Es valiente la encíclica del Papa Francisco sobre la «ecología integral». Quienes trabajamos por la superación de la pobreza, somos testigos de esa «íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta» a la que alude.
Dice Francisco: «Son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior». Constatamos también que la pérdida de la conciencia de un origen y un destino comunes, nos han sumergido en una crisis muy profunda. «No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social»: sabemos que las ciudades envenenadas con agua de relave y la desconfianza transversal en las instituciones son una sola crisis. La pérdida de lucidez respecto del bien común, del «sentido social» del que hablaba el Padre Hurtado, ya ha dañado, quizás «irreversiblemente», la casa de todos.
Vivimos tiempos agitados. “¡Que se vayan todos!», es la rabia que se grita en la calle. “¡Que se transparenten las agendas!», es la petición de quienes buscan construir las confianzas. Por ejemplo, que se sinceren los que piensan que hay que presionar hasta reventar las instituciones, y que argumenten quienes creen que hay que conservar el orden vigente aunque consolide la desigualdad. Que fundamenten quienes sostienen la gradualidad de las reformas que buscan el pleno ejercicio de derechos y deberes: que todos argumenten por qué creen que eso es lo mejor para un país…
«Lo mejor para un país», pongámonos de acuerdo en qué es eso. Muchos aún no sinceran que en el fondo no creen que exista un bien común. ¿Cuál sería? Algunos dirán que es una pregunta inútil, que en los hechos, lo que decide es la presión del más fuerte, del dinero o de su adversario marchando en la calle. Otros dirán que la condición intrínsecamente egoísta de cada ser humano no admite más que la administración de intereses individuales. Pero ¿aceptaremos al menos que esta crisis nos exige reconocer que dependemos unos de otros?
[cita] El Papa Francisco nos advierte que no nos queda demasiado tiempo para restablecer el «cuidado de la casa común». Constata que el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos cuando se niega el sentido de los límites. «La interdependencia nos obliga a pensar en un sólo mundo, en un proyecto común”. [/cita]
En la encíclica, el Papa Francisco nos advierte que no nos queda demasiado tiempo para restablecer el «cuidado de la casa común». Constata que el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos cuando se niega el sentido de los límites. «La interdependencia nos obliga a pensar en un sólo mundo, en un proyecto común”. Cuando hay un sentido de bien común, se establecen nuevas prioridades, se ve claro quién debe esperar y quién no, quién debe crecer más y quién debe decrecer, y se visualiza dónde hay más deuda con los derechos y deberes de todos. Se asume con paz que quien más ha recibido, más debe dar, y se recuerda que Jesús de Nazaret fue completamente franco al respecto: Chile tiene derecho a esperar, de quienes nos decimos cristianos, otra forma distinta de entender el liderazgo.
Cuando hay sentido de bien común, el que ha delinquido sabe entonces que debe ser sancionado, el que tiene altos ingresos, sabe que su nivel de consumo es éticamente cuestionable si no es viable para todos los ciudadanos; el que profesa una religión sabe que debe propiciar leyes civiles que promuevan la dignidad de todos y no sólo de los feligreses; el líder sindical sabe que debe resguardar también la viabilidad de la empresa y no sólo su reelección como dirigente; la junta de accionistas sabe que debe alejarse todo lo posible del salario mínimo, cuidar el medio ambiente para la próxima generación y disminuir las utilidades si ello fuera necesario.
Pero ¿cómo serán lúcidos respecto de las prioridades del bien común los dirigentes del país, si viven cada vez más lejos? El PNUD demostró cómo se ha acrecentado la desconexión entre los que están padeciendo el país que tenemos y los que están construyéndolo con decisiones al servicio de su «sector”. En nuestras grandes ciudades la segregación es literalmente homicida. En Chile muy pocos quieren vivir cerca de los más pobres, ni donde falta el agua, ni próximos a los vertederos que alimentamos con consumos inviables para el resto.
Hay otra posibilidad. Un nuevo «modelo de progreso» y de «desarrollo global» donde aquellos que toman decisiones han aprendido, de quienes son vulnerados, una inteligencia inclusiva: la ética del cuidado, las formas de reparación que vuelven a hacer habitable un mundo herido. En esa otra forma de desarrollo ya no se necesitan «élites», sino personas que cumplen su vocación y su deber, porque viven en una casa que es de todos.