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La esencia de la reforma: una educación para vivir la biología del amor

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Cristián Briones
Por : Cristián Briones Director Ejecutivo Fundación Educándonos. @F_Educandonos
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Debemos dar el espacio para que nuestros niños y niñas puedan ir configurando sus propios mundos y no como ahora, que con el trascurso de su educación los tratamos de amoldar al mundo existente cercenando su potencial.


La discusión de la reforma educacional continúa de manera intensa a nivel político, centrándose la primera parte de la misma en el fin al lucro, el copago y la selección. Esta sección de la reforma tiene un fuerte relato económico, buscando asignar mejor los recursos, afinando la puntería hacia una educación más integrada y equitativa.

Como indiqué en la columna anterior, siendo estos aspectos necesarios para una nueva educación, no son suficientes para cambiar la existencia que estamos viviendo, la forma en cómo conversamos y nos relacionamos, en definitiva, nuestra cultura. La segunda parte de las reformas, carrera y formación docente junto a los ajustes pertinentes del currículo, resultan fundamentales para esta transformación. En esta etapa emerge la duda respecto a qué espacio real se va a dar en todo el sistema educativo a la reflexión desde la emoción y a la posibilidad del error.

Los cambios se producen cuando a las personas se les enseña o permite la reflexión desde la emoción y no solo desde la razón. La reflexión solo desde la razón nos ha llevado a soluciones economicistas y utilitaristas a cargo de unos pocos. Lo que cambia y lleva a otro estadio a una sociedad será la reflexión desde la emoción. ¿Qué significa esto? Reflexionar desde lo que somos y nuestra relación con el otro, es decir, en la convivencia. La razón tiende a negar al otro ya que mi reflexión se basa en verdades que niegan al otro, que no están sujetas a discusión; en cambio, la reflexión desde la emoción permite la discusión de ideas, ya que nadie asume sus verdades como irrefutables ya que nacen desde su propia historia, del propio vivir que ha vivido. Con esto se da espacio para aceptar al otro como un legítimo otro en la conversación y se puede llegar a acuerdos. Para reflexionar y conversar desde la emoción tenemos que estar dispuestos a explicar y defender nuestros fundamentos íntimos, que nacen de nuestra historia vivida, sobre la que se basan nuestras verdades. Esto dará espacio a una verdadera discusión, lo cual es un desafío gigantesco para una población acostumbrada a las apariencias y a asumir verdades.

[cita]Debemos dar el espacio para que nuestros niños y niñas puedan ir configurando sus propios mundos y no como ahora, que con el trascurso de su educación los tratamos de amoldar al mundo existente cercenando su potencial.[/cita]

Complementando lo anterior, cito a Humberto Maturana: “No es la razón la que guía lo humano, es la emoción. Los desacuerdos nunca se resuelven desde la razón, se resuelven desde la cordura”.

Al parecer, al sistema actual le interesa que no pensemos o que pensemos solo desde nuestra razón, desde verdades que aceptamos como irrefutables, muchas veces sin entender la reflexión desde el propio vivir que estamos viviendo y que hemos vivido.

El sistema educativo chileno adolece de manera brutal de espacios donde se practique la reflexión desde la emoción, ya que nada se aprende sino desde el hacer. Es imposible llegar a ser una sociedad desarrollada si en la escuela, colegios, liceos y universidades hay escasos espacios de reflexión.

Es fundamental incorporar este tipo de trabajo en todos los estamentos educacionales, pues la reflexión “es un arte que debe aprenderse, y para aprenderse debe vivirse”. Para llegar a un nivel de comprensión superior y no quedarnos en la mera memorización.

Otro aspecto relevante es que en nuestro educar aceptemos el error como un parte intrínseca del proceso educativo. No todo lo que hacemos debe salir bien, por lo general, tiende a salir más o menos, pero no por ello deja der ser significativo. En nuestra sociedad del exitismo, si no sale perfecto no sirve y eso atenta contra los procesos de enseñanza, donde el miedo a que no salga bien, fracaso le llaman algunos, invalida la creatividad. Aprendemos solo a seguir los cánones que nos dicta el Simce, no hay opción de desvíos o muchos espacios para equivocarnos o hacer de otra manera las cosas.

Debemos dar el espacio para que nuestros niños y niñas puedan ir configurando sus propios mundos y no como ahora, que con el trascurso de su educación los tratamos de amoldar al mundo existente cercenando su potencial.

Por lo anterior, es relevante que la reflexión desde la emoción y el error la entendamos como parte consustancial de los procesos de aprendizajes.

Esperemos que estos aspectos no se queden fuera de la reforma, ya que son algunos de los que nos permitirán, como diría Humberto Maturana, vivir en la biología del amor, es decir, “atrevernos a ser nosotros mismos, atrevernos a dejar de aparentar, atrevernos a ser responsables de nuestro vivir y no pedirle al otro que dé sentido a nuestro existir”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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