El argumento religioso es que la persona merece protección. Contra esa afirmación, que una mente suficientemente abierta podría cuestionar, generalmente no se argumenta, sino que se usa la fuerza.
Se debate la despenalización del aborto en tres casos bien definidos y algunos (los católicos) insisten, insistimos, en debatir la cuestión en general. La experiencia de otros países y el que se trate de un principio ampliable (el embarazo por violación y el embarazo inviable son dos casos extremos de embarazos no deseados), además de su justificación como un supuesto derecho, muestran que el asunto difícilmente se quedará en esos tres casos bien definidos.
El profesor Eduardo Sabrovsky nota una cierta pobreza o decadencia intelectual del catolicismo en este debate. Puede ser que haga falta argumentar más explícitamente –aunque en temas como este la Iglesia se dirige a todos los hombres, y los católicos argumentemos no en cuanto tales, sino apelando a la razón y encontrando terreno común con figuras tan dispares como Tabaré Vázquez o Norberto Bobbio. Pero puede ser también que en un argumento se confunda simplicidad con pobreza y, por otra parte, rebuscamiento con sofisticación.
El argumento de la Iglesia contra el aborto (sea por violación, inviabilidad o cualquier causa) es muy simple y se compone de dos elementos: uno teológico-filosófico y el otro empírico. El primero es el quinto mandamiento del decálogo: “No matarás”. Aunque el fundamento último de este mandamiento sea teológico, no hace falta creer en Dios para aceptarlo. Adorno y Horkheimer, por ejemplo, reconocen que la prohibición del asesinato sólo se justifica desde la religión, lo cual no quiere decir que no pueda haber otras razones más débiles (como la necesidad de la cohesión social) que fundamenten su prohibición.
Curiosamente, el segundo elemento, la parte empírica, es más controvertido. Consiste en afirmar que aquello que hay en el vientre de una mujer embarazada es un ser humano, y por lo tanto se le aplica el “no matarás”. La controversia puede darse a distintos niveles, desde negar la vida del embrión, su individualidad o su calidad de sujeto de derechos. En los niveles más básicos la discusión puede decidirse apelando a la ciencia (y no a la religión), pues es la ciencia la que nos puede decir si algo es un individuo o una parte de un individuo, a qué especie pertenece y si está vivo o no. La filosofía moral (o la teología) entra al tratar cuestiones como si acaso se puede o no destruir a un individuo en particular. Como la mayoría acepta que no puede justificarse la destrucción de un individuo humano inocente, el argumento nunca llega a alturas muy elevadas. Por lo demás, son evidentes las consecuencias que se siguen de lo contrario: como no hay mayor diferencia entre un no nacido y un recién nacido, justificar el aborto implicaría justificar el infanticidio, como bien lo ven y aceptan Peter Singer, Alberto Guibilini y Francesca Minerva, entre otros.
Ahora bien, una manera de hacerle el quite al asunto es cuestionar la ciencia. Es verdad que la ciencia comete errores y está siempre avanzado, pero eso no quita que también tenga aciertos y claridad en ciertos campos. Identificar un individuo como ser humano vivo no es algo demasiado problemático para la “tecnociencia” moderna. Por lo demás, si vamos a dudar, es mejor errar en el lado de la prudencia. En cuanto a la afirmación de que la madre y el feto conforman un “sistema”, se puede considerar que dependencia no implica fusión; después de todo en un ecosistema los individuos mantienen su individualidad y a nadie se le ocurriría decir que uno, al respirar el oxígeno que producen los árboles, es un sistema árbol-humano. Respecto de que la imagen del rostro del embrión sea también un producto de la “tecnociencia”, la solución es más sencilla: lo es para los que no están en contacto directo con él. Un cirujano neonatal ve el rostro del embrión de manera tan directa como al de cualquier otro ser humano.
Queda por negar la protección que merece o merecería el embrión; negar su ser persona. Es un argumento interesante, que excede las pretensiones de este escrito. Sin embargo se puede abreviar bastante si se considera que cualquier característica que se proponga como necesaria para ser persona y que el embrión no tenga (autoconciencia, deseos, proyección, etc.) probablemente faltará en algún otro tipo de ser humano nacido, por eso la conclusión lógica de apoyar el aborto es apoyar el infanticidio, aunque pocos quieran llegar tan lejos como Singer, Guibilini o Minerva. Pero de nuevo, si algo o alguien es persona, no es una cuestión religiosa. El argumento religioso es que la persona merece protección. Contra esa afirmación, que una mente suficientemente abierta podría cuestionar, generalmente no se argumenta, sino que se usa la fuerza.
Queda una consideración por hacer. ¿Qué le importa a la Iglesia que los no católicos dispongan de la vida de sus hijos como lo haría un páter familias? Eso toca a la vocación universal del cristianismo, por lo que siempre estará en algún grado de conflicto con el mundo. Pero esta consideración excede el ámbito de este texto.
Para finalizar: esta no es la primera vez en la historia en que se le niega un derecho básico a un grupo de seres humanos. La fundamentación o justificación de una negación de esa magnitud suele requerir proezas mentales considerables (es la experiencia común del que quiere justificar lo injustificable: desarrolla sofismas muy sofisticados). Afirmar la verdad suele ser bastante más simple.