Hoy en Chile estamos ad portas de un proceso histórico. De acuerdo al filósofo noruego Jon Elster, la mayoría de las constituciones del mundo occidental han sido el producto de procesos irracionales en los cuales la fuerza y la dominación han sido sus motores. Ninguna de las nuestras ha estado ajena a ese impulso. Por primera vez, tenemos la oportunidad de darnos una Constitución racional, que sea el producto de un proceso abierto, participativo y deliberativo. Un proceso en el que la única fuerza que esté en juego sea la fuerza de las ideas. Quien le tema a este proceso le teme también a la democracia.
El reclamo por una Asamblea Constituyente (AC), de acuerdo al profesor Sebastián Soto, debiera dar respuesta al menos a dos preguntas. La primera, consiste en qué sucederá con el Congreso mientras la Asamblea esté en funcionamiento. La segunda, se refiere al sistema electoral bajo el cual se va a elegir a sus representantes. La AC es un eslogan tramposo y superficial, según Soto, si quienes la defienden no son capaces de resolver estos problemas. Sus preguntas tienen respuestas, aunque estas no son exactamente las que él sugiere. Su acusación, por otro lado, parece reflejar aprensiones y temores personales, y no un real interés por entender el proceso de la Asamblea Constituyente en profundidad.
La primera pregunta es en apariencia delicada: ¿qué sucede con el Congreso mientras sesiona la AC? ¿Debe suspender sus funciones o, por el contrario, debe continuar trabajando normalmente? La respuesta es simple y directa. Como el propio Soto sugiere, el Congreso Nacional, tal como el resto de las instituciones, no debiera interrumpir sus funciones mientras la AC cumpla con las suyas. La razón no solo se debe a los potenciales riesgos de un Ejecutivo sin contrapesos y al hecho de que el país no enfrenta una crisis institucional. Adicionalmente, el mandato que se le entregue a la AC debe ser concreto y limitado. Su objeto es la redacción de una Constitución y los representantes de la AC deben abocarse exclusivamente a esa tarea. De esta forma, no pueden asumir más funciones que las que se les han asignado. Por lo demás, la ciudadanía mantendrá un control sobre la Asamblea, puesto que sus decisiones no producirán efectos mientras no sean ratificadas mediante un plebiscito.
[cita] Hoy en Chile estamos ad portas de un proceso histórico. De acuerdo al filósofo noruego Jon Elster, la mayoría de las constituciones del mundo occidental han sido el producto de procesos irracionales en los cuales la fuerza y la dominación han sido sus motores. Ninguna de las nuestras ha estado ajena a ese impulso. Por primera vez, tenemos la oportunidad de darnos una Constitución racional, que sea el producto de un proceso abierto, participativo y deliberativo. [/cita]
El sistema electoral adecuado para la elección de los representantes de la AC (la segunda preocupación) no debe ser, como sugiere Soto, el que nos parezca más fácil. Por el contrario, para identificar el sistema correcto es preciso preguntarnos qué tipo de AC queremos y aquí, sin duda, puede haber legítimas discrepancias. Quien quiera una AC que represente las visiones, ideas e intereses de todos los sectores del país, probablemente se inclinará por un sistema proporcional. Quien quiera que la AC sea la voz de las grandes mayorías tenderá a preferir un sistema mayoritario.
Y si hay legítima discrepancia sobre el sistema electoral adecuado, será la ciudadanía en su conjunto la que deba tomar esa decisión. En efecto, en un proceso constituyente es la ciudadanía la que toma las decisiones, ya sea directamente, mediante un plebiscito, o indirectamente, mediante sus representantes reunidos en una Asamblea. De esta forma, un plebiscito que someta a la decisión soberana la creación de una Asamblea Constituyente puede también incluir la pregunta sobre el sistema electoral bajo el cual se elegirán sus representantes. Un eventual plebiscito de esta naturaleza crea las condiciones para un debate abierto, que convoque a todos los sectores de la población, en el que se enfrenten opiniones e ideas diversas y a partir de las cuales los ciudadanos puedan tomar decisiones racionales, libres e informadas.
Hoy en Chile estamos ad portas de un proceso histórico. De acuerdo al filósofo noruego Jon Elster, la mayoría de las constituciones del mundo occidental han sido el producto de procesos irracionales en los cuales la fuerza y la dominación han sido sus motores. Ninguna de las nuestras ha estado ajena a ese impulso. Por primera vez, tenemos la oportunidad de darnos una Constitución racional, que sea el producto de un proceso abierto, participativo y deliberativo. Un proceso en el que la única fuerza que esté en juego sea la fuerza de las ideas. Quien le tema a este proceso le teme también a la democracia.