El argumento de fondo del columnista es que estos procedimientos afectarían la adhesión ciudadana a la democracia representativa o electoral. Lo malo es que no ofrece evidencia, lo cual es grave para un académico. Según sus datos, apenas un 4,4% de las personas confía en los partidos y un 6,4% en el Congreso. ¿Cuál sería su temor? ¿Que dichos porcentajes se acerquen todavía más al cero? Ya están en cifras marginales, digamos en la confianza irreductible.
Era tan simple como acercarse a votar en la consulta ciudadana organizada por la Municipalidad de Santiago –como hice con mis colegas– y a uno le explicaban el sencillo y moderno sistema computarizado en línea, conectado vía celular, con el cual se evitaba que un mismo Rut votara dos veces. Podría haberlo hecho el columnista Morales, que también trabaja en Santiago, pues esta estaba abierta parcialmente a los “usuarios” de la comuna. Pero él prefiere emprenderlas contra un fantasma: la “democracia directa”. A la que pone nombre y apellido. Es la democracia directa de la alcaldesa Carolina Tohá. La columna es equívoca no sólo por la sospecha infundada que levanta sobre el procedimiento de registro de votantes. También porque una consulta como la realizada no es un mecanismo de democracia directa. Para que lo fuera sus resultados tendrían que ser vinculantes, es decir, sancionar una decisión obligatoria para la autoridad. Así ocurre con los plebiscitos y las revocatorias de mandato, que existen en muchos países del mundo, con diferentes resultados. Esta consulta fue nada más que un ejercicio de participación ciudadana, que debiera ser frecuente, creciente y cada vez mejor realizado y no debiera llamar a alarma como sucede con Morales.
El argumento de fondo del columnista es que estos procedimientos afectarían la adhesión ciudadana a la democracia representativa o electoral. Lo malo es que no ofrece evidencia, lo cual es grave para un académico. Según sus datos, apenas un 4,4% de las personas confía en los partidos y un 6,4% en el Congreso. ¿Cuál sería su temor? ¿Que dichos porcentajes se acerquen todavía más al cero? Ya están en cifras marginales, digamos en la confianza irreductible. Y eso se ha logrado perseverando durante 25 años en excluir cualquier mecanismo tanto de democracia directa como de participación ciudadana efectiva. Se ha realizado un solo plebiscito de origen ciudadano en la exclusiva comuna de Vitacura, puesto que las “barreras de entrada” que establece la ley –dictada por los temerosos– son casi infranqueables. Todo lo demás son consejos consultivos, como en la Ley 20.500 que existe apenas hace tres años y no se ha implementado completamente. O instancias promovidas voluntaria y aisladamente por autoridades comunales, especialmente en los distritos de clase alta, donde la opinión de los vecinos parece importar más que en los de la gente común y corriente. De modo que no culpemos a un fenómeno inexistente de causar o profundizar el descrédito de la representación política. Promovamos que esta arregle sus propios problemas: financiamiento, binominal, voto voluntario, predominio de marketing sin contenido, clientelismo. En fin, la lista es larga, pero en ella no figura la participación ciudadana.
[cita]El argumento de fondo del columnista es que estos procedimientos afectarían la adhesión ciudadana a la democracia representativa o electoral. Lo malo es que no ofrece evidencia, lo cual es grave para un académico. Según sus datos, apenas un 4,4% de las personas confía en los partidos y un 6,4% en el Congreso. ¿Cuál sería su temor? ¿Que dichos porcentajes se acerquen todavía más al cero? Ya están en cifras marginales, digamos en la confianza irreductible.[/cita]
Por último el columnista defiende que las consultas deben hacerse bien. Eso sí vale la pena discutirse, pero primero aceptemos que consultar es un ejercicio valioso. Las preguntas que se formularon aludían a propuestas y decisiones de la autoridad y pedían la opinión ciudadana. Esa es su lógica, porque esta no era una encuesta, sino una consulta para mejor decidir. El asunto no es la exhaustividad de las opciones (que el profesor Morales confunde con la mutua exclusión). Un buen ejemplo era el horario de las botillerías y la venta de alcoholes. Se debía elegir entre la situación actual y la que la autoridad quería dictar. A la vista están los problemas que se hubiese ahorrado la alcaldesa de Providencia de haber promovido una consulta, consistente con su estilo de gestión, respecto de este mismo asunto.
¿Ventajas de la consulta? Votaron 55 mil personas, no hubo problemas de ningún tipo para implementarla, lo cual se hizo de modo amigable y se difundió de modo bastante amplio (es la ventaja de ser Santiago). Algunas opciones de la alcaldía ganaron y otras perdieron, lo cual demuestra la seriedad del intento. No se hizo para legitimar simplemente las decisiones ya tomadas, como ocurrió en el caso del mall de Castro, por ejemplo. Quizás faltó más deliberación pública sobre las alternativas, vale decir, el proceso previo, tanto o más importante que el día de las votaciones. Los medios de comunicación, distorsionadamente, impusieron el tema del cerro Santa Lucía como el principal y casi único. Pero esa es la agenda “nacional” y no la de los vecinos y usuarios, que no contamos con medios para nuestros asuntos. Sin embargo, el balance no puede sino ser positivo y vitalizador para nuestra anémica vida democrática. No hay justificación empírica, solo espectral y más bien imaginaria, para los temores de Mauricio Morales.