El Estado puede usar la fuerza para abrir el bolsillo de los contribuyentes, sacar dinero y usarlo para pagar infinidad de programas sociales, pero el Estado no puede sacar a nadie su egocentrismo y hacer que se abra al necesitado que está a su lado.
Desde hace un tiempo se ha puesto de moda criticar a la Teletón. Los argumentos suelen ser que la salud es un derecho y por lo tanto no corresponde que las personas que necesitan rehabilitación tengan que esperarla de la generosidad de otros. Además, las empresas lucran con la publicidad que les hace la Teletón y esta misma publicidad exige que se expongan a la mirada pública las personas necesitadas de rehabilitación. Algo de razón hay en esto, pero no deja de recordarme lo que decía Ebenezer Scrooge, que se negaba a ayudar personalmente a los más necesitados porque para eso estaba el Estado y él ya pagaba sus impuestos.
En estricto rigor la salud no puede ser un derecho, puesto nadie puede garantizarla; nadie puede exigirle al Estado o a otra persona que le devuelva la salud perdida. Lo que sí puede ser un derecho es el acceso a ciertos cuidados y tratamientos, pero un derecho así está limitado por las circunstancias y por lo mismo sujeto a ciertos límites, el alcance de los cuales se puede debatir.
Dada la realidad de la enfermedad y de la práctica médica, los cuidados y tratamientos siempre podrán ser más y mejores, y es muy difícil que el Estado esté en la vanguardia en esto, sobre todo si se trata de prestaciones a un gran número de personas. ¿Quién llega dónde el Estado no alcanza? Parece una pregunta sin sentido, teniendo presente que el control, poder y recursos del Estado moderno son algo nunca antes visto. Pero la pedestre realidad es distinta: muestra que el Estado a pesar ser poderoso nunca puede dar todo lo que los políticos prometen y es extremadamente ineficiente incluso cuando se trata de garantizar la seguridad de las personas y la integridad del territorio nacional (derechos básicos).
Por lo demás, si se ataca a la Teletón porque deja a la caridad algo debiese ser un derecho, también debiera decirse lo mismo de otras instituciones como la fundación Las Rosas, el Hogar de Cristo, Un Techo para Chile (hay empresas -¡un banco!- que han asociado su nombre a esta iniciativa), etc. Eso ya no estaría tan bien visto. En todo caso, si en un mundo o en un país ideal este tipo de instituciones no son necesarias, no es nuestro caso. Pero hay algo más, y es que las asociaciones voluntarias para la ayuda de otros hacen algo por la sociedad que el Estado difícilmente puede hacer, que es precisamente promover la solidaridad, la unión entre las personas.
El Estado puede usar la fuerza para abrir el bolsillo de los contribuyentes, sacar dinero y usarlo para pagar infinidad de programas sociales, pero el Estado no puede sacar a nadie su egocentrismo y hacer que se abra al necesitado que está a su lado.