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Mercado consumista, cortoplacismo y corrupción

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Cristián Parker G.
Por : Cristián Parker G. Doctor en Sociología. Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago.
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Tenía razón el ex Presidente Aylwin cuando dijo “el mercado es cruel”; y los estudiantes movilizados desde 2006, 2011 y 2012, encabezados por los pingüinos, cuando han luchado contra “el lucro” en la educación. El mercado consumista y su espíritu ha colonizado a los negocios y ahora también a la política. Poco le falta para destruir los cimientos de la sociedad toda: la confianza. La crisis política en Chile se agrava, no porque la corrupción avance, sino porque la sociedad está despertando del sueño de vivir en una sociedad correcta, moderna, muy seria y formal, donde la palabra se cumple y los carabineros son incorruptibles.

El espíritu de codicia –revestido ahora del nuevo espíritu del capitalismo bajo el ropaje del consumismo– se ha tomado los negocios y hoy decididamente a la política.

El viejo espíritu ascético del capitalismo que, según Weber, posibilitara la acumulación originaria, el espíritu del esfuerzo, la disciplina y el emprendimiento, jamás llegó a América Latina. Lo que nos ha llegado de la mano del neoliberalismo en tiempos recientes es el nuevo espíritu del capitalismo guiado por el hedonismo y el darwinismo social que se traduce en consumismo y en capitalismo especulativo y depredador.

[cita] Maquiavélicamente se impone la dimensión del tiempo corto. Los inversionistas especulan en mercados financieros; los políticos privilegian la conquista y reconquista del poder en breves períodos eleccionarios. Nadie o muy pocos se preocupan del largo plazo, salvo para consideraciones de rentabilidad y poder futuros, ya no para consideraciones de bien común y desarrollo colectivo.[/cita]

Este espíritu ha contaminado incluso a las propias fuerzas progresistas y allí vemos por toda América Latina gobiernos de izquierda que promueven los negocios privados y se basan en la corrupción y propician el extractivismo que depreda la naturaleza y, de paso, destruye pueblos enteros

Y todavía las elites sueñan con el mito de “Chile país desarrollado”, “distinto”, los “ingleses de América del Sur”, los “miembros de la OECD”… Somos el ejemplo de una modernidad latina y americana, mitad tradicionales, mitad modernos, aunque también algo postmodernos. En todo caso, nunca tan distintos a nuestros vecinos los argentinos, los brasileños en sus crisis políticas, su corrupción y su afán de “progreso”. Formamos parte de ese realismo mágico que tan bien describiera García Márquez, claro que con tintes de vino, empanadas y curanto. Aunque, es justo  reconocerlo, somos originales para ser corruptos y lo hacemos con apariencia de formalidad y boletas de honorarios que incluso se declaran al SII. No hay mexicanismos como sobornos groseros, ni “mordida” sistemática a las fuerzas policiales. Aunque el narconegocio ya penetra soterrado, pero fuerte.

El hecho es que el ethos del esfuerzo y la austeridad, ha sido reemplazado por el espíritu hedonista y ese movimiento mundial ha sido adoptado en Chile. ¿Qué ha provocado aquello?  El paso de la época de la gran industria y los capitanes de las empresas, el emprendimiento originario, a la época de la sociedad de consumo y el capitalismo financiero transnacional.

El ethos típico de la sociedad de consumo que se generalizara en la postguerra y se profundizara desde los 80, en los países desarrollados, está guiado por la búsqueda de satisfacción inmediata ya no de las necesidades, sino de los deseos. Procesos centrados ya no en la producción, sino en un ansia de consumo inmediatista que ha perdido la perspectiva de acumulación a largo plazo. En efecto, se genera una crisis de consideraciones estratégicas y tiende a predominar el cortoplacismo pragmático, la búsqueda de rentabilidad inmediata, el éxito en el corto plazo, la búsqueda de bienestar material, la preocupación por alcanzar y mantener el poder a toda costa. Es este el germen de toda la contraética de la corrupción.

Maquiavélicamente se impone la dimensión del tiempo corto. Los inversionistas especulan en mercados financieros; los políticos privilegian la conquista y reconquista del poder en breves períodos eleccionarios. Nadie o muy pocos se preocupan del largo plazo, salvo para consideraciones de rentabilidad y poder futuros, ya no para consideraciones de bien común y desarrollo colectivo.

Se requiere restituir las confianzas y avanzar en transparencia, para que la política vuelva a recuperar la ética y logre imponer su racionalidad de bien común y de construcción de futuros en largo plazo a la lógica de los negocios inmediatistas, propia de este nuevo espíritu capitalista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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