“A no ser que alguien tenga la sabiduría de un sabio, no puede usar espías, a menos que sea benévolo y virtuoso, no puede emplear espías; a menos que sea sutil y perspicaz, no puede percibir la sustancia de los informes de inteligencia. ¡Es sutil, es sutil ! No hay áreas en las que uno no use espías” (Zun-Tzu)
Es difícil gozar de todas esas virtudes por separado, y menos en conjunto. Al final, siempre se requiere del espía. ¿Habrá algún Estado que haya prescindido de ellos? Me cuesta creerlo. ¿Alguien cree que los sujetos del FBI, esos de las películas, esos que se infiltran a lo Dony Brasco, en la redes de la mafia, no son efectivos? ¿No será que como sociedad nos queremos convencer de que son innecesarios? Nos gustaría creer que la maldad sólo está en las películas.
Creer que los espías no existen, que un ejército en la guerra no enviará una avanzada para, al menos, saber cómo es el terreno y cuántas tropas tiene el enemigo, es no entender la realidad. No saber esa información sería una fatalidad para un estratega y, peor aún, para un gobernante que tiene a su cargo miles de vida.
Los espías existen, los infiltrados también. El punto está en que en los Estados serios, éstos son orgánicos, es decir, obedecen a un principio que podemos denominar “Razón de Estado”. Ello no garantiza -pero al menos limita- uno de los problemas de su existencia: la necesidad de obedecer a un gobierno de turno. Dicho sea de paso, fue el gobierno de Sebastián Piñera el que destrozó la Agencia Nacional de Inteligencia, ANI. A su juicio, ya era ineficiente. En su afán de hacer públicos sus “no éxitos” en materia de seguridad y delincuencia, le dio una notoriedad mediática, que en un país serio no va con ningún organismo de inteligencia.
El párrafo con el que comienzo esta columna, es del libro “El Arte de guerra” de Zun-Tzu, escrito hace 2 mil años. Con esto no quiero hacer una apología a los espías, más bien dejar en evidencia que si este clásico se sigue citando una y otra vez, por algo será. Por lo tanto, conviene poner las cosas en cierta perspectiva pragmática, que puede ir de lo más elemental, como por ejemplo saber qué dicen los amigos de uno, lo que se dice del vecino de la casa de más allá, lo que dice un pueblo entero sobre el gobernante.
El punto es despojarnos de las vestiduras dictatoriales. No creer que una agencia actual será como la nefasta CNI o DINA. Esas no fueron agencias de inteligencia, fueron agencias encargadas de liquidar a personas con el propósito de infundir miedo, de reafirmar la existencia de un enemigo interno.
El Estado requiere una agencia de inteligencia. Todo Estado la tiene. Pero, claro, hablamos de un Estado democrático. Las dictaduras las tienen para proteger a perpetuidad su poder en el gobierno; las democracias, los tienen para perpetuar en el tiempo las instituciones consensuadas. En teoría, esa es la gran diferencia. Se requiere una agencia porque existen problemas globales: pedofilia, prostitución, drogas, mafias organizadas, terrorismo, etc. También existen sujetos que son anti-sistema, grupos ecologistas extremos, anarquistas violentos, en fin.
Otra arista del problema pareciera ser que este tema se lleva al terreno de la emoción y no de la razón. Todos los estados tienen sus agencias de inteligencia, con más o menos glamour: la CIA, en Estados Unidos; el MI-5 y MI-6 de Reino Unido; BND de Alemania; el Mossad de Israel; y la del Vaticano, la mejor de todas, ya que no hay ni siquiera acuerdo en cómo llamarla. Todas deben hacer más de lo que dicen que hacen, y eso es obvio.
Y para terminar con en el bueno de Zun–Tzu: “El conocimiento por adelantado no se puede obtener de los fantasmas y espíritus, inferirse de los fenómenos proyectados por las medidas del cielo, sino que debe ser obtenido de hombres, porque se trata del conocimiento de la verdadera posición del enemigo”.
Si esto no es pragmatismo, es sentido común.
(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl