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El país de los huevones

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Sergio Fernández Figueroa
Por : Sergio Fernández Figueroa Ingeniero comercial de la Universidad de Chile. Ha ocupado cargos gerenciales en el área de Administración, Contabilidad y Finanzas, y se ha desempeñado como consultor tributario y contable en el ámbito de la Pyme.
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Más allá de la Tierra de los Inocentes, entre el Mar de la Tontería y la Cordillera de la Ingenuidad, se ubica el País de los Huevones.

Confieso hidalgamente que no recuerdo el gentilicio exacto que con que se conoce a sus habitantes (si seré…). Quizás huevonistas, huevoneses, huevonenses, huevonianos, huevoncianos, huevanos o algún otro que se me escapa. ¿Quién sabe? Me comprometo a hacer memoria y a investigar el tema y comunicárselo no bien dé con la respuesta correcta. Mientras tanto, sólo porque es el que más me agrada, en este artículo usaré huevoneses.

Lo primero que llama la atención cuando uno observa a este singular país, por muy superficial que sea la observación, es la enorme desigualdad y la drástica segregación existentes. Hay dos mundos ahí, claramente definidos y separados por un ancho abismo: el de los “huevoneses avispados” ―un pequeño grupo de privilegiados que concentra toda la riqueza y el poder político y económico, y que habita en una burbuja dotada de todas las comodidades y aislada por completo del entorno―, y el de los “huevoneses pasmados” ―la inmensa mayoría de la población, que vive en condiciones infinitamente inferiores a los anteriores, y fuera de la burbuja.

Existen quienes pretenden que hay un tercer segmento, los “huevoneses intermedios”, pero éstos o son “huevoneses avispados” venidos a menos, o “huevoneses pasmados” que a duras penas asoman la cabeza por sobre el nivel de su entorno. El grueso, la enorme mayoría, encaja en los dos primeros grupos (infinitamente más en el segundo que en el primero, en todo caso).

Lo extraño del asunto es que este inmenso desnivel no le llama la atención a nadie. Los huevoneses avispados lo consideran natural, incluso de origen divino. Para ellos, el mundo funciona así, no existe otra alternativa, por lo que lo mejor para todos es dejar las cosas tal como están. La excesiva desigualdad, según esta óptica, no representa un problema y, en consecuencia, nada hay que hacer para solucionarla.

Los huevoneses pasmados, por su parte, opinan igual, de manera que nada hacen para intentar reducir el abismo. ¡Tienen la misma opinión! ¿Se da cuenta? No importa que en el resto del mundo exista un gran número de países con mucha menor desigualdad, donde los sectores más desposeídos disfrutan de un nivel de vida muy superior a aquél al que ellos pueden acceder. Eso no los motiva. Ni siquiera les llama la atención. No son capaces, en un mundo globalizado como el actual, de mirar hacia afuera y preguntarse, ¿de verdad es natural tanta desigualdad? ¿Es cierto que el asunto no tiene remedio? Son huevoneses sufridos, cierto, pero sobre todo, son huevoneses despistados y resignados.

Su grado de resignación llega a tanto, que aceptan como dogma divino que el modelo de desarrollo implantado por los huevoneses avispados, al que llaman “neoliberal”, es exitoso, pese a que ha tenido al país entre las 15 peores distribuciones del ingreso del mundo durante 40 años. Ni siquiera lo cuestionan, ¿se percata? Ni cuando hay elecciones y triunfa el bando que, supuestamente, lleva las banderas de la equidad y la justicia, el modelo es puesto en duda. Se mantiene tan campante como siempre. Es importante señalar, en todo caso, que quienes lideran la coalición triunfadora son, también, huevoneses avispados, por lo que, difícilmente, se embarcarán en modificar algo que les es por completo favorable.

El grado de admiración por el modelo llega a tanto, que los huevoneses creen sinceramente que la única alternativa que existe frente a él es la planificación centralizada de países como Corea del Norte o Cuba. Por eso, cuando alguien osa criticarlo, es inmediatamente tildado de comunista.

Lo segundo que llama la atención en este particular país, es la carencia de derechos que afecta a la gran mayoría de los huevoneses pasmados. Ya que todo se vende, para recibir educación, salud, previsión y vivienda de calidad, estas sufridas personas tienen que adquirirla. Es su única posibilidad. Deben pagarla, cosa que normalmente no pueden hacer, porque es muy cara. No sólo eso, también para acceder a algo tan básico como la justicia tienen, necesariamente, que meterse la mano al bolsillo (leyó bien; en el país de los huevones la justicia NO es un derecho, sino un bien de consumo).

¿Qué ocurre entonces en el país de los huevones con quienes (la inmensa mayoría) no disponen de recursos para adquirir educación, salud, vivienda, una buena previsión y justicia? Pues, están liquidados. En este país “especial” existe lo que se denomina “Estado subsidiario”, que es un Estado que no se preocupa de los derechos de las personas, sino que entrega subsidios, esto es ayudas económicas destinadas a los huevoneses que no disponen del dinero necesario para adquirir dichos “bienes de consumo”. Estas ayudas son, desde luego, escuetas, casi irrisorias: salud, educación, vivienda, previsión y justicia sólo precarias, apenas para salir del paso, en condiciones de calidad al menos cuestionables; y se entregan sólo a quienes, a juicio de los huevoneses avispados, cumplen con los requisitos que ellos establecen. Es así como si los huevoneses pasmados no tienen recursos para defender sus derechos judicialmente, tienen que solicitar un subsidio, y si a juicio de la instancia que los otorga no reúnen los requisitos para recibirlo, quedan indefensos. Un huevonés enfrentado a un juicio ejecutivo, por ejemplo, si no puede pagar un abogado, no tiene defensa alguna.

En el ámbito judicial, los huevoneses avispados han inventado una curiosa institución denominada “privilegio de pobreza” (no es que yo esté escribiendo imbecilidades; en ese país existe esa institución, se lo juro). ¿Se imagina? ¡Privilegio de pobreza! Cuando usted, a juicio de un juez (que es, desde luego, un huevonés avispado), se encuentra en una situación tal que no puede pagar un abogado, el Estado le asigna uno. Eso, señor mío, en el país de los huevones es un privilegio y, como tal, accesible a muy pocos “privilegiados”.

Por cierto, el hecho de que en todos los países desarrollados el Estado juegue un rol preponderante, no es un tema que suscite la atención en este especial país. Allí, a pesar de lo señalado anteriormente, existe el total convencimiento de que el ideal sería que dicho organismo no existiese.

¿Qué pasó? ¿Lo dejé impresionado? Pues hay más… mucho más. Permítame mostrarle, a modo de potpurrí, algunas de las perlas que usted puede hallar sin siquiera necesidad de buscarlas.

En las últimas elecciones presidenciales que se registraron en el país de los huevones, la candidata ganadora usó, como bandera de campaña, el combate contra la desigualdad. ¿Puede usted creer que en ninguna parte de sus programas y políticas de gobierno se menciona cuál es su dimensión ni cómo medirla? ¿Puede entender que no se plantee siquiera un objetivo al respecto? Ni uno solo. O sea, la candidata ganadora va a combatir un flagelo cuya dimensión no se considera relevante, y lo va a hacer sin tener ninguna meta hacia la cual dirigirse. ¿Cómo lo halla? El paisito, ¿ah? A ese tipo de combate, donde no se sabe contra qué se pelea ni que hay que hacer para ganar, se le denomina el “combate huevonés”.

Todos los huevoneses, tanto los avispados como los pasmados, consideran que la concentración del poder no es un problema. Están convencidos de que no tiene efecto alguno sobre la desigualdad; que no es fuente de abusos de poder ni de aprovechamientos indebidos. Los huevoneses avispados han aprovechado esta circunstancia para relajar al máximo todos los controles estatales en la materia. Lo ideal es un estado ausente, dicen.

Así, en ese dichoso país las farmacias se coluden sin inconveniente alguno, y si ello llega a comprobarse, la sanción que se les aplica es dictar charlas de ética (a ver… se coludieron para aprovecharse de los consumidores, obtuvieron cientos de millones de pesos al cobrarles sobreprecios en algo tan sensible como los remedios, y se les sanciona con charlas de ética… ¡Charlas de ética! ¿Puede usted creerlo? Estos huevoneses… no tienen remedio). Ahora, si los laboratorios farmacéuticos entregan incentivos a los médicos para que receten sus propios medicamentos, que son obviamente los más caros, no hay sanción.

Además, en el país de los huevones la usura puede ser practicada legalmente. Los bancos tienen divisiones de crédito de consumo que cobran ni le digo las tasas, y nadie dice nada. Apenas alguna voz tímida plantea que hay que limitar la tasa máxima convencional, cosa que nunca se hace ni se hará, pues no les conviene a los huevoneses avispados. En la práctica, usted puede cobrar lo que quiera impunemente, como lo prueba una empresa de crédito prendario con respaldo de oro que cobra tasas del 10% mensual (Goldenex o algo así), y opera con numerosos locales a vista y paciencia de las autoridades huevonesas.

Otra perla: en el país de los huevones usted puede entregarle de manera gratuita por 20 años a sólo 7 familias la exclusividad de la explotación pesquera, y nadie le dirá nada (gratuita y por 20 años; hágase ésa). Puede tener la certeza, además, de que todos los parlamentarios huevoneses, oficialistas y opositores, estarán de acuerdo con esa medida. Peor que eso, si llegara a filtrarse que algunos de ellos han recibido importantes pagos de parte de las empresas beneficiadas para apoyarla o hacer la vista gorda, no se iniciaría investigación alguna. Menos habría sanción. Todos lo aceptarían sin ninguna clase de cuestionamiento.

Según lo ya expuesto, ¿dudaría usted de mí si le asegurara que en el país de los huevones el lobby no está regulado y no se fiscaliza? ¿Me pondría en tela de juicio si le planteara que los aportes de dinero a las campañas eleccionarias son secretos, y que la gran mayoría de los congresistas huevoneses se niega a transparentarlos (sin que ello genere escándalo alguno, desde luego)?

Otrosí: en este interesante país los huevoneses avispados decidieron hace algunos años liquidar la educación y la salud públicas (no es buen negocio tener sistemas públicos de educación y salud de excelencia). Para ello, las desmembraron, y entregaron los pedazos resultantes a diferentes personas, con capacidades, recursos, intereses, respaldo, compromisos, conocimientos, vocaciones y afinidades disímiles, sin capacitación, con múltiples preocupaciones adicionales y muchas veces con mínimos presupuestos, todo ello sin que nadie pataleara. Como era lógico (ningún sistema público sobrevive a una agresión de tamaña magnitud), ambos sistemas colapsaron. Sin embargo, pese a sus evidentes deterioros, se mantuvieron vigentes por décadas sin modificación alguna. Peor que eso, los opositores de los responsables de semejante barbaridad, cuando estuvieron a cargo del tema no sólo no los corrigieron, sino que dedicaron a profundizarlos. Se encargaron, qué duda cabe, de mejorar el negocio. Y pretenden mantenerlo, por lo que se sabe, ya que la reforma educacional que emprendió la nueva Presidenta de los huevoneses, considera permitir que quienes hacen negocio inmobiliario con sus establecimientos al día de hoy, con recursos públicos para más remate, puedan seguir haciéndolo sin inconvenientes en el futuro.

¿Y qué ocurre con los parlamentarios en el país de los huevones? Pues, tienen carta blanca. Pueden cometer variados tipos de ilícitos (conducir a exceso de velocidad, intentar amedrentar a la policía, enviar cartas personales con recursos públicos, hacer mal uso de los recursos que se les entregan para fines específicos, contratar como asesores a familiares cercanos o a correligionarios políticos, intentar darle el carácter de laboral a accidentes que evidentemente no lo tienen, etc.) y no recibirán sanción alguna. Pueden ser sometidos a procesos y condenados como autores de delitos (mal uso de fondos públicos, por ejemplo), y continuar ejerciendo como si nada. Pueden ser reelectos, incluso. Pueden obviar olímpicamente cualquier tipo de control orientado a averiguar si son o no drogadictos. Pueden faltar a todas las sesiones de sus respectivas cámaras si quieren, y ni siquiera perderán la dieta. Pueden asignarse a sí mismos los reajustes que deseen, sin control alguno. Incluso, asignarse dietas escandalosas, que más que duplican lo que ganaban hasta el momento del reajuste. Pueden hacer lo que quieran y nadie, ningún huevonés, dirá ni hará nada. Y tenga la certeza que tales irregularidades no figurarán en las campañas políticas, que ningún adversario las usará en contra de los infractores (por eso del techo de vidrio, imagino) y que éstos serán, casi con seguridad, reelectos.

Ahora, uno pensaría que en semejantes circunstancias la Presidenta electa procuraría tomar medidas que contribuyeran a mejorar el deplorable escenario planteado. Pues no. No sólo no tomó ninguna, sino que envió un proyecto sin justificación alguna que pretende ¡aumentar el número de parlamentarios! ¡Qué quiere que le diga! ¡Exijo una explicación!, como dice una caricatura muy popular en el mencionado país. Ahora, aquí hay una guinda formidable para la torta. La mandataria aseguró que, pese a las cuantiosas dietas y asignaciones de los nuevos parlamentarios y pese a las ingentes inversiones que deberán desarrollarse para acogerlos en sus funciones, la caja fiscal no tendrá desembolsos adicionales a los actuales. Leyó bien: todo el nuevo gasto y la mayor inversión necesarios, no le costarán ni un peso adicional al erario nacional. ¿Y qué cree usted que ocurrió? ¡Los huevoneses lo aceptaron! ¡Lo aceptaron! ¿Se da cuenta? Nadie lo cuestionó. Todos lo tomaron como si fuese lo más natural del mundo. Sólo un huevonés, de los pasmados, puede tragarse una rueda de carreta tan grande.

Termino mostrándole una joya tributaria huevonesa. En el país de los huevones, todas las empresas (chicas, medianas y grandes) son subsidiadas por el Estado, quien les regala la totalidad de los servicios públicos que consumen (iluminación, seguridad, urbanismo y vialidad públicas; una completa normativa civil, laboral, comercial y penal sin cuya existencia no podrían elaborar ni siquiera un contrato; un sistema judicial y una policía que les permite exigir el cumplimiento de los contratos; una sociedad en marcha que les permite operar, desarrollarse y crecer; etc.). Las empresas huevonesas no le reembolsan ni un peso al Estado por dichos servicios, porque los impuestos que pagan no son de beneficio fiscal, sino meros anticipos de los tributos personales de los empresarios. En todos los países desarrollados, las empresas pagan por los servicios públicos que consumen. En el país de los huevones, no. Sin embargo, nadie dice nada. Todos lo consideran normal. Es más, muchos defienden a brazo partido tal beneficio.

Ahora, la excusa que utilizan los huevoneses avispados para justificar tamaña barbaridad, ésa sí que es huevonesa extrema: la doble tributación. Hay que ser demasiado huevonés para tragarse una tontera semejante. Tal como el misterio de la Santísima Trinidad, tres personas distintas y un mismo Dios, podríamos llamar a éste el “misterio del duplo huevonés”: dos personas distintas y una misma renta.

La verdad, estimado lector, es que son muchas más las increíbles situaciones que se dan en ese país tan especial. Demasiadas como para reseñarlas en el menguado espacio de un artículo. Dan, de hecho, para escribir un libro. No obstante, la muestra expuesta puede, debiera incluso, servir como ejemplo. No vaya a ser que en nuestro país se tomen decisiones o se cometan omisiones similares. Tengamos cuidado. Hay que hacer todo lo posible para evitar que se nos endilgue el gentilicio aquél (huevonista, huevónico, huevonense, huevano… ¿cuál será el correcto? La duda me corroe) que aún no he sido capaz de traer de vuelta a mi memoria.

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