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Bachelet: nadie es profeta en su tierra

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Iván Auger
Por : Iván Auger Abogado y analista político
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Lo que no entiende la derecha chilena es que el mundo cambió. Vive aislada en finis terrae. Occidente perdió la certidumbre intelectual de la post-Guerra Fría, cuando creyó mandar para siempre sin contrapesos. Recordemos que se llegó a proclamar el fin de la Historia y que el mundo era tan plano que carecía de otras alternativas viables. Los tres pilares de esa confianza se desmoronaron, como lo dice Gideon Rachman, el analista político del Financial Times.


De acuerdo a las últimas encuestas hubo una baja en el apoyo popular a la Presidenta Bachelet. Según la del CEP, una disminución de su evaluación favorable, entre julio y noviembre del 2014, del 63% al 50%, y de la aprobación de su gobierno, de 50% al 38%.

No es una novedad. Solo fue electa por el 25% de la ciudadanía. Mas al serlo por una amplia mayoría y acompañada por primera vez en la transición con mayorías en el Congreso, provocó una reacción de esperanza en la ciudadanía, pero al no concretarse con rapidez, siguió la decepción.

Desilusión ciudadana

El gobierno actuó precipitadamente. Presentaron al Congreso un proyecto de reforma tributaria sin consultarlo con sus partidos y congresales. Durante su tramitación hubo desacuerdos públicos y se cocinó con la derecha su aprobación por el Senado en una casa privada, un procedimiento que no es propio de la democracia representativa y que crea la impresión de arreglines en la clase política.

[cita] Lo que no entiende la derecha chilena es que el mundo cambió. Vive aislada en finis terrae. Occidente perdió la certidumbre intelectual de la post-Guerra Fría, cuando creyó mandar para siempre sin contrapesos. Recordemos que se llegó a proclamar el fin de la Historia y que el mundo era tan plano que carecía de otras alternativas viables. Los tres pilares de esa confianza se desmoronaron, como lo dice Gideon Rachman, el analista político del Financial Times. [/cita]

Comenzaron igual con la reforma educacional, sin consulta a sus congresales. Según el finlandés Pasi Sahlberg, profesor de Harvard, «no hay sistema en el mundo que haya mejorado con las políticas educativas que hoy tiene Chile». En Finlandia, un exitoso modelo educacional, agrega Sahlberg, «la educación es un derecho humano básico, gratis para todos». «Lo que impacta en Chile, añade, es su inequidad casi extrema, que refleja una profunda desigualdad de ingresos».

El «Chile day» del 2014, para atraer a empresas extranjeras, se organizó sin razón en Londres, capital de un país que tiene pocas inversiones en nuestro país, en contraste con EE.UU. y España. Días después, al visitar Madrid la Presidenta, el ministro de economía español dijo tener una sana envidia por la economía chilena. A lo que se añade que Gran Bretaña no es una de nuestras principales contrapartes comerciales.

A ello se agregó una desaceleración económica, que se inició el 2013 durante el gobierno de Piñera. No obstante, nuestros multimillonarios, entre ellos el Presidente, incrementaron sus fortunas entre ese año y el 2014, de 40 a 49 mil millones de dólares, el número de ellas creció de 12 a 17 y la ubicación de nuestro país en el censo mundial de los milmillonarios subió del 28 al 24 lugar (Wealth X y UBS). Solo nos superan, en América Latina, Brasil y México. En contraste, el ingreso del 80% de los chilenos se sitúa todavía por debajo de la línea de pobreza norteamericana, y la desaceleración, que aumenta los trabajos precarios, impide su alza.

Más la obstrucción de la derecha, que llega al borde del sabotaje, con exageraciones, maledicencias y distorsiones, como responsabilizar a las reformas de Bachelet de la desaceleración económica, cuando es similar a la que ocurre en casi todos los países suramericanos y por una causa común, la baja generalizada de los precios internacionales de los productos primarios. Y perdimos tiempo en recuperarnos porque Piñera no tomó medidas anticíclicas.

Con todo, la Presidenta está en la cúspide de la evaluación de los políticos, con un porcentaje superior al de sus electores, y acompañada por tres disidentes, uno de izquierda, otro de centro y el tercero de derecha, más una Allende. Mientras que el derechista institucional más popular, Piñera, ocupa la posición 12, con 35% favorable y 35% desfavorable. Todos esos datos son muy similares al sentir popular que se demostró en las últimas elecciones generales hace un año.

Intrigas y ceguera de la derecha: nace un nuevo mundo

Los negativistas, según el Financial Times, los empresarios nacionales, tradicionalmente «conservadores y forrados en dinero», sostienen que las reformas de Bachelet, que califican de socialismo europeo, ahorcarán «nuestro milagro», fundado en el libre mercado, que transformó a uno de los países más pobres de la región (lo que es falso, en 1960 solo nos superaban tres) en el más rico.

Algunos temen incluso el retorno de políticas de antaño. Según un inversionista extranjero citado por el Financial Times, en Chile pesa mucho el pasado, en todas partes hay fantasmas. Y la derecha se une en componendas, como se acaba de descubrir, entre dos hijos gemelos del pinochetismo: el banco Penta y la UDI, pero fracasa en las elecciones.

Para empatar, la derecha intenta asimilar ese escándalo a un «raising fund» (recolección de recursos) en Nueva York para Bachelet, un hábito norteamericano para visitas políticas (como en los casos de Corazón Aquino, José María Aznar, Arnaldo Forlani, Vicente Fox, José Figueres, hijo, etc.).  Y lo hace más que exagerando, lo distorsiona, pues no hubo donantes extranjeros y la cantidad recaudada fue exigua.

Lo que no entiende la derecha chilena es que el mundo cambió. Vive aislada en finis terrae. Occidente perdió la certidumbre intelectual de la posguerra fría, cuando creyó mandar para siempre sin contrapesos. Recordemos que se llegó a proclamar el fin de la Historia y que el mundo era tan plano que carecía de otras alternativas viables. Los tres pilares de esa confianza se desmoronaron, como lo dice Gideon Rachman, el analista político del Financial Times.

El libre mercado, con el supuesto de que bajaría al mínimo el ciclo económico, lo que haría imposible una gran recesión, como la del 2008, y su mediocre recuperación. La reacción de su sumo sacerdote, cuando fue desmentido por los hechos, Greenspan, presidente del Banco Central norteamericano por 14 años, fue una «indignada incredulidad». Hoy la mayoría vuelve a pensar que los gobiernos deben construir los mercados capitalistas, como lo hicieron desde el ferrocarril a la informática, y no limitarse a repararlos.

El segundo fue la democracia, pero en Asia Oriental hay otras instituciones que mantienen la legitimidad gubernamental, tales como el bienestar económico; regímenes de partido y medio (Japón); negociar todos los conflictos sociales y castigar con la destitución a las autoridades que no les encuentren solución (China), etc.

Y el tercero, la hegemonía militar norteamericana, naufragó con las guerras asimétricas en Afganistán e Irak, lo que obligó a pasar de las botas (fuerzas expedicionarias) a los «drones» (aviones teledirigidos) y, finalmente, a la diplomacia, acuerdo Obama-Castro.

Profetas extranjeros

En ese contexto, para muchos observadores extranjeros, citando de nuevo al Financial Times, el envenenado debate en Chile sobre las reformas de Bachelet es una «tormenta en una taza de té». Prueba de ello es que recientemente Abbott, una farmacéutica transnacional, compró Recalcine por 3 mil 400 millones de dólares, e Itaú, el banco suramericano más grande, a CorpBanca, por 2 mil 200 millones. Más la fuerte demanda en la colocación de bonos de la deuda pública chilena en Wall Street.

En el extranjero los críticos de Bachelet son pocos. Muy derechistas, como Niall Ferguson y Carlos Alberto Montaner, o economistas envidiosos por lo que va a ganar Piketty, el supuesto mentor de las reformas de Bachelet, con su éxito de librería, El capital en el siglo XXI, como se le nota a Xavier Sala i Martin, un independentista catalán, quien sostiene que hay que bajar la pobreza pero que eliminar totalmente la desigualdad sería injusto, lo que por cierto no propone Piketty, que es solo disminuirla.

Los organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la CEPAL, etc., en cambio, apoyan las reformas de Bachelet. Incluso la Directora Ejecutiva del FMI, una política francesa de derecha, al visitar Santiago negó que una frase suya –calificó de mediocre la recuperación postcrisis– fuera aplicable a Chile, como lo dijeron los negativistas.

El ministro de Hacienda, Arenas, después de reunirse con el FMI y ministros de Hacienda y presidentes de bancos centrales latinoamericanos en Santiago, dijo una gran verdad. Chile es un caso de estudio para compatibilizar el crecimiento con avanzar en un desarrollo social más inclusivo. Por ello, la política económica de Bachelet no solo son reformas. Según el Bank of América Merrill Lynch, Chile es el único país en América Latina que inició un prudente ajuste de sus cuentas externas.

Equilibrando crecimiento con igualdad

Es decir, en palabras de Bachelet, necesitamos un crecimiento «armonioso» para desarrollarnos y satisfacer las expectativas que ha creado el crecimiento que se pregona, pero que no llega a la mayoría de la población, en especial en materias de educación y salud, un fenómeno que se repitió recientemente en Brasil. Nuestro Índice de Desarrollo Humano es el más alto de América Latina, ocupamos el lugar 41 en el mundo, pero, si lo ajustamos por la desigualdad, nuestro puntaje disminuye 19,6 % y bajamos al lugar 57.

Según el Financial Times, nuestra Presidenta «no es una revolucionaria fanática, como afirman sus detractores más duros.» Tiene modales y se viste como Merkel, la canciller alemana, y su «discurso está lejos del populismo».

Bachelet, según cita ese diario, está consciente de que su gobierno puede ser la última chance para canalizar el descontento popular en una solución institucional. Para ello intenta corregir los peores síntomas del modelo que impuso la dictadura, que terminaron provocando las más grandes manifestaciones callejeras desde el fin de Pinochet.

El interés de Occidente por las reformas de Bachelet, como dice el Financial Times, «probablemente se debe a que es la más prominente jefa de Estado que inicia un proyecto para abordar la desigualdad social, hoy el tema más importante para las economías occidentales. Y equilibrar la prosperidad con la igualdad es una tarea formidable». Todo ello a pesar de que somos un país con una economía pequeña, 277 mil millones de dólares, y de solo 17 millones de habitantes.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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