Descendiendo de la exégesis bíblica al mero razonamiento, se podría decir que si el amor de Jesús por los chanchitos fuese una razón para dejar de comer tocino y costillares, surgen otras dificultades. Se entiende que los chanchitos son criaturas de Dios pero también lo es el maíz, del cual se alimentan animales. ¿Es que Jesús no ama a las plantas acaso, que se las da como alimento a los chanchos y a tantos otros animales?
Hace algunos días un amigo me mostró un “stencil” de esos que promueven diversas causas usando como plataforma las muros de las casas de los vecinos de mi ciudad, sin pedirle permiso a nadie, por supuesto (la justicia de la causa justifica muchas cosas). El “stencil” mostraba la silueta de un chanchito y decía: “Jesús también me ama. Hazte vegetariano”. Pensé yo: “No tomarás el nombre del Señor en vano”.
Dejando de lado la retórica vacía, lo que llama la atención es la poca –nula– cultura bíblica, y siendo el Nuevo Testamento uno de los textos que más han influido la cultura occidental, merece la pena que se lo conozca, aunque sea por eso que se llama cultura general. (Está bien, concedo que las Epístolas y el Apocalipsis no son fáciles de leer, pero los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles son bastante accesibles y aún así es difícil encontrar personas que los hayan leído de corrido una vez siquiera.)
Si bien es complicado decir de entrada que para Jesús, como judío, el chancho era un animal impuro, dado que Él mismo declaró puros todos los alimentos (Mt 15:20; Mc 7:19), las relaciones entre Jesús y los chanchos no son de lo más cordiales. Esto se ve si se considera el episodio de los gerasenos, por ejemplo, en el que Jesús permite a una legión de demonios entrar a una gran piara de cerdos que, acto seguido, se arroja completa al Mar de Galilea (Mc 5:1-20; Lc 8: 26-39). Y si se pretende ampliar la cuestión, sabemos que Jesús cada año comía el cordero pascual, por lo que la exhortación a hacerse vegetariano apelando al evangelio no resiste mucho. Además no era contrario a una actividad como la pesca, en la que mueren animales, incluso Él mismo provocó en dos ocasiones una pesca abundantísima (Lc 5:1-11 y Jn 21:1-14). En fin, se podría seguir pero no hace falta.
Descendiendo de la exégesis bíblica al mero razonamiento, se podría decir que si el amor de Jesús por los chanchitos fuese una razón para dejar de comer tocino y costillares, surgen otras dificultades. Se entiende que los chanchitos son criaturas de Dios pero también lo es el maíz, del cual se alimentan animales. ¿Es que Jesús no ama a las plantas acaso, que se las da como alimento a los chanchos y a tantos otros animales? (Más complejo sería preguntarse si acaso los animales carnívoros contravienen el plan del Creador, sobre todo a la luz de Is 65:25, pero con eso hemos vuelto a la exégesis.) Habría que distinguir entre tipos de amor: algunas cosas son queridas por sí mismas y otras como medios para las primeras, pero eso excede las pretensiones de esta columna.
Es absurdo, en cualquier caso, pensar que los animalistas que ensucian las superficies de mi ciudad tengan en mente este tipo de cuestiones. Se trata, más bien, de una apelación a las emociones dejando de lado la inteligencia, es decir, una estupidez.