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Dictadura de los tolerantes

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Bien por quienes, pese a estar expuestos a estos embates, siguen dando la batalla por lo que creen, aun cuando pudieran estar mediáticamente en desventaja frente a sus oponentes. Mal por aquellos que, siendo supuestamente los paladines de la democracia, la diversidad y la libertad, buscan imponer sus posturas a través de la descalificación.


Poco a poco el país está siendo víctima de la dictadura de los «tolerantes». Grupos que se autodefinen democráticos, defensores a ultranza de las libertades individuales y promotores de la diversidad, entre otros tantos alardeos públicos, se han convertido hoy en los sectores más intransigentes frente a quienes no comparten sus posturas y, más encima, se enfrentan a ellas.

Pobre de aquel que vaya en contra de lo que estos grupos promueven, ya que sufrirá los efectos de una maciza descalificación que, no yendo al fondo de la discusión, solo se limitará denostar a quien la ha proferido, tachándola de ridícula, ignorante y otros adjetivos que solo buscan silenciar esas opiniones.

Para ello, cualquier herramienta es válida: «trolleos» en las redes sociales, comentarios despectivos en medios de comunicación y «funas» en actos públicos, son parte de las estrategias empleadas por estos sectores para imponer sus posturas consideradas verdades absolutas e incuestionables, donde no hay posibilidad de debatirlas.

[cita]Bien por quienes, pese a estar expuestos a estos embates, siguen dando la batalla por lo que creen, aun cuando pudieran estar mediáticamente en desventaja frente a sus oponentes. Mal por aquellos que, siendo supuestamente los paladines de la democracia, la diversidad y la libertad, buscan imponer sus posturas a través de la descalificación.[/cita]

El caso de la senadora Van Rysselberghe, quien ha manifestado una postura contraria a la adopción de niños por parte de parejas del mismo sexo, o de aquellas voces que plantean reparos a las reformas tributaria y educacional, son algunos ejemplos recientes de esta intoleracia, donde se busca acallar –mediante la ridiculización y descalificación– las voces contrarias a la de estos grupos.

Es lamentable apreciar en ellos el exacerbado resentimiento con que plantean sus posiciones –muchas de ellas con marcado tono virulento–, donde a falta de argumentos e ideas –que de seguro las hay– abundan en consignas y eslóganes. No son pocos los que se dejan llevar por estas frases, cuyo contenido seductor y mediaticamente correcto, favorece su adhesión pública sin que haya un análisis o reflexión más acabada de la materia a tratar.

Bien por quienes, pese a estar expuestos a estos embates, siguen dando la batalla por lo que creen, aun cuando pudieran estar mediáticamente en desventaja frente a sus oponentes. Mal por aquellos que, siendo supuestamente los paladines de la democracia, la diversidad y la libertad, buscan imponer sus posturas a través de la descalificación.

En momentos en que se discuten temas de trascendencia para el desarrollo del país y la sociedad, no es oportuno ni conveniente acallar las voces contrarias que surgen del debate, utilizando para ello el amedrentamiento público y/o mediático, tal como se ha visto en los últimos casos.

Es el país el que pierde cuando la intransigencia se apodera del debate, impidiendo que las ideas y los argumentos permitan a los ciudadanos decidir sobre la base de una información completa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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