Una cosa es la división social y técnica del trabajo, lo que es propio de cualquier organización de producción o prestación de servicios y otra es el estatuto jurídico de los trabajadores, donde conceptos como subordinación y dependencia deben ser erradicados, cultural y sociológicamente, por los de dignidad y participación de los trabajadores, partiendo por la participación efectiva en las utilidades (gratificación), participación en la dirección y/o gestión y participación en la propiedad
Hoy y desde hace ya varios años, un sinnúmero de especialistas nacionales y extranjeros se han dedicado a realizar estudios y diagnósticos respecto de diversas áreas y materias en nuestro Chile, así han navegado por sus estructuras, su desarrollo, por sus desigualdades, etc., esto ha llegado a tal punto que hasta han generado recomendaciones respecto de las decisiones y caminos que deberíamos adoptar como sociedad. Nos hemos llenado de índices, estadísticas y diagnósticos pero esto no ha generado cambio alguno en lo sustancial, no niego su valor ni el hecho de que siempre es necesario que las cosas se repitan para que en algún momento se asienten en las conciencias del sentido común de los hombres y mujeres de Chile, aunque esta práctica dure o se haya mantenido por décadas; uno de los más certeros, clarificadores y actuales diagnósticos escuchados es referido al por qué nuestra clase política vive una crisis de representación de larga data, y dice relación con que, a la luz de la gente, todos los partidos y movimientos políticos hoy parecen lo mismo, ya que no hay muchos elementos diferenciadores de fondo entre ellos y coloquialmente se los compara con los noticieros de la televisión, no hay muchas diferencias en sus contenidos.
Así las cosas, el Trabajo como materia de estudio no ha estado ajeno a estos. Una cantidad enorme de análisis y diagnósticos se han realizado para tratar de impulsar y sensibilizar una conciencia política desde algunos sectores de la sociedad chilena sobre la importancia sustancial del trabajo como factor de logro de equidad, para tratar de encaminar a Chile hacia el equilibrio y una mejor distribución de la riqueza. En la actualidad esta etapa de estudio debería ser superada por cualquier movimiento político o social, hoy se necesita una inflexión de corrección real, en síntesis, necesitamos de una evolución verdadera y progresiva que permita una mejora cualitativa y cuantitativa a las chilenas y chilenos.
[cita] Una cosa es la división social y técnica del trabajo, lo que es propio de cualquier organización de producción o prestación de servicios y otra es el estatuto jurídico de los trabajadores, donde conceptos como subordinación y dependencia deben ser erradicados, cultural y sociológicamente, por los de dignidad y participación de los trabajadores, partiendo por la participación efectiva en las utilidades (gratificación), participación en la dirección y/o gestión y participación en la propiedad.[/cita]
Me refiero específicamente a la razón de por qué se ha mantenido el tema de los trabajadores relegado y escondido bajo siete llaves o del por qué el tema no es atractivo para nuestra clase política, y sustantivamente para la izquierda chilena, y lo abandonaron a su mejor suerte. Es por una simple razón, existe el claro temor que al abrazarlo como la bandera de lucha implicaría enfrentarse de cara a cara con el modelo y con el poder. Esto implicaría ponerse en la vereda opuesta de lo que se ha permitido en Chile, y para esto se requiere convicción, coherencia, lealtad y capacidad para probablemente aguantar la reacción de los poderes que sostienen el modelo neoliberal chileno.
La evolución de los trabajadores como fuerza social en Chile hasta el golpe militar, no dista del desarrollo que han tenido en otras naciones, desde los asalariados hasta llegar a los trabajadores organizados. Sin embargo, acá, con la dictadura cívico-militar, se materializó el desmantelamiento total de la fuerza de cambio que significaron los trabajadores y trabajadoras para los destinos de Chile.
Cabe preguntarse por qué la dictadura centró la represión en los trabajadores y en los dirigentes sindicales: la desaparición, ejecución y privación de libertad de los dirigentes de obreros y empleados fue masiva.
Cabe preguntarse por qué la dictadura impidió toda negociación colectiva durante más de 7 años después del golpe. Cabe preguntarse por qué la dictadura impuso un Plan Laboral, que atomiza a los trabajadores, que divide al sindicalismo, que hace ilusorio el derecho a huelga y la negociación colectiva.
Cabe preguntarse por qué la dictadura terminó con el sistema de previsión social de reparto, basado en la solidaridad entre los trabajadores activos y pasivos, sustituyéndolo por el sistema de capitalización individual, condenando a la inmensa mayoría de los jubilados a pensiones mínimas. Cabe preguntarse por qué se acabaron los órganos públicos de carácter previsional, creándose sociedades anónimas llamadas AFP, privatizando la administración del ahorro obligatorio de los trabajadores en unas pocas manos, siendo ésta la fuente principal de poder financiero de grupos privados.
Hoy es preciso partir de una afirmación tajante: si no se restituye la dignidad y los derechos del mundo del Trabajo, no hay democracia posible sustentable en el tiempo. La inequidad se reproducirá una y mil veces. Mientras concibamos el mundo del trabajo como subordinado y dependiente, reproduciremos mil y una vez, la segregación social, en los que unos pocos mandan y la inmensa mayoría obedece, en suma, la odiosa división entre los que tienen poder y los que tienen la experiencia vital de vivir en la subordinación. Tal realidad cuestiona el pilar básico sobre el que se sustenta cualquier pensamiento o filosofía democrática: la igualdad e igual dignidad de todos los seres humanos.
Una cosa es la división social y técnica del trabajo, lo que es propio de cualquier organización de producción o prestación de servicios y otra es el estatuto jurídico de los trabajadores, donde conceptos como subordinación y dependencia deben ser erradicados, cultural y sociológicamente, por los de dignidad y participación de los trabajadores, partiendo por la participación efectiva en las utilidades (gratificación), participación en la dirección y/o gestión y participación en la propiedad.
Hoy la escandalosa distribución de los ingresos en Chile tiene su fuente en la silenciosa dictadura de los estómagos a que están sometidos los trabajadores chilenos, donde las prácticas abusivas sobreabundan en todos los niveles: jornadas de trabajo sin límites, precariedad en los contratos de trabajo tanto en el sector público como privado, ingresos mínimos lejos de un justo salario, tercerización, la nueva “agenda laboral” y tantos otros mecanismos de expoliación.
Los trabajadores chilenos hoy deben avanzar y reconocerse desde el trabajo también como ciudadanos, más allá de la empresa deben recuperar el camino perdido y consolidarse como referente real del ejercicio del poder, pues no habrá posibilidad alguna para provocar los cambios que son necesarios para Chile sin que los trabajadores y trabajadoras sean el soporte estructural de ellos, por lo mismo es un deber el coadyuvar a fortalecer a los trabajadores como una fuerza política y sacarla de su inercia.
La temática del trabajo es provocadora en sí misma, naturalmente se enfrenta al capital y al poder, con mayor o menor fuerza pero lo enfrenta y lo cuestiona, pues tiene capacidad propia para hacerlo. Los trabajadores son necesarios para producir riqueza, son el motor de las empresas y de este país, por lo mismo son un factor de cambio real y objetivo de la reglas del juego. Lamentablemente, en la actualidad no hay ninguna fuerza, movimiento o partido político que asuma con valentía enfrentarse al poder y salir del vasallaje que significa sumarse a lo establecido, con la cándida esperanza de realizar desde adentro los cambios que urgen para Chile.
En una empresa es raro que un trabajador se enfrente en forma individual a su empleador, esto por diversas razones, siendo la principal el temor a perder su trabajo y todo lo que ello implica, pero cuando se organizan en un sindicato se abre un camino que tarde o temprano tiende hacia el equilibrio interno, contrarresta la inequidades, los abusos, y los trabajadores ganan respeto y participación. El trabajador organizado tiene visibilidad política, se constituye como un sujeto activo y social y su influencia tiene un potencial de expansión, así se genera un contrapeso con el cual necesariamente el poder del empleador tiene que convivir y negociar.
Sí, Chile como sociedad necesita de un sindicato, necesita de la fuerza de los trabajadores organizados, esto es una oportunidad, es un deber moral y de coherencia para Chile. No es posible que el Trabajo como componente de equidad se mantenga relegado y sin referente alguno, esto no puede seguir pasando.
Hay un concepto de sociedad, hay un concepto de la historia, hay una utopía que nos alumbra en nuestro interior, que nos guía y nos orienta en este tiempo histórico. El proyecto neoliberal se sustenta en concepciones en las que se sacraliza el dinero, el consumismo y el rol de ciertos agentes, absolutamente dominantes en la sociedad, a los cuales deben subordinarse los demás e incluso el Estado. Estos son los dueños del gran capital transnacional y en especial del capital financiero. La ideología soportante de este modelo neoliberal habla de emprendedores y elimina de una plumada al trabajador como actor social y como un actor potencialmente dirigente. Separa el mundo del trabajo de aquellos que emprenden, como si los trabajadores fuesen ajenos a este mundo. Bajo el neologismo de “emprendedores” se encubren los verdaderos sostenedores de un sistema de acumulación económica ferozmente injusto, traspasado por la codicia y un materialismo extremo.
Chile no será una nación desarrollada si, como sociedad, no nos hacemos carne con el mundo del Trabajo. La dictadura puso todo al revés y no hemos sido capaces hasta el presente de ponerlo en su lugar.