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En defensa del domingo

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Manfred Svensson
Por : Manfred Svensson Profesor de Filosofía
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No estamos, pues, ante un caso más de una “retroexcavadora” socialista, sino ante algo que es perfectamente compatible con la defensa de una robusta libertad de emprendimiento. Pero implica reconocer que la libertad económica no es la regla última de la existencia, sino que pende de un marco mayor. Prohibirnos ciertas actividades en ciertos momentos puede así ser reconocido como un muro de contención para defender la dignidad humana.


La discusión sobre el cierre del comercio los días domingos tras las 17:00 horas ya ha permitido que oigamos dos tipos de voz: la de quienes ven aquí una defensa de la dignidad de los trabajadores y la de quienes ven un atentado a su libertad. Unos celebran el avance hacia condiciones de un Estado de bienestar (un Estado de bienestar que dura las últimas tres o cuatro horas del día domingo); otros ven la pérdida de esas horas como un retroceso de un par de décadas.

La verdad es que no tiene sentido plantear la pregunta en simples términos de desarrollo o subdesarrollo: hay países desarrollados con una vida comercial 24/7, y hay países desarrollados en que se preserva un espacio de descanso cuidadosamente resguardado por la ley y la cultura. No es desarrollo o subdesarrollo, sino modelos de desarrollo lo que está en cuestión. Pero eso significa también que la simple alternativa entre velar por los derechos de los trabajadores y la libertad de los mismos y/o de los empresarios es insuficiente. La pregunta por el domingo es una pregunta por el tipo de sociedad que buscamos forjar en común.

Que las otras dos alternativas sean insuficientes no significa que sean impertinentes. Cada una puede levantar adecuadas preguntas. Quienes aquí saltan en defensa de la libertad no se encuentran exclusivamente abogando por la del empresariado, sino también por la de quienes optan, por ejemplo, por trabajar de modo exclusivo los fines de semana en virtud de la diferencia en el pago por esos días; muchos tienen una genuina preocupación, además, por el efecto que leyes como la discutida tienen sobre el empleo. Quienes se preocupan, por el contrario, por la defensa del descanso dominical, tienen argumentos igualmente fuertes a la vista, tanto que apenas requieren ser esbozados.

[cita]No estamos, pues, ante un caso más de una “retroexcavadora” socialista, sino ante algo que es perfectamente compatible con la defensa de una robusta libertad de emprendimiento. Pero implica reconocer que la libertad económica no es la regla última de la existencia, sino que pende de un marco mayor. Prohibirnos ciertas actividades en ciertos momentos puede así ser reconocido como un muro de contención para defender la dignidad humana.[/cita]

Con todo lo que se puede y debe conceder a esas dos perspectivas, en este tema debemos volver más visible que se juega no simples derechos y libertades, sino un espacio/tiempo en común. Se trata no simplemente de los derechos y libertades de consumidores y trabajadores, sino de que con la trivialización del domingo la semana de hecho nunca acaba, para nadie. Detenerse, en cambio, es pasar a participar al menos por un momento de una lógica en común: los privilegiados y los de esfuerzo pueden pasar unas mismas horas con sus familias, y en ciudades menos segregadas que Santiago se toparán en unos mismos lugares. No es solo descanso para el trabajador, también el empresario puede captar que no siempre tiene que estar haciendo algo, que el temor a ser sobrepasado por la competencia tiene que ceder al menos por un día.

No estamos, pues, ante un caso más de una “retroexcavadora” socialista, sino ante algo que es perfectamente compatible con la defensa de una robusta libertad de emprendimiento. Pero implica reconocer que la libertad económica no es la regla última de la existencia, sino que pende de un marco mayor. Prohibirnos ciertas actividades en ciertos momentos puede así ser reconocido como un muro de contención para defender la dignidad humana. Es aquí, en un día libre tenido en común, que se ve que el hombre no está sobre la tierra simplemente para hacer algo. Aquí, en el día no funcional, queda claro que el hombre no está llamado a ser esclavo, que habiendo aún señores y siervos, un día todos nos podemos comportar como señores.

El pensador judío Joshua Heschel escribió en una ocasión que así como durante seis días dedicamos tiempo a ganar espacio sometiendo a la tierra, en el sabbath simplemente recibimos tiempo. El teólogo protestante Karl Barth calificaba por lo mismo el día de reposo como el “evangelio de la ley”. Judíos y cristianos difieren por supuesto respecto del día a santificar, pero coinciden en este peculiar lugar que ocupa. Situado entre los mandamientos dirigidos con exclusividad a Dios y los que se dirigen a los hombres, el día de reposo se encuentra como una bisagra que articula ambas dimensiones. También quien ve la idea de mandamientos divinos con distancia puede comprender, sin embargo, que algo peculiar, que podríamos llamar sagrado, se juega en esa capacidad de interrumpir la lógica que domina el resto de la semana. No es que dicha lógica sea necesariamente perversa, pero mantiene su salud solo en su disposición a ser interrumpida.

Darle importancia a cuestiones como ésta tendría, por lo demás, una capacidad inaudita para rearticular las coordenadas de nuestra discusión pública, obligándonos a ir algo más allá del eslogan. Baste con pensar en lo descolocado que queda ante temas como éste quien tenía por suficiente describirse como “liberal en economía, conservador en moral”. Nadie debe ocultar, con todo, las dificultades prácticas que el moverse en la nueva dirección entraña. Piénsese, por ejemplo, en quienes trabajan el domingo a la espera de algo mejor, en los estudiantes que con dicho trabajo sustentan su estudio el resto de la semana. Una creciente protección del domingo pasa por supuesto por mayores posibilidades de trabajo para los jóvenes durante el resto de la semana. Es por eso, entre otras cosas, que un cambio como este tiene que ser gradual.

Así, aunque tiene algo de ridículo lo de las cinco de la tarde, cuando el día virtualmente ha pasado, no carece de todo sentido. Contribuye a iniciar una discusión que tal vez dure décadas, pero de la mano de pasos concretos. No es como para hacer un monumento a los impulsores, y tal vez debiera ser mirado con alguna cautela el que esta norma se proponga en medio de la avalancha de propuestas de ley sobre cuecas, memes y uso de la sal. In corruptissima re publica plurimae leges. Pero a veces la ley tiene que intervenir, para vergüenza nuestra. Es de esperar que tal vergüenza nos mueva a desarrollar una amplia cultura del cuidado del domingo, que se anticipe a la ley en lo que respecta a las horas previas a las 17:00.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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