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Una política flaite

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Raúl Zarzuri
Por : Raúl Zarzuri Sociólogo. Docente de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
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La política flaite es entonces una política vulgar, de malas costumbres y malas prácticas, de personas socialmente inadaptadas para hacer política en el sentido que pensaba Aristóteles, que si bien no es la mejor, nos sirve por lo menos de base ética para discernir. Es aquella –y aquí rescato algo que vi en internet– que se dedica “a la solicitud de crédito inmediato (cumparito, suelte unas moneas) o al cuidado de bienes y enseres (pasa dos lucas o ti hago cagar el auto)”. Traducción: apóyanos con dinero o, si no, no sigo apoyando la mantención del sistema en el Parlamento, aquel del cual te has beneficiado con creces.


Creo que nadie ha quedado sorprendido por los últimos acontecimientos relativos al llamado caso Penta.  Era vox populi. Es la guinda que adorna la torta. Una torta que no es para nada dulce. Es agria para todo el sistema político de nuestro país.

Penta no es un problema de la UDI ni de la derecha. Involucra a toda la política chilena. Por eso todo el mundo político ha actuado con cierta cautela y no ha querido «hacer leña del árbol caído». Han sido los medios de comunicación los que han sacado a relucir y ampliado todo el entramado de ilícitos detectados por la Fiscalía, y los que han estado atentos a presionar a los afectados y “buscar la verdad”.

[cita] La política flaite es entonces una política vulgar, de malas costumbres y malas prácticas, de personas socialmente inadaptadas para hacer política en el sentido que pensaba Aristóteles, que si bien no es la mejor, nos sirve por lo menos de base ética para discernir. Es aquella –y aquí rescato algo que vi en internet– que se dedica “a la solicitud de crédito inmediato (cumparito, suelte unas moneas) o al cuidado de bienes y enseres (pasa dos lucas o ti hago cagar el auto)”. Traducción: apóyanos con dinero o, si no, no sigo apoyando la mantención del sistema en el Parlamento, aquel del cual te has beneficiado con creces.[/cita] 

La Nueva Mayoría (Gobierno y parlamentarios) ha elevado la voz, pero con prudencia/precaución/moderación. Saben que han estado en situaciones distintas pero similares, lo cual no significa justificar el empate como todavía sigue buscando la UDI. Saben que no están libres de polvo y paja, y saben también que no pueden levantar la mano tan fácilmente y lanzar la primera piedra. Basta recordar el caso de los sobresueldos y el Mop-Gate

Penta representa también lo que es la política hoy en día. Una política con minúscula y no con mayúscula (sin ser nostálgicos). Una política que cada vez se vuelve más asignificante para un segmento relevante de la población chilena; sólo basta ver el nivel de votación de las últimas elecciones presidenciales. Una política que no está calentando a nadie; que no pica para nada, que no tiene sabor y que no está conectada con la vida cotidiana. Una política que se caracterizó inicialmente como una política de los consensos (entre pocos y sigue así) y en la medida de lo posible (que ya es una letanía) y que, ahora, comienza a desembocar en lo que podríamos llamar ‘una política flaite’, con el perdón de los ‘flaites’, a quienes hemos denostado y vulgarizado en estos últimos años.

Habría que señalar que ‘lo flaite’ ya no es predominio de un segmento económico o cultural, la llamada ‘clase popular’, como intentaron hacernos creer. Hoy en día atraviesa todo el entramado societal y se enquista en todos los sectores: político, empresarial y también, ¡oh!, en los segmentos de la denominada clase alta de nuestro país. Ser flaite hoy en día es un modo cultural que se ha transversalizado y ha desplazado al ‘modo roto chileno’. Sí, ese que era picarón, con la talla a flor de boca, ladino, pero que no aparentaba lo que no era, era transparente.

El flaite aparenta algo que no se es y además es ‘choro’. El político flaite aparenta que le interesa la política porque está preocupado por el bien común. Aparenta que es una persona de bien, íntegra, con una moral y ética a toda prueba, pero se colude para sacar beneficios personales o para su prójimo que piensa igual que ellos. Es también aquel que piensa que los sueldos de funcionario público son ‘reguleques’, porque ‘no alcanzan para vivir’, porque son vistos como un sueldo mínimo, como le sucedió a un subsecretario, que apenas ganaba seis millones de pesos y tuvo que recurrir a Penta para tener un sobresueldo y así cubrir su necesidades.

La política flaite es entonces una política vulgar, de malas costumbres y malas prácticas, de personas socialmente inadaptadas para hacer política en el sentido que pensaba Aristóteles, que si bien no es la mejor, nos sirve por lo menos de base ética para discernir. Es aquella –y aquí rescato algo que vi en internet– que se dedica “a la solicitud de crédito inmediato (cumparito, suelte unas moneas) o al cuidado de bienes y enseres (pasa dos lucas o ti hago cagar el auto)”. Traducción: apóyanos con dinero o, si no, no sigo apoyando la mantención del sistema en el Parlamentoaquel del cual te has beneficiado con creces.

Pero ser flaite hoy en día, es también no pagar sueldos dignos a los trabajadores, es escamotear el pago de las previsiones de esos trabajadores. Es hacer que las trabajadoras de casa particular tengan que usar el ‘uniforme’; es coludirse con otros para fijar un determinado precio en los remedios, en los pollos, en los pasajes y un largo etcétera, conformándose carteles. Sí, como los de las drogas. Tanto ha penetrado el modo flaite, que hasta la Bolsa de Comercio, ese lugar inmaculado, sacrosanto de las elites, se ha visto remecida por los ilícitos de conspicuos e ilustres apellidos.

El ‘modo cultural flaite’ es también ‘choro’. Ser ‘choro’ es no dar explicaciones, no dar disculpas por lo que se ha hecho. Sólo los ‘giles’ explican el por qué de su accionar. En eso la derecha o una cierta ‘cultura de la derecha’ son campeones, porque provienen de una impronta cultural dictatorial, esa que no necesitó dar explicaciones para hacerse de empresas ‘a quina’ o ‘a luca’ y que hicieron lo que quisieron. Esos que armaron la Constitución del 80 a su pinta, como una jaula de hierro, jaula de oro para otros, y que permitió que en menos de un año se pusieran en marcha los nefastos sistemas de AFP y de isapres, por ejemplo.

Para ser justos, la Nueva Mayoría no está exenta de esto. Dicen A y salen con B. Las reformas van a terminar en la medida de lo posible porque hay intereses en algunos personeros de partidos. Se hacen zancadillas entre ellos (y también a la Presidenta). Se acuerda algo en la Cámara de Diputados y se cambia en el Senado o viceversa (aprobación en Cámara de Diputados del fin al lucro de las ATE y repuesto en el Senado, o la reposición de la selección en colegios particulares). Se negocia a espaldas, en muchos casos, de la ciudadanía (nuevos integrantes del Tribunal Constitucional).

En definitiva, el caso Penta salpica a toda la política y pagan justos y pecadores, dado que la ciudadanía no puede hacer diferencias, o sea, distinguir entre ‘buenos y malos políticos’, si no, ver las encuestas.

Es evidente que toda esta situación está profundizando la desafección con esta forma de hacer política, pero también, lo cual es algo más complicado, con “esta democracia” que se hace cada vez más frágil.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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