El aspecto visible de la operación político-comunicacional de la derecha chilena que estamos presenciando comenzó con la publicación de encuestas, cuyos resultados fueron luego convertidos en discursos de agenda por los principales medios y amplificados por los voceros políticos de la derecha en el Congreso.
El senador Pizarro acierta cuando habla de una ofensiva comunicacional contra el gobierno; aunque tal vez sería más preciso hablar de una ofensiva política que se realiza comunicacionalmente. La ofensiva es política, se trata de influir en la toma de decisiones gubernamentales, y la manera en que se lleva a cabo, la naturaleza de su realización, es comunicacional.
El aspecto visible de la operación político-comunicacional de la derecha chilena que estamos presenciando comenzó con la publicación de encuestas, cuyos resultados fueron luego convertidos en discursos de agenda por los principales medios y amplificados por los voceros políticos de la derecha en el Congreso. Si bien los resultados de las encuestas ofrecían datos acerca de diversos tópicos, se ha editorializado de manera concertada con dos: la reforma educacional no tendría respaldo mayoritario en la población; el gobierno estaría sufriendo una merma importante en su aprobación ciudadana. La ecuación que se propone es clara, lo uno sería consecuencia de lo otro. La apuesta es que, consiguientemente, se haga la inferencia de que es mejor frenar la reforma y cambiar el discurso (lo que se hace de cara a los medios), para frenar la caída ante la opinión pública (que muestran las encuestas).
Esta operación político comunicacional contra la reforma es con ruido, a diferencia de lo que ocurrió con la operación anterior, orientada a influir en la reforma tributaria. En el caso de esta última primó el sigilo hasta última hora. Como dijo el senador Zaldívar, “los acuerdos, este tipo de soluciones, muchas veces requieren una manera de hacer las cosas que no pueden hacerse de cara a la opinión pública”.
[cita]Mientras la derecha económica no necesita a la prensa para lograr su cometido, la derecha política logró pasar a la ofensiva que denuncia el senador Pizarro solo y exclusivamente por su alianza ideológico-discursiva con los principales medios de comunicación (que pertenecen a la derecha económica). En la actualidad la derecha política chilena no posee nada más: no tiene liderazgos que mostrar, ni siquiera puede lucir a su ex Presidente (¿a quién le importa lo que diga Piñera?).[/cita]
Esto es coherente y coincidente con lo que demuestran los estudios que han analizado cómo los grandes empresarios usan la comunicación estratégica: a menudo apuestan por el silencio y por la invisibilidad. Por el contrario, los políticos necesitan y aprovechan la comunicación ruidosa, ella permite gestionar la secuencia de los hechos y los formatos de la discusión pública.
Aunque la anterior operación contra el primer intento de reforma se hizo en silencio y esta segunda se hace con ruido, ambas persiguen lo mismo: incidir en la toma de decisiones gubernamentales, alterar los procesos de negociación y debilitar la voluntad popular expresada en las urnas, desnutriéndola con encuestas y discursos mediales.
Existe, eso sí, una importante e interesante diferencia: mientras la derecha económica no necesita a la prensa para lograr su cometido, la derecha política logró pasar a la ofensiva que denuncia el senador Pizarro solo y exclusivamente por su alianza ideológico-discursiva con los principales medios de comunicación (que pertenecen a la derecha económica). En la actualidad la derecha política chilena no posee nada más: no tiene liderazgos que mostrar, ni siquiera puede lucir a su ex Presidente (¿a quién le importa lo que diga Piñera?), no tiene relato con el que seducir a la opinión pública, disminuyó en sus preferencias electorales, está a punto de perder el sistema binominal, no tiene mayorías parlamentarias, no tiene unidad sino dispersión y, como lo denunció Evelyn Matthei en la campaña presidencial, ni siquiera tiene el apoyo tradicional de los empresarios. Antes bien, el mundo empresarial y de los negocios logró encontrar un modus vivendi con los gobiernos de la Concertación/Nueva Mayoría (los incestuosos encuentros en la casa de Juan Fontaine así lo confirman).
Así las cosas, a la derecha política sólo le quedan los medios y la comunicación: ahí están los productos mediático-comunicacionales como la entrevista de Carlos Peña al ministro de Educación o el video de Allamand contra la reforma educacional, video que es excusa para que el senador sea invitado a la televisión a hablar contra la reforma; luego, aparecen las encuestas de opinión que copan la agenda, etc.
Copar la agenda, obligar al otro a responder, a defenderse y a negar es, de hecho, el requisito para proseguir con la ofensiva. Nos es primera vez que la reforma educacional es tema principal de la agenda de nuestro país; sólo que esta vez entra al debate con una perspectiva diferente a la que tenía cuando el movimiento social lo (im)puso en agenda; si entonces apareció en la discursividad pública como un tema con sólido apoyo ciudadano, ahora el tema de la reforma educacional coloniza la agenda con la perspectiva de la elite, o sea, como una reforma con decreciente apoyo ciudadano.
Sabemos que esta ofensiva político-comunicacional complica al gobierno, lo que no podemos saber es qué efecto tiene realmente en la opinión pública. Sí podemos hipotetizar que logra sembrar cierta confusión en la ciudadanía y que no será fácil para el Gobierno salir de esa situación, pues en este tema de las reformas no puede ya haber medias tintas, o se está con la reforma y el movimiento social que la impulsó o se está con los grupos de interés que se oponen a ella, no hay otra, pues una nueva foto con las manos alzada al estilo 2006 está hoy fuera del horizonte de lo posible. Y pedirle a la Concertación, perdón, a la Nueva Mayoría que se defina radicalmente en temas como estos, con los que se disputa poder en serio, puede ser pedir demasiado.