La honestidad intelectual está profundamente ligada a la noción de identidad comunitaria, en la medida en que la investigación se realiza dentro de una comunidad, como lo es la universidad. Una comunidad puede ser criticada desde dentro, pero la crítica puede llegar a un punto en que pone a quien la hace fuera de la misma. Es la comunidad la que tiene el derecho a decidir esto (y es un riesgo que corre quien habitualmente se sitúa en los límites).
Comencemos por lo obvio para llegar a lo más complejo. La libertad académica no puede ser absoluta. Un profesor que tenga la cátedra de filosofía antigua, por ejemplo, no puede dedicarse a enseñar un texto como el Poema de Mío Cid, que no es antiguo ni filosófico. Esto, si bien en la práctica no presenta ningún problema, lo hace en principio. ¿Quién decide cuándo termina la Edad Antigua? ¿Quién decide qué es filosofía y qué no? Pareciera que eso no puede quedar al arbitrio de cada académico, es algo que viene dado por una tradición.
Aunque la libertad académica no puede ser completa, sino que se da en un campo previamente delimitado, es absolutamente necesaria para que la universidad cumpla su función: buscar la verdad, investigar la realidad de las cosas, en comunidad. Las nociones de verdad y de comunidad académica son particularmente importantes: la libertad académica puede verse amenazada por presiones externas, pero también puede verse comprometida desde dentro.
En la medida que un investigador niegue la existencia de una realidad que pueda ser objetivamente conocida y, por lo tanto, comunicada, y lo vea todo en función de relaciones de poder, por ejemplo, no tiene sentido de hablar de libertad académica. Si la investigación y la docencia están fundadas en algo distinto al anhelo de comprender la realidad, la libertad académica queda en entredicho.
Es por esto que ideología y libertad académica son excluyentes. En la academia, la voluntad (de poder, de cambio, etc.) nunca puede estar por sobre la mirada contemplativa que busca la comprensión: theoria por sobre cualquier praxis. La libertad académica exige una responsabilidad académica, que podríamos llamar honestidad intelectual.
La honestidad intelectual está profundamente ligada a la noción de identidad comunitaria, en la medida en que la investigación se realiza dentro de una comunidad, como lo es la universidad. Una comunidad puede ser criticada desde dentro, pero la crítica puede llegar a un punto en que pone a quien la hace fuera de la misma. Es la comunidad la que tiene el derecho a decidir esto (y es un riesgo que corre quien habitualmente se sitúa en los límites).
En este contexto, la expulsión de la comunidad simplemente viene a establecer un hecho ya ocurrido. Por supuesto, que quien se da cuenta de que ya no forma parte de una comunidad debe, si es honesto, retirarse de ella. No sería honesto ir en contra de una comunidad y a la vez esperar su apoyo.
Se entiende que un profesor de economía de la Universidad Arcis, por ejemplo, que llegue a ser un neoliberal convencido, tenga que dejar esa casa de estudios. Si se concibe la universidad como algo más que un soporte material para un grupo de profesores independientes, el pluralismo intrauniversitario necesariamente será algo limitado, como lo es siempre la libertad dentro de una comunidad. Puede haber comunidades académicas con vínculos más fuertes que otras, como las universidades católicas, pero eso depende de cada comunidad académica, no del individuo.