En definitiva, la apertura democratizadora sólo podrá mantenerse abierta si es que el núcleo oculto de la «modernización neoliberal del Estado», o sea, la indesmentible relación dinero-política que ha sido puesta sobre el espacio público, es transformado por un cuerpo político constituido “por fuera” de las coaliciones que han gobernado el país durante el último cuarto de siglo.
El ejercicio que propongo es el siguiente: sigamos por un momento el análisis ideológico del filósofo y psicoanalista Slavoj Žižek que se incluye a continuación, teniendo en mente las aristas del denominado caso Pentagate. En su libro Viviendo en el final de los tiempos (publicado por primera vez en Inglaterra el año 2010), el esloveno manifiesta lo siguiente: «La única cosa verdaderamente sorprendente de estas revelaciones [en nuestro caso, el estallido noticioso en torno al caso Pentagate] es que no hubo ninguna sorpresa en ellas: ¿no nos enteramos exactamente de lo que esperábamos enterarnos? Todo lo que se perturbó fue la capacidad de ‘mantener las apariencias’: ya no podemos pretender que ignoramos lo que todo el mundo sabe que sabemos. Esta es la paradoja del espacio público: incluso si todo el mundo conoce un hecho desagradable, exponerlo públicamente lo cambia todo».
El complemento formado por el argumento de Žižek y el escenario político nacional actual, permite augurar dos tesis que, de ahora en más, me permito poner en discusión: 1) El posicionamiento en el espacio público de “lo que todo el mundo sabe»; en el ejemplo que seguimos, la relación dinero-política como núcleo estructurante del modelo social reproducido en Chile, es una victoria parcial de los sectores democratizadores / desmercantilizadores; 2) sin embargo, la tematización impugnadora que provoca la «perturbación de las apariencias» no es suficiente. La crítica, si es que pretende impedir el retroceso de aquella victoria parcial, necesita estabilizarse en un cuerpo representativo que tienda a concretizar un despliegue programático, no sólo electoral, sino también y por sobre todo social, cuyo objetivo sea enarbolar un proyecto político que, tal como lo ha mencionado uno de los líderes de Podemos, para el caso español, Juan Carlos Monedero, haga estallar el relato mítico de la Transición a través de la activación política de los sectores impugnadores.
[cita]En definitiva, la apertura democratizadora sólo podrá mantenerse abierta si es que el núcleo oculto de la «modernización neoliberal del Estado», o sea, la indesmentible relación dinero-política que ha sido puesta sobre el espacio público, es transformado por un cuerpo político constituido “por fuera” de las coaliciones que han gobernado el país durante el último cuarto de siglo.[/cita]
Ciertamente, sería ingenuo desconocer a estas alturas que la principal crisis que afecta a los regímenes democráticos-formales de tipo multipartidista –sobre todo, aquellos donde operan dos coaliciones hegemónicas que han tendido a consolidar los patrones de acumulación por desposesión capitalista–, es su manifiesta incapacidad para canalizar las demandas ciudadanas que han abogado por reconquistar los derechos sociales, hoy por hoy, sistemáticamente mercantilizados. Esta cuestión ya ha sido identificada claramente por Fernando Atria, al momento de definir la institucionalidad neoliberal instaurada en Chile como la neutralizadora por antonomasia de la agencia política del pueblo.
En este contexto, el distanciamiento primigenio provocado por las impugnaciones dirigidas al modelo neoliberal chileno durante los últimos años, generó una herida que es necesario mantener abierta a pesar de los permanentes esfuerzos de los sectores dominantes por suturarla. Y es que ¿no son acaso las propias contingencias noticiosas del momento las que demuestran –ya sea desde la “colusión de las farmacias” o desde el “caso Cascadas”– que la apariencia heroica de la «La alegría ya viene» ha terminado develándose como el himno de la farsa?
Aun cuando sigan abiertas las posibilidades de concretizar un proyecto político que se proponga rebasar los marcos ideológicos instituidos por la Transición, urge destacar que la sutura de los sectores dominantes está adquiriendo cada vez más dinamismo, basta constatar la indesmentible entrada a la arena política del gremio empresarial para percatarse de ello.
Y es que, en definitiva, la apertura democratizadora sólo podrá mantenerse abierta si es que el núcleo oculto de la «modernización neoliberal del Estado», o sea, la indesmentible relación dinero-política que ha sido puesta sobre el espacio público, es transformado por un cuerpo político constituido “por fuera” de las coaliciones que han gobernado el país durante el último cuarto de siglo. Un cuerpo político que, al contrario de los patrones reproducidos en la actualidad, ya no vele por la mantención del vínculo entre el gran empresariado y la dirigencia política tradicional, sino, por el contrario, por la promoción de los anhelos y necesidades de las grandes mayorías del país. Y es que todo parece indicar que la odisea política del momento no es otra que la de llevar la farsa de la Transición más allá de sus propios límites.