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Navidad: empezar de nuevo

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Pablo Walker S.J.
Por : Pablo Walker S.J. Capellán del Hogar de Cristo
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Un amigo jesuita me hacía ver la diferencia entre la aspiración a vivir siempre mejor y a vivir bien. «Siempre mejor», «siempre más», «siempre más grande y más arriba», suena bien pero deshumaniza, desatiende el fin del cuidado de la vida y se transforma en un fin depredador, en vista a la acumulación del poder por parte de unos pocos. Detrás de ese anhelo, insaciable por definición, se esconde el señuelo de la acumulación voraz gatillada por una soledad y un vacío de sentido pocas veces confesado. Se esconde el extractivismo como relación con el ambiente y el individualismo como modelo de relación con los semejantes.


Hace unos días celebramos la Navidad en la plaza del Roto Chileno. Ahí, en el viejo barrio Yungay, se instaló un altar entre la fuente de agua y los juegos infantiles; alguien puso también una mediagua, un ruco de dos por uno y medio, donde un José contemporáneo cuidaba a una María embarazada. La comunidad, mayoritariamente formada por personas en situación de calle, vecinos, trabajadores y voluntarios junto a sus familias, aprendíamos humanidad del mismo misterio que nuestros ancestros, dos mil años después.

El relato era ya conocido y sin embargo inspirador. En medio de un sinfín de puertas cerradas, «porque no había lugar para ellos en la posada», esa pareja volvía a descubrir la esperanza cuando se enfocaba en cuidar la vida que le era confiada. Cuando se concentraba en eso todo cobraba sentido. Ahí estaba ese Dios que les habían prometido que vendría a ayudarlos. Era una paradoja pero era cierto: la debilidad se transformaba en fuerza cuando se unían a la debilidad de otros para cuidar la vida del Niño Dios. Como esa mujer que un día vi subirse a una micro repleta llevando un hijo en brazos: como tenía un sólo brazo, literalmente para no caerse «se afirmaba del hijo», en medio del viaje lleno de sobresaltos.

Hay un aspecto revolucionario en este aprendizaje de Navidad que nos dejó Jesús. Es la revolución del foco en el cuidado de la vida y no tiene ni un gramo de ingenuidad. Pasar del mundo de la acumulación al del cuidado, quizás es el paso de desarrollo que nos debemos antes que el colapso sea irremediable.

[cita]Un amigo jesuita me hacía ver la diferencia entre la aspiración a vivir siempre mejor y a vivir bien. «Siempre mejor», «siempre más», «siempre más grande y más arriba», suena bien pero deshumaniza, desatiende el fin del cuidado de la vida y se transforma en un fin depredador, en vista a la acumulación del poder por parte de unos pocos. Detrás de ese anhelo, insaciable por definición, se esconde el señuelo de la acumulación voraz gatillada por una soledad y un vacío de sentido pocas veces confesado. Se esconde el extractivismo como relación con el ambiente y el individualismo como modelo de relación con los semejantes.[/cita]

Los seres humanos empezamos de nuevo cuando nos conectamos con otro ser humano y con nuestro entorno, cuando decidimos no consumirlo sino cuidarlo. Las instituciones empiezan a ser creíbles de nuevo cuando se enfocan en cuidar la vida de las personas que les han sido confiadas. Cuando en la iglesia cuidamos la vida de la personas más que la buena apariencia; cuando los colegios cuidan el aprendizaje de los niños más que la rentabilidad del negocio; cuando la empresa cuida la comunidad, el entorno y la calidad de los empleos al menos tanto como el interés individual de los accionistas. Es lo que nuestros pueblos originarios han llamado el Buen Vivir. Una forma de vida, un «modelo», que se contrasta con el patético destino de la codicia y que recupera aquellas sabidurías que nos hacen elegir lo esencial para una vida digna, no menos ni más que eso. «Nosotros no queremos ser ricos, no queremos vivir cada vez mejor, queremos vivir bien, con dignidad», decía un anciano mapuche. No es la caricatura que alguien quisiera hacer para mantener el statu quo, no es volver a las cavernas ni transformarnos en un museo arqueológico; tampoco es frenar la investigación ni el desarrollo. Es cambiar lo que entendemos por modelo de desarrollo e investigar las necesidades más básicas del ser humano.

Un amigo jesuita me hacía ver la diferencia entre la aspiración a vivir siempre mejor y a vivir bien. «Siempre mejor», «siempre más», «siempre más grande y más arriba», suena bien pero deshumaniza, desatiende el fin del cuidado de la vida y se transforma en un fin depredador, en vista a la acumulación del poder por parte de unos pocos. Detrás de ese anhelo, insaciable por definición, se esconde el señuelo de la acumulación voraz gatillada por una soledad y un vacío de sentido pocas veces confesado. Se esconde el extractivismo como relación con el ambiente y el individualismo como modelo de relación con los semejantes.

Vamos a la plaza un rato, descubramos que no es cierto que las necesidades humanas son ilimitadas, acordémonos que son por definición jerarquizables. Por ejemplo, volvamos a descubrir la necesidad prioritaria de que los niños que juegan en esa plaza sean más felices y menos solitarios que nosotros, que no lleven en sus hombros la presión de la competencia ni de la exclusión, que no les queden sólo robots y cemento porque la generación anterior depredamos distraídamente el mundo que les dejamos.

Navidad nos cambia el foco: unirnos para cuidar la vida, la nuestra y la de los que vendrán, así de simple. Hoy ya sabemos que la expectativa por un continuo progreso material puesto como un absoluto puso tal presión en nuestra salud física y mental que desencadenó aumentos sin precedentes en estrés, rupturas familiares, trastornos mentales y adicciones múltiples. Esto no es ficción y es comprobable con datos de salud pública.

«Feliz Navidad» no es ficción tampoco, es feliz porque es más que una tregua, es una posibilidad real de vivir al cuidado de ese niño que aún somos. Como decía nuestra campaña de Navidad: «Despertemos al Niño Jesús que llevamos dentro».

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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