Asumir que los Millenials o Generación Y –nacidos entre los 80 y los 90– son ahora la fuerza laboral y profesional de nuestro país, es el primer paso para encontrar consuelo. No podemos saltarnos 10 o 15 años de formación para ir a buscar gente que nos acomode en hábitos y prácticas de trabajo. Segundo paso: ajustarnos nosotros a ellos. Tercero: ser capaces de ver el gran valor que tienen. Cuarto: humildemente APRENDER de ellos.
Los que dirigimos empresas o estamos a cargo de grandes equipos, ya venimos tanteando hace rato la evolución que están experimentando nuestros equipos más jóvenes. Su relación con el trabajo, incluso con la vida en general, es un escenario completamente desconocido para nosotros, con el cual nos ha costado lidiar y al que muchos todavía no le encontramos acomodo.
La causa: los Millenials, un porcentaje importante de la fuerza laboral de nuestro país, y por supuesto del mundo, que han venido a integrarse a nuestra marcha con visiones y anhelos diametralmente distintos a los de las generaciones que estamos por sobre los 40, 50 años y más.
No han sido pocas las veces que por causa de este grupo de profesionales, he escuchado cansadas quejas de parte de quienes asumen el timón de una organización. “Que no tienen sentido del trabajo; que les importa más pasarlo bien que evolucionar profesionalmente; que sólo juntan plata para viajar por el mundo; que se aproximan de manera soberbia y poco respetuosa frente a sus jefes; que no tienen compromiso con el trabajo”, y una interminable lista de desconformidades que quedan sólo en eso, sin más solución que un gran dolor de cabeza.
Asumir que los Millenials o Generación Y –nacidos entre los 80 y los 90– son ahora la fuerza laboral y profesional de nuestro país, es el primer paso para encontrar consuelo. No podemos saltarnos 10 o 15 años de formación para ir a buscar gente que nos acomode en hábitos y prácticas de trabajo. Segundo paso: ajustarnos nosotros a ellos. Tercero: ser capaces de ver el gran valor que tienen. Cuarto: humildemente APRENDER de ellos.
Es cierto que las vivencias de épocas pasadas, grandes crisis económicas y políticas, la educación –superior sobre todo– como oportunidad sólo para algunos, nos convirtió, a cuarentones y cincuentones, en burros de carga capaces de absorber gran cantidad de trabajo. También, para sobrellevar ilimitado número de problemas para salir adelante, otorgándonos la calidad de héroes que, con sacrificio, conseguíamos absolutamente todo. Creíamos que nadie que viniera de más abajo nuestro merecía el orgullo de ser reconocido. Pasamos por encima de familia, amigos, medioambiente, y de nosotros mismos, para hacer frente a lo que nos tocaba en la época.
Sin olvidar avatares pasados, que por supuesto tienen a muchos grandes ejecutivos en una excelente posición en la actualidad, debemos ahora soltar los egos y temores, para dar crédito a quienes les toca, y, sin duda, la mejor manera de hacerlo es conocerlos… y reconocerlos.
Mucho de lograr ese entendimiento de los Millenials está en escucharlos. Así es. Estamos hablando de juventud que nació para ser consultada; que ya no cree que la única verdad está en la cima de la empresa, sino que también tiene su propia verdad, que la concibe tan buena como la de cualquier autoridad.
Se trata de jóvenes postmodernos que tienen múltiples puntos de vista y que creen en el debate; que están convencidos de que no hay una sola explicación para algo, sino que cada persona tiene sus propias razones. Gente que cree en empresas de verdad socialmente responsables, en el valor del tiempo libre como espacio para las ideas, en la comunicación sin barreras, y, por sobre todo, resguardan celosamente la propia libertad. Son, además, emprendedores del emprendimiento.
Yendo más allá de lo blando, en términos profesionales son el futuro de la innovación y la creatividad, capaces de combinar su experiencia actual con una inmensidad de información que sólo ellos manejan por su especial esencia curiosa e hiperconectada. Asumámoslo: si nuestra generación inventó un producto para vender, los Millenials fueron capaces de mejorarlo y viralizarlo. Darles tiempo para ser escuchados es valioso para ellos, pero más valor tiene para la empresa, por cuanto el proceso de oírlos involucra recoger talento nuevo, fresco y revelador.
A aquellos aquejados altos ejecutivos, que todavía no encuentran la manera de ganar la batalla frente a esta ola de postmodernismo, les digo: únanse a los Millenials y aprendan de ellos. En adelante, y quién sabe por cuánto tiempo, será más y mejor líder aquel que pone un oído en la juventud, que el que cierra las puertas para seguir viviendo en el liderazgo retrógrado.