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El problema con los «papás» de Nicolás

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Si se considera que el impulso sexual del ser humano tiene un fin propio, independiente de la voluntad del individuo, la desviación de este fin es un desorden. Enseñar a los niños que lo que es un desorden es algo normal está mal. Pero hoy en día casi nadie acepta nociones de naturaleza, fin y orden que la voluntad o el deseo personal no puedan cambiar, menos en el ámbito sexual.


El libro Nicolás tiene dos papás (que suena muy parecido a uno en inglés llamado Heather has two Mommies) sigue dando que hablar pero a pesar de todo lo que se dijo, la mayoría de los comentarios al libro y a su intento de distribución hicieron el quite al fondo del asunto. Se dijo que suponía una injusticia para los más pobres, que no pueden elegir a qué jardín infantil mandan a sus hijos; que implicaba mentirle a los niños, puesto nadie nace de dos papás; que se estaba adoctrinando a quienes no podían decidir por sí mismos; que se estaba instrumentalizando a los niños en una disputa aún no resuelta entre adultos, etc.  Por otra parte, se argumentó que el cuento mencionado lo que hace es mostrar la diversidad de la realidad, o que se trata de enseñar tolerancia y respeto.

Las posturas de uno y otro lado evitaron hacer y defender un juicio sobre las uniones y prácticas homosexuales. Con otros supuestos, sin embargo, las conclusiones serían distintas. Nadie se inquieta porque en Chile se enseñe que Bolivia inició la Guerra del Pacífico; eso no es adoctrinamiento ni tampoco instrumentaliza a los niños en una disputa no resuelta entre las Cancillerías de ambos países. Tampoco nadie diría que un cuento titulado El papá de Nicolás es narco simplemente muestra una realidad social que otros quieren esconder y que lo que importa es mostrar respeto hacia los hijos de narcotraficantes.

En ambos casos ya hay un juicio moral previo. Entre los que se opusieron a la distribución del libro, salvo pocas excepciones (y honrosas, porque se atrevieron a manifestar su conciencia), nadie hizo pública su opinión acerca de las uniones y práctica homosexual. Parece que hay miedo en el ambiente y que ese miedo llega a la política, la academia y los medios de comunicación. Eso no es bueno para el diálogo y el debate entre personas, ni para la comprensión de temas complejos.

Tampoco es fácil hacerse entender en un tema que despierta pasiones tan fuertes y que divide aguas tan profundamente entre tolerantes y odiosos, entre buenos y malos. Sin embargo se puede hacer una consideración, entre muchas posibles, que ayude a aclarar aguas tan revueltas. Se trata de la distinción entre personas y grupos de personas. Que todos los seres humanos seamos iguales en dignidad, o que un ser humano sea igual a cualquier otro, no implica que las uniones entre seres humanos sean iguales unas a otras. No es lo mismo un grupo de jóvenes que se junta para ir de trabajos de verano que un grupo que se junta para carretear. No hace falta decir que cada uno de esos jóvenes merece el mismo respeto que los otros, pero que los respectivos grupos no. De la misma manera, las uniones de personas del mismo sexo no son equiparables a uniones entre personas de distinto sexo, porque las primeras no pueden –por mucho que lo intenten– hacer lo que hacen las segundas: actos de tipo reproductivo, para los cuales es necesaria la complementariedad de los sexos. Eso no es menoscabo, es la realidad de las cosas.

Una segunda consideración, y que se deriva de lo anterior, es la consideración moral de la práctica homosexual. Si es positiva, entonces no habría problema en entregar el libro a niños pequeños, pero es precisamente por esto que existe oposición. La cuestión es compleja, ya que exige pensar más allá de las consignas y categorías de esta época.

Pareciera que la moral individual no existe, que él único criterio de bondad es la ayuda (material) a otros y que el único criterio de maldad es el daño (material) a otros, como si no hubiera previamente una armonía interna que ordena la relación con los demás. En este contexto es obvio pensar que lo que hagan dos adultos en privado con previo consentimiento no puede ser malo, y por lo mismo nada se les puede decir a los “papás” de Nicolás.

Por lo mismo, en el ámbito sexual sólo se considera inmoral una conducta que dañe a otro. La noción de que exista una función propia de las inclinaciones humanas, y por lo tanto un buen o mal uso o gobierno de ellas es algo que está fuera del horizonte. Sin embargo habría que reconsiderar si el criterio de bondad o maldad, de patología o normalidad, está dado sólo por el daño. Si se considera que el impulso sexual del ser humano tiene un fin propio, independiente de la voluntad del individuo, la desviación de este fin es un desorden. Enseñar a los niños que lo que es un desorden es algo normal está mal. Pero hoy en día casi nadie acepta nociones  de naturaleza, fin y orden que la voluntad o el deseo personal no puedan cambiar, menos en el ámbito sexual. Al final, el debate no es acerca de la homosexualidad propiamente tal, es sobre el hombre y la estructura de la realidad, y es un debate muy largo, que comenzó mucho antes del ‘68.

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