Salvador Allende aparece con el puño firme, comprometido con la causa social, imperturbable frente a la intromisión externa, enamorado de la revolución en democracia, insistente frente a las trasformaciones que requiere Chile. Aquel Allende del discurso del Estadio Nacional hablando a los jóvenes y a la población, es sólo historia testimonial en el “seno” del PS. Y no es el Allende de la “Allende candidata”, ni de los “candidatos allendistas”, sin Allende es la administración de un testamento, cuyo pedestal no merece una política vulgar…
Los espectros de Allende aparecen cada tanto en la sede del Partido Socialista. En la política chilena esto lo podemos ilustrar cuando las elecciones buscan disimuladamente captar la simpatía de sus militantes, enarbolando el ideario político del Presidente mártir. Hasta ahí solo describimos una práctica convencional de la disputa electoral. Sin embargo, Allende se transforma en un “comodín” (¡un recurso!) de la contienda electoral interna donde cada candidato se arroga un discurso vinculado a su testamento, a su verdadera “herencia”. Todo ello sin perjuicio de que el universo socialista –una vez que experimentó la renovación– se hizo parte con total desenfado de la modernización pinochetista. Pero el fantasma de Allende retorna forzosamente –ficcionalmente– en cada operación electoral del Partido Socialista (al menos en las últimas dos décadas). Se trata de un suceso muy lamentable. Ello ahora tiene su propia particularidad en la elección venidera. Existe un elemento adicional: Isabel Allende –su hija– es candidata.
¿Qué nos indica este hecho político? ¿Hay Allende a través de Allende? O, más bien, ¿hay Allende sin Allende? Diríamos que las coyunturas políticas actuales de los agentes del PS, distorsionadas tras la modernización postestatal, requieren en ciertas circunstancias de la ética política de un “pasado glorioso” que redima temporalmente el exceso de realismo. Ahí Allende “el mártir” es una buena excusa para blanquear a dirigentes embriagados en la retórica neoliberal. El espectro de Allende ronda sin cesar por las veredas de piedra de calle París, cada vez que sus dirigentes requieren apelar a cierto sentimentalismo ideológico del pasado (bicameralismo psicológico), para cautivar a sus militantes crédulos en un proyecto de izquierda para el país. Parafraseando a Jacques Derrida, hay que hablar a Allende, e incluso a Allende y con él, desde el momento en que ninguna ética, ninguna política, revolucionaria o no, parece posible, ni pensable, ni justa…
[cita] Salvador Allende aparece con el puño firme, comprometido con la causa social, imperturbable frente a la intromisión externa, enamorado de la revolución en democracia, insistente frente a las trasformaciones que requiere Chile. Aquel Allende del discurso del Estadio Nacional hablando a los jóvenes y a la población, es sólo historia testimonial en el “seno” del PS. Y no es el Allende de la “Allende candidata”, ni de los “candidatos allendistas”, sin Allende es la administración de un testamento, cuyo pedestal no merece una política vulgar…[/cita]
Ahí está Allende, la figura que no conoce la ausencia, sino la presencia omnipresente para alimentar los guiones sui generis de la escena política actual. Quizás su vida, como la de muchos, ha sido variopinta y de contrastes, pero ha estado marcada por signos de la política que, durante décadas, han sido extraviados por las elites internas del PS: la consecuencia política, la sensibilidad emancipatoria, el compromiso y la pasión en la trasformación social. Signos de la política, que a simple vista no portan los discursos de los candidatos a dirigir el partido. E incluso, Allende –la candidata– parece tener extraviado este código identitario, que ni los certificados que ameritan su vínculo congénito la exculpan del crudo des/dibujamiento que padece el partido que aspira a dirigir.
Sería demasiado ingenuo pensar que con estos códigos políticos (realismo, consenso, responsabilidad, etc.) y en estas circunstancias, la política experimente un salto cualitativo; “y se abrirán las grandes alamedas…”, y justamente, “… donde pase el hombre libre construyendo una sociedad más justa”. Paradójicamente, en estos meses, la Nueva Mayoría –de la que el PS es un promotor de modernizaciones y realismo– ha hecho todo lo posible por cerrar las grandes alamedas y reprimir a todo hombre libre que pase por ahí. Más allá de las reformas en curso, de su consabida importancia para el país, el mundo socialista validó la razón gestional durante dos decenios (1990-2010). En función de camarillas naturalizadas supo de la distribución de embajadas de Europa continental. En América Latina, sus cuadros políticos gozan de postgrados en el extranjero sirviéndose de los clivajes del sector público. Este conglomerado tiene a su haber dos decenios de esa cultura del “check-in”, de aeropuertos y gastos de representación, y todo tipo de dádivas propias de los beneficios estatales. Entonces, ¿qué hay detrás de la apelación retórica a la figura de Allende-mártir en las disputas electorales internas del PS? Podríamos reiterar la afirmación: apelar a un “discurso afectivo” sobre un pasado monumental, para seducir a los crédulos militantes sobre la profunda vocación transformadora de sus dirigentes actuales.
Las lecturas que los imaginarios de la izquierda nacional han realizado sobre la obra del gobierno de Salvador Allende, ha estado en una permanente disputa por la memoria política que recoja su legado. Seguramente el mundo socialista ha sido un buen exégeta de los trabajos de Norbert Lechner e inscribió a la izquierda socialista como un “partido del orden”. Aquí, no sólo se produce una colisión de visiones sobre la prestancia política de su labor como gobernante, sino también un contrapunto que fricciona a la figura de Allende, en cómo sería su postura política en los escenarios de la política actual.
Ya lo sabemos: Allende muerto no es lo mismo que vivo, sin embargo, la heroicidad de Allende que emerge en estos tiempos “suple” los vacíos ideológicos que han acompañado a una especie de neoliberalismo de izquierdas –que cada tanto está atribulado de culpabilidades–. Cuando la política es depurada de lo político, la recreación de la figura ficcional se trasforma en el soporte que sostiene el olvido, el egoísmo y el oportunismo político, así como también las miopías, las lamentaciones y las desgracias.
En este sentido, la figura se sostiene sobre una débil relación entre la captura de la imagen y la acción que desarrollan los actores dentro de la escena actual. Hay una exigencia a la figura para que adquiera presencia en medio de los avatares de la coyuntura política, pero no se sabe muy bien el destino que guarda esta exigencia. Hay, detrás de este ejercicio, una lógica binaria que opera más bien como un recurso que juega sobre lo presente y lo ausente, lo actual y lo inactual, lo efectivo y lo inefectivo. No hay “orejas” para escuchar a Allende, a pesar de que su imagen sea parte del recurso cotidiano para accionar los intereses de la política partidaria. En ese lugar resuena la firma Allende, por ejemplo.
En este contexto, la figura de Allende proporciona insumos poderosos para comprender la escena política de izquierda, ya que, a través de la proyección idealista que genera su testamento, se establece un sentido para una “izquierda indexada” en tiempos de “orfandad ideológica”. Es así que la elasticidad de su figura permite que tanto la izquierda de la Nueva Mayoría como la que está por fuera del duopolio, asuman imaginariamente la posición que Allende tendría en el presente: si estuviera vivo apelaría al realismo…
Así, a modo de ejemplo, la política y la ficción entran en escena en los debates electorales internos del PS, y el abusivo uso de su imagen no hace otra cosa que esconder la carencia de proyectos doctrinarios dentro del partido. Esto no debería generar cuestionamientos, ya que no se trata de disminuir la importancia de su legado como un actor político vital de las trasformaciones sociales del Chile contemporáneo, sino, más bien, del excesivo uso que se hace de su figura para alentar soterrados intereses dentro de los escenarios de la política actual.
La presencia de Allende en los escenarios postconcertacionistas (o concertacionistas), produce a lo menos dos visiones ficcionales. Por un lado, nostálgica-monumentalista, e incursiona en el terreno de la creencia como soporte ético frente a las miserias de la política actual. Allende aparece encarnando la tarea inconclusa de la Unidad Popular, para observar los equívocos, las traiciones y las torpezas de las decisiones partidarias de la izquierda en la Nueva Mayoría. Basta con mencionar que la izquierda fuera del gobierno de Bachelet ha utilizado la imagen del Presidente Allende como un vehículo que evidencia los olvidos del proyecto de transformación social de su gobierno. Aquello que coloca en el estrado a los actores políticos desmemoriados con un pasado revolucionario y de compromiso social. En consecuencia, la ficción entra en escena a través de una figura que establece los parámetros de la corrección política, en una suerte de aduana de la ética del comportamiento político de izquierda. Quizás, si los hay en el PS actual, estos son militantes dispersos y sin capacidad de decisión dentro de la estructura.
Por otro lado, heroica-empirista, en que la ficción suplanta a la realidad con un mecanismo que permite trasladar la figura y su circunstancia hacia el presente, impregnada de pragmatismo político: “Lo que haría Allende en una situación como ésta”. Se trata de la figura ficción, rescatada en el heroísmo como condición de defensa de la tradición democrática y proyectada en las nuevas condiciones de la sociedad actual. Los dirigentes del PS ven un Presidente adecuado a los tiempos, colocando su impronta republicana y su esencia hacia el respeto del Estado de derecho y la legalidad institucional. La captura de esta imagen ficcional, permite que los candidatos justifiquen su posición política en la coyuntura nacional y genera un vínculo estrecho entre decisión política y tradición republicana. En esta línea, Camilo Escalona, Gonzalo Martner e Isabel Allende, caen –cual más, cual menos– bajo este lamentable recurso
Salvador Allende aparece con el puño firme, comprometido con la causa social, imperturbable frente a la intromisión externa, enamorado de la revolución en democracia, insistente frente a las trasformaciones que requiere Chile. Aquel Allende del discurso del Estadio Nacional hablando a los jóvenes y a la población, es sólo historia testimonial en el “seno” del PS. Y no es el Allende de la “Allende candidata”, ni de los “candidatos allendistas”, sin Allende es la administración de un testamento, cuyo pedestal no merece una política vulgar…