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La crisis intelectual de la derecha en sus libros: conclusiones II Opinión

La crisis intelectual de la derecha en sus libros: conclusiones II

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Hugo Eduardo Herrera
Por : Hugo Eduardo Herrera Abogado (Universidad de Valparaíso), doctor en filosofía (Universidad de Würzburg) y profesor titular en la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales.
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La derecha chilena se mueve, por eso, hoy, entre el mutismo (en las discusiones teóricamente más complejas) y la zalagarda (en el día a día). Su apoyo electoral ha caído a un nivel cercano a su tercio histórico. Se parapeta en estructuras de legitimidad decreciente (organizaciones empresariales, una parte de la Iglesia, algunos barrios y comunas de clase alta o media-alta).


1. Necesidad de la crítica y paso hacia una propuesta

Luego del análisis de los siete libros de la derecha del último tiempo y del diagnóstico de la situación de crisis intelectual en la que el sector se halla sumido, se hace insoslayable el paso desde la crítica, necesaria pero insuficiente, a la propuesta. En columnas y entrevistas he formulado de diversas maneras la denuncia de esa crisis intelectual, de la que muchos, incluso algunos de quienes escriben libros en la derecha, parecen no percatarse. Pienso en la insistencia en la crítica no como simple majadería. La dureza con la que a veces he formulado esa crítica y aquella insistencia en ella apuntan a remecer algo que resulta difícil de remecer: la consciencia de muchos que –por pereza o interés– creen que con un discurso de Guerra Fría más unos retoques es posible salvar la crisis en la que se encuentra la derecha y es mejor dejar las cosas como están.

Una primera pregunta para avanzar hacia una propuesta es: ¿qué hacer?

Esta formulación es peligrosa en el momento actual, pues resulta demasiado directa, de tal suerte que la respuesta, entre los miembros de una derecha activista y sin discurso, puede conducir a que sus actuales dirigentes se apresuren hacia la adopción pronta de medidas y acciones precisas, hacia la formulación de listados de principios, la reformulación de declaraciones de principios, la adopción de estrategias comunicacionales, el diseño de políticas públicas o la redacción de programas. Todo eso está bien, pero sólo una vez que ya existe una comprensión política pertinente y diferenciada de la realidad, apoyada en un discurso complejo y a la altura de los desafíos intelectuales y fácticos del momento. Mientras la derecha no se haya envuelto en un proceso profundo de reflexión previo, todas esas medidas serán un nuevo capítulo en el derrotero decadente que viene exhibiendo el sector desde finales de la Transición.

[cita] La derecha chilena actual, según se ha visto, ha olvidado esa máxima y hoy carece de tal comprensión porque carece de un discurso político a la altura de la complejidad del tiempo presente. Esas carencias se expresan en su incapacidad de convencer en foros libres y exigentes a quienes no comparten sus ideas, en su correspondiente pérdida de presencia en estructuras legítimas de poder (allí donde el poder se alcanza también y especialmente mediante el uso del intelecto y la convicción), tales como universidades, sindicatos y organizaciones vecinales, y en su consecuente baja persistente en el apoyo electoral. [/cita]

De alguna forma, lo que hay que hacer es no hacer. Por de pronto, suspender el activismo. Pues lo que hoy la derecha necesita –y a esto se alude usualmente con la noción de crisis intelectual–, es involucrarse en un nuevo proceso –medianamente largo y profundo– de reflexión que le permita estar a la altura de su tarea.

2. Comprensión política

La grandeza de una generación política se mide por su capacidad de comprender la situación dentro de la que le tocó ubicarse, según un discurso lo suficientemente sofisticado y penetrante como para calar hondo en ella y, desde ella, darle sentido y orientación.

La derecha chilena actual, según se ha visto, ha olvidado esa máxima y hoy carece de una tal comprensión porque carece de un discurso político a la altura de la complejidad del tiempo presente. Esas carencias se expresan en su incapacidad de convencer en foros libres y exigentes a quienes no comparten sus ideas, en su correspondiente pérdida de presencia en estructuras legítimas de poder (allí donde el poder se alcanza también y especialmente mediante el uso del intelecto y la convicción), tales como universidades, sindicatos y organizaciones vecinales, y en su consecuente baja persistente en el apoyo electoral.

La derecha chilena se mueve, por eso, hoy, entre el mutismo (en las discusiones teóricamente más complejas) y la zalagarda (en el día a día). Su apoyo electoral ha caído a un nivel cercano a su tercio histórico. Se parapeta en estructuras de legitimidad decreciente (organizaciones empresariales, una parte de la Iglesia, algunos barrios y comunas de clase alta o media-alta).

Frente a esta situación, creo que hay una condición necesaria para toda salida de la derecha de la crisis intelectual en la que se encuentra, así como para escapar a los problemas de pérdida de legitimidad política que esta situación genera en el actual contexto. No se trata de una formulación de principios, ni de estrategias, ni de políticas públicas, ni de programas, sino de algo previo. Su importancia, sin embargo, menos visible, es superlativa: sin su cumplimiento, la derecha no recuperará su legitimidad política. Se podrá mantener como un grupo de interés, podrá –incluso– a fin de cuentas recuperar circunstancialmente el apoyo electoral, pero no logrará la convicción asentada en las mentes y voluntades que resulta necesaria para llevar adelante transformaciones de calado que la mantengan en el tiempo como una alternativa válida para el pueblo.

Se trata, precisamente, de lograr una comprensión política de la situación concreta por la que pasa el país, según un discurso complejo capaz de darle a ella orientación y sentido. La realización de esta comprensión se asienta, a su vez, en una apertura no-activista, contemplativa y reflexiva hacia dos lugares.

3. Primera fuente de la comprensión política

Aquí me limitaré simplemente a enunciar y comentar muy brevemente estas dos fuentes para una comprensión política pertinente. Ellas se encuentran más desarrolladas en el libro que he anunciado y que se encuentra por aparecer (La derecha en la crisis del Bicentenario. Ediciones UDP, enero de 2015)

La primera fuente hacia la que se debe acudir en el proceso de comprensión profundo en el cual debe involucrarse la derecha es lo que otros han pensado: el pensamiento político más significativo, así como la historia intelectual de la derecha, en el mundo y especialmente en nuestro país. Hay que estudiarla y reflexionar acerca de cómo se deja aplicar en nuestro contexto.

En la columna III identifiqué cuatro tradiciones del pensamiento de la derecha chilena: una derecha laica-liberal, otra liberal-cristiana, una social-cristiana y una nacional-popular. En esta clasificación se alcanza a apreciar que la derecha chilena posee un talante específicamente político y no meramente económico. Ella cuenta con tradiciones de pensamiento liberal en la economía, pero no se agota necesariamente allí, sino que incluye también corrientes (como la nacional-popular y la social-cristiana) antioligárquicas y más cercanas al mundo sindical y popular. A partir de este reconocimiento del pasado intelectual de la derecha cabría formular la propuesta de un primer paso para superar la crisis que la afecta.

El pasado intelectual de la derecha es más amplio y plural que lo que ella ha sido en el último tiempo, cuando ha predominado el neoliberalismo. Ese pasado intelectual es más denso que el presente. Allí están los Góngora, los Encina, los Edwards, los Guzmán. Compárese a esa derecha de antaño con lo que ella exhibe hoy. La derecha podría ganar en pluralidad y en densidad de discurso, a la vez que hallar una orientación en su difícil camino de superación de la crisis intelectual en la que está, si atendiera a sus autores, al pensamiento del pasado, y lograra, a partir de una reflexión sobre ese pasado, reactivar sus cuatro tradiciones ideológicas.

Un intercambio de opiniones entre las cuatro tradiciones permitiría, primero, una crítica razonada de todas ellas, de tal forma que los extremos –el economicismo de los liberales, el populismo de los nacional-populares y socialcristianos; moralizante de los cristianos o laicista en los otros– fuesen atenuados. Tal intercambio permitiría, segundo, que la derecha alcanzara lo que la Nueva Mayoría exhibe como capital principal: diversidad discursiva, apta para hacer que el ciudadano común reconozca más fácilmente allí un sentido con el cual identificarse. Tercero, producto de ese intercambio, cabría llegar a formulaciones teóricamente mejor justificadas de sus ideas, en definitiva, un discurso más denso, capaz de hacerle frente a la izquierda en los foros más exigentes. Si sólo una tradición domina el campo, naturalmente los desafíos intelectuales a los que está más directamente enfrentada son de menor envergadura. Resulta previsible, por tanto, que las mayores exigencias puestas desde el propio sector a la deliberación terminen generando un pensamiento dotado de incrementada vitalidad y pertinencia.

4. Segunda fuente de la comprensión política

Esta primera fuente nutritiva, la historia y el pensamiento de la derecha en sus cuatro tradiciones, debe complementarse con una segunda fuente, tan evidente como muchas veces desconocida: la realidad nacional. A la oligarquía del este de la capital del país le cuesta saber lo que pasa en Chile.

Es necesario reconocer la realidad, la realidad infinita y multiforme, la realidad del pueblo de provincia, de las poblaciones, de los patios pobres; de las trabajadoras y trabajadores bajo la violencia de viajar horas por el ruido y la brusquedad hacia sus tiendas, talleres y oficinas para procurarse un sueldo modesto; de la gran capital hacinada; las mañanas frías, las noches desamparadas. La realidad del humo y la polución en el aire y las tierras y los mares, la realidad del paisaje sufriente y abandonado. La derecha necesita esa experiencia.

No es esto “calle” simplemente, expresión que a veces refleja una actitud instrumental o paternalista. Incluso no es sólo el trabajo voluntario, dispositivo loable, pero que puede ser una forma más sutil de clasismo, de tener una “experiencia” con los pobres. Tampoco es excursionismo o turismo por cerros, campos y playas. Es, antes que todo eso, abrirse a la realidad nacional, al territorio –urbano y rural, montañoso y costero– y a los otros que deambulan por él y lo habitan, pero de tal suerte que el contacto, la apertura, la conmoción, la llaneza que se logran en el trato con el otro y con la tierra se vuelvan permanentes. Sólo entonces se da el paso desde la afectada relación clasista con lo distinto a lo que podría llamarse un auténtico vínculo cívico e igualitario con el paisaje y con nuestros semejantes. Recién ahí la derecha volverá a ser ciudadanía.

5. Consecuencias esperables

Sólo en ese momento cabrá pensar que la activación de las tradiciones de la derecha o el uso de cualquiera de sus discursos será algo distinto a una mera aplicación reduccionista de reglas y conceptos. Sólo la atención a la realidad, a su multiplicidad y su sentido, vuelve a la comprensión política capaz de fundar decisiones justas, que ni la abandonen a sí misma, ni la sometan haciéndole violencia.

Ni la tradición del pensamiento de derecha, ni la realidad son la solución a la debilidad del discurso de la derecha actual. Son las fuentes a las cuales se debe acudir en la no-actividad que resulta necesaria para la reconstitución del discurso. Cualquiera que trate de contribuir a esa reconstitución no puede sino realizar una apertura previa a las elucidaciones efectuadas en épocas de mayor densidad y aptitud prospectiva del pensamiento de la derecha, así como disponerse a dejar entrar en su contemplación al paisaje y al otro.

Desde ese instante, cuando se haya logrado una especie de compenetración con el acervo intelectual de la derecha y con la existencia –si se quiere– primordial del pueblo en su territorio, serán capaces aquéllos con mayor poder intelectual de emprender la apremiante tarea señalada.

Aquí será tiempo de pensar, recién, en formas de acción coordinada en el campo ideológico, en maneras de organización que garanticen una continuidad desde la acción política y las políticas públicas, alcanzándose a llegar donde hoy prácticamente no se llega: la teoría, las humanidades, la ideología, en un esfuerzo total de comprensión política abarcador del complejo instante presente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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