¿De qué serviría la formación de partido único en la derecha o centroderecha sin la existencia de mínimos comunes en términos doctrinarios? ¿Qué ha cambiado para afirmar que la UDI ha dejado de defender a una dictadura que violó sistemáticamente los derechos humanos? ¿Existe alguna señal que indique que este partido ha dejado atrás su ethos mesiánico y sectario, que lo ha llevado siempre a mirar con altanería a los demás partidos y movimientos del sector?
El senador Andrés Allamand ha propuesto la formación de un partido único en la derecha y centroderecha, entidad en la que –según él– deberían confluir los partidos y movimientos ya existentes, además de centros de estudios e independientes. Su argumento se resume en el fracaso histórico de las distintas coaliciones del sector desde el retorno a la democracia. “Insistir en la formación de una nueva coalición no resuelve el problema ni da el ancho. Lo hemos intentado una y otra vez cambiándole el nombre y no ha resultado. Ha llegado el momento de dar un paso definitivo a la unidad”, señaló el domingo pasado en La Tercera.
Si bien su propuesta puede estar bienintencionada, tiende a desconocer o (al menos) minimizar dos aspectos necesarios de considerar: uno de carácter histórico, y otro, identitario, aunque ambos se encuentran estrechamente ligados entre sí.
Con respecto al primero, cabe recordar la experiencia de Renovación Nacional (RN) como “partido único” un año antes del plebiscito del Sí y del No. El 9 de enero de 1987, el mismo Allamand, líder en ese entonces del Movimiento Unión Nacional (MUN), envió una propuesta de formación de un partido único al Partido Nacional (PN), Unión Demócrata Independiente (UDI) y al Frente Nacional del Trabajo (FNT). El primero, situado más hacia el centro, respondió negativamente, mientras que los otros dos la acogieron, dando curso a la fundación de RN.
[cita] Allamand –recordemos– fue uno de los líderes que propició el Acuerdo Nacional en 1985. Jarpa, como ministro del Interior (1983-1985), impulsó el retorno de los exiliados y la implementación de la ley de partidos políticos. Si bien ambos votaron por el Sí, a diferencia de la UDI, no tuvieron una postura enteramente incondicional al régimen que estaba expirando. De hecho, la UDI sigue hoy valorando acríticamente los 17 años de Pinochet, lo que quedó de manifiesto con el homenaje que su bancada de diputados le rindió al ex dictador en diciembre pasado, con la sola excepción de Jaime Bellolio. [/cita]
El 8 de febrero nacía RN bajo la presidencia de Ricardo Rivadeneira, y Andrés Allamand, Jaime Guzmán y Juan de Dios Carmona, a cargo de las vicepresidencias. Sin embargo, y como da cuenta con bastante detalle el historiador Jaime Etchepare, “esta unidad no había de ser duradera. En las elecciones internas del partido, marzo de 1988, se enfrentaron los ex UDI contra los FNT-UN coaligados. Las discrepancias se acentuaron, y el vicepresidente del partido, Jaime Guzmán Errázuriz, formuló graves críticas a la directiva de Renovación Nacional, encabezada por Sergio Onofre Jarpa” (Surgimiento y evolución de los partidos políticos en Chile 1857-2003, Concepción, Editorial Universidad Católica de la Santísima Concepción, 2006, p. 482). Jarpa –hay que aclarar– había reemplazado a Rivadeneira en la presidencia desde diciembre del año anterior. Después de estos incidentes, la UDI abandonó RN y formó la “UDI por el Sí”, que luego se convertiría en la entidad que hoy conocemos.
Pero –desde mi punto de vista– esta división partidaria en RN no fue sólo el resultado de una “guerra de egos”, como superficialmente podría pensarse, sino producto de diferencias de carácter identitario, más o menos doctrinarias. El hecho que la UDI haya concurrido a la elección interna de RN con una lista aparte es un ejemplo de su carácter esencialmente sectario y mesiánico. La UDI no sólo nació para defender ideas de futuro, sino para mantener viva una obra, la de la dictadura militar. En cambio, tanto el MUN como el FNT (Allamand y Jarpa, para graficar el punto en sus líderes principales) desde mediados de los 80 asumieron una actitud parcialmente crítica frente al Gobierno de Pinochet. Allamand –recordemos– fue uno de los líderes que propició el Acuerdo Nacional en 1985. Jarpa, como ministro del Interior (1983-1985), impulsó el retorno de los exiliados y la implementación de la ley de partidos políticos. Si bien ambos votaron por el Sí, a diferencia de la UDI, no tuvieron una postura enteramente incondicional al régimen que estaba expirando. De hecho, la UDI sigue hoy valorando acríticamente los 17 años de Pinochet, lo que quedó de manifiesto con el homenaje que su bancada de diputados le rindió al ex dictador en diciembre pasado, con la sola excepción de Jaime Bellolio.
Y más allá de este ejemplo concreto, el aspecto identitario se expresa, además, en la existencia de diversas tradiciones históricas en la derecha, siendo las más importantes la liberal, la conservadora y la nacionalista (algunos agregan la socialcristiana, pero ésta siempre ha tendido más hacia la centroizquierda). Al considerar estas tradiciones, sobre todo al incorporar la nacionalista, cuesta pensar en un mínimo común doctrinario en la derecha. Sin embargo, y a favor de la existencia de este mínimo, hay que considerar que la tradición nacionalista hoy no es relevante. De esta manera, el único mínimo doctrinario palpable en la UDI, RN y, por ejemplo, Evópoli, es la defensa del sistema económico de libre mercado.
El problema es que, si bien el clivaje económico es muy importante, no es el único que divide a los diferentes partidos, debiendo agregarse las reformas políticas, incluyendo la posibilidad de una nueva Constitución, y los llamados “temas valóricos”. En este sentido, resulta utópico pensar en una declaración de principios unitaria, incluso en aspectos esenciales. La UDI, por otra parte, no ha dado ninguna señal de querer cortar su vínculo histórico con la dictadura militar.
En otras palabras, ¿de qué serviría la formación de partido único en la derecha o centroderecha sin la existencia de mínimos comunes en términos doctrinarios? ¿Qué ha cambiado para afirmar que la UDI ha dejado de defender a una dictadura que violó sistemáticamente los derechos humanos? ¿Existe alguna señal que indique que este partido ha dejado atrás su ethos mesiánico y sectario, que lo ha llevado siempre a mirar con altanería a los demás partidos y movimientos del sector? ¿Puede, en suma, pensarse en un partido único en la derecha sin poner por delante la presencia real de un mínimo común denominador en materia de proyecto y estilo?
Allamand, autor de la propuesta que da origen esta columna, tiene el peso de la prueba, debería responder a estas preguntas. En política, como muchas veces en la historia ha quedado demostrado, querer no necesariamente es poder. Allamand lo sabe mejor que nadie después de su dramática Travesía del desierto en la década de los 90. Aunque, la verdad, del Allamand de “la centroderecha del futuro” queda poco y nada hoy.