Nos encontramos así en un momento en el cual es inocultable que los de arriba no pueden seguir gobernando como lo han estado haciendo durante las últimas dos décadas y los de abajo no quieren seguir siendo gobernados como antes. A los primeros los llamaremos “el bloque del poder”, conformado por la Nueva Mayoría, la Alianza y todas las fuerzas empresariales, espirituales y defensivas que los sostienen; los segundos serán referiremos aquí como “los antagonistas del bloque”. Entre ambos actores se da hoy un empate.
Nuestro país vive por estos tiempos un extraño empate político-social. El modo en que este se resuelva será fundamental en determinar el carácter que tendrá el futuro político de la nación.
El empate al que nos referimos ocurre, por un lado, entre los defensores y fundadores del actual (y feneciendo) ciclo político chileno, que se inauguró en 1989-1990 y que sienta las bases para la actual institucionalidad socioeconómica heredada de la dictadura y, por otro, los que se oponen a esa herencia, que demandan un nuevo contrato social y una nueva relación entre gobernados y gobernantes.
Nos encontramos así en un momento en el cual es inocultable que los de arriba no pueden seguir gobernando como lo han estado haciendo durante las últimas dos décadas y los de abajo no quieren seguir siendo gobernados como antes. A los primeros los llamaremos “el bloque del poder”, conformado por la Nueva Mayoría, la Alianza y todas las fuerzas empresariales, espirituales y defensivas que los sostienen; los segundos serán referidos aquí como “los antagonistas del bloque”. Entre ambos actores se da hoy un empate.
El primer empate ocurre en el plano de “los relatos”. Ambos bandos carecen hoy de un relato seductor, prometedor, propositivo, que movilice al pueblo en función de un horizonte de época distinto; esto, a pesar de la demanda generalizada por iniciar una nueva época y dejar atrás la actual. En este terreno de lo discursivo, el bloque del poder la tiene más difícil. Sus actores principales están completamente desprestigiados ante la opinión pública, carecen de liderazgos, el ultimo que tenían (Bachelet) estalló como petardo, la corrupción moral los ha salpicado a todos por igual y se encuentran en un estado de parálisis política.
Bajo ese contexto de descrédito les ha resultado imposible proponer un marco de convivencia “conservador”, es decir, que ofrezca una alternativa, pero, a su vez, permita mantener la institucionalidad. Por lo mismo, hoy resulta inviable para el bloque renovar su promesa fundacional, esa de “la alegría ya viene”. Carece, así, de una meta colectiva que cohesione en medio de un escenario de impugnación generalizada y, por lo mismo, escasea de discursos aglutinadores.
[cita] La inquietud de las elites es distinta a la ansiedad de sus antagonistas. La correlación moral y anímica de fuerzas no es la misma, las sonrisas y los rostros adustos cambiaron de vereda. Porque, si bien es cierto ambos lados carecen por el momento de propuestas estratégicas y promesas de época, igualmente cierto es que la utopía neoliberal se ha deshilachado en Chile y la energía utópica ha vuelto a movilizar a miles, dispuestos a disputar hegemonía y poder. [/cita]
Pero tampoco lo tienen fácil sus antagonistas. Proponer un relato alternativo, que ofrezca un marco de convivencia “progresista”, que prometa sacar al país de la crisis y que además genere garantías de estabilidad y certidumbres para el común de las personas, significa ofrecer un nuevo horizonte de época. Y para ello es necesario poder identificar tanto a quienes ofrecen aquello, como el contenido de esa oferta. Es decir, poder distinguir a los actores políticos, líderes, rostros, voceros y discursos que disputan el nuevo orden y que tienen proyección de poder. Sin embargo, lo que por el momento vemos por el lado de los antagonistas es pluralidad de actores, arcoíris de voces, miríada de iniciativas no articuladas.
Es el empate entre ausencia de relato conservador y carencia de horizonte de época progresista.
El segundo empate ocurre en el plano de la medición de fuerzas, tanto para sublevar el orden como para mantenerlo. Por un lado, el bloque del poder carece hoy de estructuras de lealtad en el mundo social que sí tuvo por dos décadas. Gracias a esas lealtades, sumadas a las clásicas tácticas de cooptación, la Concertación pudo ejercer contención social por más de veinte años. De este modo ocurrió la aparente paradoja de que, pese a que la derecha perdía todas las elecciones (1990-2010), el país se fue derechizando cada vez más, en medio de la pasividad social, la corrupción y el aumento sostenido de la desigualdad.
Hoy eso no funciona. Por el contrario, todo indica que existe una mayoría social ajena a los aparatos de representación del sistema e inmune a la cooptación de sus demandas (el caso del paro docente es un buen ejemplo). Los antagonistas del bloque tienen una capacidad de convocatoria amplia y persistente en el tiempo, conquistaron la calle, la energía movilizadora de cientos de miles les pertenece; la correlación anímica de las fuerzas sociales también les pertenece, así como toda una nueva generación de militantes que sintetizan en sus prácticas políticas estos nuevos tiempos. El bloque no tiene posibilidad de aspirar a algo lejanamente parecido.
Sin embargo, y he aquí el segundo empate, si bien el bloque de poder ha perdido su capacidad de contención social, o sea, de administrar energía y protesta sociales, aún tiene plena capacidad de contención electoral. Por el contrario, los antagonistas tienen vitalidad, convocatoria y poder social, pero carecen de fuerza político-electoral. Así, mientras uno tiene hoy toda la capacidad de ganar la calle y acumular fuerza social (que es la carencia y necesidad del otro), el bloque tiene la fuerza política para ganar elecciones y administrar la institucionalidad (que es la carencia y necesidad del otro). Los niveles de abstención en las próximas contiendas electorales serán una vara para medir e incluso desentrampar esta paridad.
El último empate se refiere a las posiciones de combate que en esta batalla política ocupan los actores. A pesar de que estamos en un momento de crisis evidente, que ni siquiera sus propios afectados la ocultan, de resquebrajamiento de un pacto fundacional y develamiento de todas las contradicciones del agónico ciclo, ningún sujeto social o político ocupa hoy una posición de liderazgo activo, ni de avanzada o delantera.
Por un lado, el bloque del poder se encuentra hoy paralizado, con un gobierno errático, con una oposición escuálida y esmirriada y un empresariado despreciado por la opinión pública. Por otro, los antagonistas no tienen ni fuerza ni propuestas electorales frente a eventos políticos como el proceso constituyente (septiembre) o las elecciones municipales (próximo año) que demandarán votos, están fragmentados y su desarticulación les impide imponer los términos de la dinámica política u ocupar espacios de centralidad en el mapa político.
Entonces, mientras el bloque del poder está a la defensiva, atrincherado, sus antagonistas no salen de la retaguardia a maniobrar y conquistar posiciones de poder político. Uno es defensa, el otro es retaguardia.
Sin embargo, en medio de estos (y otros) empates, se puede distinguir una diferencia: la inquietud de las elites es distinta a la ansiedad de sus antagonistas. La correlación moral y anímica de fuerzas no es la misma, las sonrisas y los rostros adustos cambiaron de vereda. Porque, si bien es cierto ambos lados carecen por el momento de propuestas estratégicas y promesas de época, igualmente cierto es que la utopía neoliberal se ha deshilachado en Chile y la energía utópica ha vuelto a movilizar a miles, dispuestos a disputar hegemonía y poder.