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Gloria Álvarez y el populismo

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Claudia Zapata
Por : Claudia Zapata Dra. en Historia. Directora del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad de Chile / clzapata@uchile.cl
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Me encuentro en las redes sociales con un video que muestra la intervención de Gloria Álvarez, cientista política y joven dirigente del Movimiento Cívico Nacional de Guatemala, en el Parlamento Iberoamericano de la Juventud, celebrado en Zaragoza, España, a fines del 2014. Su discurso, de once minutos, se erige sobre un error conceptual que es frecuente en la actualidad, el cual consiste en equiparar populismo con demagogia. Sobre la base de esta confusión, Álvarez elabora una crítica a lo que para ella son políticas sociales irresponsables (se refiere a salud y educación gratuita) y a la relación estrecha que existiría entre sociedades deseosas de derechos sociales y líderes que gobernarían sostenidos en afanes personales, para lo cual utilizarían la manipulación y el engaño. A este panorama apocalíptico, opone una confianza casi mágica en las instituciones e insiste en un republicanismo de viejo cuño, ciego o derechamente contrario a reconocer la singularidad de nuestras sociedades (ninguna mención a los pueblos indígenas, siendo ella guatemalteca…).

Sin salir todavía del asombro que produce un análisis con tantas simplificaciones y equívocos (¿qué otra cosa podría ser entender el proceso político actual de reformas sociales como pura demagogia –que tanto hoy como ayer ha estado presente en la totalidad del espectro político–; reducir los regímenes populistas clásicos a esta característica; y, peor, considerar que una revolución como la cubana es merecedora del mismo calificativo?), me entero de que su autora ha adquirido notoriedad mediática a partir de esta intervención y que ha sido erigida en una suerte de referente para los sectores autodenominadas liberales (incluso llegó a Chile invitada por la Universidad Adolfo Ibáñez de Viña del Mar y ganó una portada en El Mercurio de Valparaíso, me cuenta un amigo de la V Región). Invadida por la curiosidad veo otras de sus intervenciones en los medios, no muchas porque se trata de un discurso obsesivo, repetitivo y maniqueo en su condena a lo que ella denomina populismo.

[cita] No es ingenuo entonces que los medios de comunicación e instituciones afines a este proyecto (o a sus fantasmas), concedan espacio a estas figuras juveniles, encargadas de refrescar y aportar densidad teórica a un viejo discurso (por el bien del debate espero que así sea). Estas son las claves, me parece, que nos permiten comprender la emergencia de un personaje como el que inspiró esta columna, y eso a pesar de que Gloria Álvarez pueda ser a la Ciencia Política lo que Pilar Sordo a la Psicología. [/cita]

Si el personaje resulta odioso y liviano para quienes nos interesamos por la historia latinoamericana y nos sentimos ofendidos cada vez que esta se vulgariza, lo cierto es que el caso de Gloria Álvarez muestra con claridad dos situaciones atractivas de analizar: la primera, una ignorancia extendida respecto a los llamados regímenes populistas, esos que produjeron figuras gravitantes de la política latinoamericana del siglo XX, como Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón y Eva Duarte, entre otros, quienes encabezaron proyectos de una complejidad que excedió los límites de la esfera política para alcanzar a la sociedad y la cultura de sus respectivos países, y cuyos aciertos, contradicciones, paradojas y legados siguen siendo materia todavía de apasionados debates. Una de las muestras más claras de esta ignorancia la da el sector mayoritario de la prensa chilena, que acuña el concepto de populismo para nombrar cualquier cosa, desde la demagogia que obsesiona a Álvarez hasta el fenómeno de la popularidad de tal o cual personaje. La segunda situación es un asunto más delicado: una actitud deliberada de descalificación hacia los líderes y gobiernos que han establecido alianzas con sociedades civiles activas y críticas de la famélica democracia social que ha predominado en la historia de nuestros países. Una actitud que está en el origen de discursos de derecha proclives a reformas que eluden el peligro que ellos temen de lo que denominan como populismo: su compromiso con la redistribución de los bienes materiales de la sociedad.

Esta demonización y mal uso del concepto de populismo ha tomado fuerza desde hace algo más de una década, en directa relación con un contexto álgido de la política continental, producto de la coyuntura que se abrió a fines de los años noventa con la aparición de regímenes críticos del neoliberalismo, que han provocado serios reveses al modelo y que derivó en nuestro propio “eje del mal” a los ojos de la política neoliberal internacional, integrado por Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Ecuador y Bolivia. Se trata de procesos políticos cuyo origen se encuentra en el malestar social que produjeron las políticas neoliberales, que expusieron los límites de la democracia política, similar al que estamos experimentando tardíamente en Chile, a contrapelo de las coaliciones partidistas.

La derecha liberal ha reaccionado (nunca mejor dicho) contra este escenario, contando para ello con amplios espacios en la prensa y otros medios de comunicación, a través de los cuales ha reactivado su discurso contra la izquierda y todo lo que huela a ella. Sus intelectuales han jugado un rol preponderante, movilizando esta particular lectura de la historia latinoamericana con el fin de condenar cualquier intento de transformación de ese orden que más de una vez han perdido y vuelto a recuperar, no precisamente por vías democráticas. Su enemigo no es ya el socialismo (o no principalmente) sino esos gobiernos que han reinstalado el principio de redistribución económica y validado la participación de la sociedad civil, lo que Álvaro Vargas Llosa –en una afirmación que manifiesta todo su arribismo cultural y político– se atreve a denominar la “latinoamericanización” de la política, advirtiéndonos a los chilenos de ese riesgo…

Como era de esperarse, esta tendencia ha encontrado espacios también en Chile, donde hemos visto surgir colectivos y hasta centros de estudios cuyos líderes (dirigentes e intelectuales) reproducen esta mirada del continente, intentando distanciar a Chile de él. No es ingenuo entonces que los medios de comunicación e instituciones afines a este proyecto (o a sus fantasmas), concedan espacio a estas figuras juveniles, encargadas de refrescar y aportar densidad teórica a un viejo discurso (por el bien del debate espero que así sea). Estas son las claves, me parece, que nos permiten comprender la emergencia de un personaje como el que inspiró esta columna, y eso a pesar de que Gloria Álvarez pueda ser a la Ciencia Política lo que Pilar Sordo a la Psicología.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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