informe Church, los recibió (National Security Council –NSC–, Cover Action in Chile, 1963-1973).

Y es que el PDC, sembró parte de su éxito en una relación privilegiada con los gobiernos norteamericanos, de los cuales recibió un abierto apoyo. Una vez llegado al gobierno puso en marcha sus grandes y reformistas promesas de campaña –reforma educativa, chilenización del cobre, Reforma Agraria y política de promoción popular– que le permitieron lograr un rotundo éxito en la política chilena y de cuya cuenta corriente el PDC sigue girando cheques hasta hoy. En efecto, la apuesta por un proyecto global le significó al PDC un éxito rotundo en el sistema político que, en sus mejores momentos, lo llevó a plantear la tesis “del camino propio” para “gobernar el país por treinta años”.

El PDC y el postpinochetismo

Mucho más tarde, y luego de haber perdido el gobierno y contribuido decisivamente al derrocamiento de Salvador Allende, con las honrosas excepciones de líderes como Leighton y Palma, un segundo gran proceso exitoso del PDC fue su apuesta por una alianza con el socialismo y, una vez cerrado el capítulo del atentado a Pinochet, por una salida institucional a la dictadura en el contexto del plebiscito de 1988, que luego dio lugar a pactos de transición con el régimen militar, lo que fue favorecido por el Departamento de Estado Norteamericano, que dejó caer a la dictadura de Pinochet cuando ya cesó de serle útil, marcando la transición que tuvimos, o lo que en pasillos se comenta que fue “el golpe blanco a Pinochet”.

Nuevamente el PDC fue capaz de leer los vientos de la coyuntura internacional cuando aún no caían los muros ni se derrumbaba la Unión Soviética. En ese proceso, que encabezó Aylwin, pero que tuvo como estrategas principales al ministro Secretario General de la Presidencia de Aylwin, Edgardo Boeninger, y a Genaro Arriagada, se hace común que la nueva intelectualidad demócrata cristiana viaje becada a Estados Unidos a hacer sus estudios de postgrado y se afiance la postura neoliberal al interior de la nueva coalición de gobierno. Ésta se hace más patente a partir de la ascensión a la presidencia del hijo del fundador de la Falange, Eduardo Frei Ruiz Tagle, cuyo gobierno cambia el eje del Ejecutivo desde las reformas a la modernización. Ese periodo fue en su inicio tremendamente exitoso para el PDC: fue durante dos administraciones el partido político más grande, eje del gobierno, de cuyas filas salieron los dos primeros presidentes de la transición.

En 1999, casi al concluir el gobierno de Frei Ruiz-Tagle y cuando ya se evidenciaban síntomas de descomposición en el PDC, el entonces diputado, y aspirante al Senado por la Quinta Cordillera, Ignacio Walker, publicaba el libro El futuro de la Democracia Cristiana,donde partía reconociendo la encrucijada en que se encontraba la Falange después de décadas de influencia política en el mundo y en Chile. Era la época en que diversos intelectuales vinculados al fenómeno democratacristiano en el mundo, como Martin Conway, José Casanova, Raymond Grew, Paul Sigmund o Carl Strikwerda, coincidían en que la era de la Democracia Cristiana en el mundo estaba llegando a su fin. Y si bien Walker reconocía parte del problema –pérdida de valores, transformación del PDC desde un partido de personas a uno de grupos animados por una despiadada lógica de poder cuya consecuencia es el deterioro de la vida interna–, era optimista respecto del rol y el papel del PDC en el nuevo escenario político y proponía volver a sus raíces: “… con Frei Montalva, podemos y queremos afirmar que ‘aún es tiempo’ y que depende exclusivamente de nosotros imprimirle a nuestra acción política un renovado espíritu, en el servicio de nuestros ideales de siempre, a partir de las ‘cosas nuevas’ que nos rodean y desafían en el umbral de un nuevo milenio”.

Pese al deseo de quien sería en el futuro presidente del PDC, lo cierto es que el partido no logró levantar cabeza y fue sufriendo una pérdida constante de poder social que no logró revertir a pesar de su influencia en el Estado. A la administración de Frei le sucedieron las de Lagos y Bachelet, y su candidato en las presidenciales de 2009 obtuvo la votación más baja de un aspirante concertacionista y fue derrotado ampliamente en segunda vuelta por Sebastián Piñera –también de origen DC–, quien intentó hacerse acompañar por significativos personajes del partido de la flecha, logrando sólo el fichaje de Jaime Ravinet. En el anterior periodo presidencial de Michelle Bachelet el partido sufrió una escisión de la que aún no se repone y ha vivido desde inicios del nuevo milenio subsidiado por su alianza estratégica con el PS (la propia elección de Walker es fruto de ese pacto), subsidio que en el nuevo modelo político impulsado por el gobierno puede acabar, debido a la no existencia de pactos que producirá una unión natural al interior del polo progresista, la que puede concluir dándole el tiro de gracia a una colectividad que se acostumbró a vivir de subsidios. Una que, contra su propia historia, hoy defiende privilegios. Que se fue a vivir al barrio alto y que no tiene cabida en un mundo posmoderno, laico y ecléctico, donde el orden mundial es multipolar. Y que, contra el propio argumento de Walker, no es caja de resonancia de ‘las cosas nuevas’ –fin al lucro, educación pública, reforma tributaria, nuevo ordenamiento institucional– sino que, por el contrario, se ha puesto en la defensa del orden existente.

Complejo epílogo para una organización que hace solo 50 años llegaba al poder por sí sola, que meses después controlaba ambas Cámaras, y ejercía una decisiva influencia en la sociedad chilena.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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