Un indígena de Presidente en Bolivia era juzgado para entonces como algo constitutivo de una anomalía. En circunstancias que la anomalía consistía exactamente en el fenómeno contrario. Lo anómalo y escandaloso era en verdad que hasta entonces, y por cientos de años, en un país tan abrumadoramente constituido por indígenas, jamás hasta un indígena hubiese podido alcanzar la máxima magistratura de la nación. Aunque sí lo hubiese logrado, hay que recordarlo, incluso un sujeto que hablaba español con dificultad.
Cuentan que Evo Morales, estando recientemente en Nueva York y reunido con el Consejo de las Américas, relató a los oyentes que su padre, siendo él un niño, solía sacarle las muelas cariadas con una piedra. El relato de esta anécdota seguramente debe haber estremecido de horror y causado el estupor d sus conspicuos oyentes, pero con certeza aquella revelación no debió causar tanto impacto como lo que les confidenció a continuación, cuando les dijo que, habiendo llegado por primera vez a la Presidencia de Bolivia, todavía no lograba comprender cómo se producía la inflación.
Recuerdo perfectamente las circunstancias que rodearon esa primera elección de Morales. Especialmente, el escepticismo y los comentarios sarcásticos, burlones y hasta crueles que suscitó en varios círculos de opinólogos su llegada como flamante mandatario al Palacio Quemado.
Llegaba a la Presidencia de Bolivia un ex dirigente sindical cocalero, un indígena que lejos de ocultar su condición la exhibía con orgullo, un caudillo con una larga historia de beligerancia, un hombre de izquierda virtualmente carente de educación formal. Y todo aquello era observado, desde fuera de Bolivia y entre no pocos chilenos, con suspicacia y un dejo inocultable de condescendencia y hasta de conmiseración por el castigado pueblo boliviano, el que se suponía estaba pronto a experimentar una nueva frustración.
Acostumbrados, como estamos los latinoamericanos, a que nos gobiernen una y otra vez personajes salidos casi exclusivamente de nuestras clases acomodadas, ilustradas y minoritarias, un indígena de tomo y lomo como Presidente, era para no pocos algo difícil de tragar y digerir.
[cita]Un indígena de Presidente en Bolivia era juzgado para entonces como algo constitutivo de una anomalía. En circunstancias que la anomalía consistía exactamente en el fenómeno contrario. Lo anómalo y escandaloso era en verdad que hasta entonces, y por cientos de años, en un país tan abrumadoramente constituido por indígenas, jamás hasta un indígena hubiese podido alcanzar la máxima magistratura de la nación. Aunque sí lo hubiese logrado, hay que recordarlo, incluso un sujeto que hablaba español con dificultad. [/cita]
Un indígena de Presidente en Bolivia era juzgado para entonces como algo constitutivo de una anomalía. En circunstancias que la anomalía consistía exactamente en el fenómeno contrario. Lo anómalo y escandaloso era en verdad que hasta entonces, y por cientos de años, en un país tan abrumadoramente constituido por indígenas, jamás hasta un indígena hubiese podido alcanzar la máxima magistratura de la nación. Aunque sí lo hubiese logrado, hay que recordarlo, incluso un sujeto que hablaba español con dificultad.
Se supuso entonces, muy equivocadamente, que el sujeto que acababa de encaramarse a la Presidencia, seguramente con malas artes, no podía durar mucho en semejante posición, y que su pronta defenestración daría fatal continuidad al ciclo de conflictividad e inestabilidad política y social en que Bolivia yacía sumida desde tiempos inmemoriales. La misma que supuso una seguidilla interminable de presidentes efímeros, de asonadas, cuartelazos y golpes de Estado sin fin. Esa inestabilidad, hay que recordarlo, que, hasta hace poco más de una corta década, hizo a más de alguna voz autorizada llegar a definir a Bolivia como un “Estado Fallido”.
Mirado en retrospectiva, hay que admitir hoy que esa primera elección de Morales tuvo las características de un suceso histórico. Un evento que, como en la actualidad se admite ampliamente, vino a trastrocar positivamente el curso de la historia de Bolivia en muchos sentidos.
Lo que ha logrado Evo Morales al ser reelecto por tercera vez consecutiva con una mayoría tan aplastante y abrumadora, constituye una genuina proeza política y electoral.
Es una proeza política, porque Evo Morales ha demostrado por sobre toda duda razonable que, más allá o más acá de su conocida retorica radical y no pocas veces confrontacional, el suyo es un liderazgo consistente, responsable y legitimado una y otra vez en las urnas.
Que Morales haya alcanzado la friolera del 60% de los votos en primera vuelta, bajo una circunstancia en que en todos los países en que rigen sistemas democráticos y competitivos los comicios de resuelven en segunda ronda y por porcentajes siempre estrechos, hace que no sea un dato menor apreciar que el desempeño electoral de Morales demuestre semejante resultado. Lo que de paso refleja que su liderazgo no solo ha logrado sustraerse, de modo inusual, al desgaste natural y esperable de un ya largo ejercicio en el poder, sino que, por el contrario, ha logrado incrementar sustantivamente su apoyo ciudadano.
Desde el punto de vista de los rendimientos reflejados en cifras constantes y sonantes, que es como a fin de cuentas son corrientemente juzgadas las administraciones políticas, Evo ha logrado disminuir sensiblemente los índices de pobreza, ha mantenido la inflación a raya, disminuido el desempleo, incrementado el PIB, las reservas internacionales y el ingreso per cápita. Y ha hecho posible que la economía Boliviana crezca a un promedio de 5,5 por ciento en los últimos diez años. Incluso hoy, en que la desaceleración económica constituye una constante en prácticamente todas las economías latinoamericanas.
Adicionalmente, en su empeño por incrementar los estratos medios con la inclusión de sectores campesinos e indígenas tradicionalmente excluidos, Evo ha conseguido visibilizar a estos sectores, dotándolos de personalidad y capacidad de exigir sus derechos. Según se aprecia, hoy en Bolivia, por primera vez, las grandes mayorías del Estado Plurinacional se sienten incorporadas al proceso de desarrollo nacional del que ya no son meros espectadores. Y aquello tiene consecuencias políticas, sociales, culturales y evidentemente electorales.
Contra todo cálculo, en Bolivia además han desaparecido del horizonte las amenazas separatistas, especialmente desde Santa Cruz, que hasta no hace mucho amenazaron seriamente la integridad territorial. Las tensiones se han disipado y Morales ha ganado adeptos incluso en aquellos departamentos que tradicionalmente constituyeron la plaza fuerte de sus opositores, como lo refleja su triunfo en la propia Santa Cruz, en Beni, Pando y Tarija, regiones de la llamada “Media Luna de Bolivia”.
Pragmáticamente, Evo ha pactado con el empresariado de Cochabamba y Santa Cruz y simultáneamente con la Confederación Obrera (COB), demostrando gran instinto, pragmatismo, capacidad de maniobra y agudeza e intuición política. Todos, conocimientos y talentos que no se enseñan ni se adquieren en las facultades de ciencia política o de economía, y que Evo absorbió en su larga experiencia como líder sindicalista.
Evo ha alcanzado el 60% de los sufragios, conseguido 80 diputados de un total de 130 y 24 senadores de 36, con lo cual se alza con la mayoría del Parlamento. Su victoria tiene carácter nacional, pues ha ganado en 8 de los 9 departamentos bolivianos y queda en posición de seguir impulsando los cambios políticos, económicos, sociales y culturales que su administración viene empujando.
Bolivia tiene hoy un líder indiscutiblemente sólido y reconocido a los fines de su conducción interna. Y desde el punto de vista de su despliegue externo, Evo Morales ha vuelto a demostrar que constituye un interlocutor válido e incuestionablemente legítimo con el cual dialogar y eventualmente pactar.