El Gobierno ha querido a toda costa mantener esa tensión alejada de su gobernanza, para lo cual ha contado, por un lado, con la valiosa contención social y lealtad del PC, y, por otro, ha optado por las concesiones a la aristocracia DC (y con ello, al empresariado); “realismo sin renuncia” se le ha llamado a eso.
No deja de sorprender lo que le viene sucediendo al Partido Comunista desde que decidió incorporarse a la Nueva Mayoría (NM), integrar el Gobierno y, por lo tanto, formar parte oficial de la actual arquitectura institucional chilena.
Lo primero que llamó la atención fue ver que el PC –tras haberse mantenido 20 años fuera de la institucionalidad basada en la Constitución pinochetista del 80– decidiera entrar de lleno a ella justo cuando esta iniciaba su peor momento, el de máximo desprestigio social y deterioro político. “El PC compró boletos en el Titanic”, metaforizó al respecto el académico Carlos Ruiz.
Fue el modo en que el PC se la jugaba por cambiar esta institucionalidad postdictatorial desde dentro, apostando por los compromisos de campaña de Bachelet y, específicamente, por las reformas estructurales que el programa electoral de la NM prometía en el ámbito educacional, tributario, constitucional y laboral.
Y pasado poco más de un año de Gobierno, a más de alguien le habrá sorprendido la contundente lealtad del PC con la Presidenta Bachelet, una Mandataria cuestionada diariamente por doquier, criticada en todo tipo de declaraciones públicas, editoriales, columnas y redes sociales por sus erráticas actuaciones y por su incapacidad de asumir un liderazgo en situaciones de crisis. No cabe pues duda que el partido más cauto y solidario con la Jefa de Estado ha sido el Partido Comunista. A diferencia de declaraciones inamistosas del PPD, del propio PS y, sobre todo de la DC, la prudencia comunista con el liderazgo presidencial los ha convertido en el partido más oficialista de la Nueva Mayoría y el único que, hasta ahora, no puede ser culpado de haber abierto “fuego amigo” contra Bachelet.
[cita] Lo primero que llamó la atención fue ver que el PC –tras haberse mantenido 20 años fuera de la institucionalidad basada en la Constitución pinochetista del 80– decidiera entrar de lleno a ella justo cuando esta iniciaba su peor momento, el de máximo desprestigio social y deterioro político. “El PC compró boletos en el Titanic”, metaforizó al respecto el académico Carlos Ruiz.[/cita]
Esta lealtad con la Presidenta y la convicción histórico-política de querer jugársela por las reformas que ella prometió al país, los ha llevado incluso a asumir disciplinada y sacrificialmente la ingrata tarea de la contención en tiempos de movilización social. Esa contención que el resto de los partidos de la NM ni aun queriendo podrían siquiera intentar, pues carecen de vínculos y de conexión con el mundo social, el PC la ha asumido disciplinadamente durante todo este año. La CUT y el Colegio de Profesores son, en ese sentido, claros ejemplos de cómo dirigentes comunistas han tratado de poner paños fríos a sentidas demandas sociales, aun cuando ello signifique “fundir” a dirigentes comunistas frente a sus bases, como puede ser el caso de Bárbara Figueroa y de Jaime Gajardo.
A pesar de todo esto, los comunistas parecen ser los menos escuchados por el Gobierno. Por el contrario, el partido que ha sido el más duro con la Presidenta y con las promesas de campaña, el PDC, está resultando ser el más considerado y consentido.
Desde un principio, todas las reformas centrales prometidas por el programa de Gobierno han sido torpedeadas por la Democracia Cristiana. Zaldívar se encargó de cocinar la reforma tributaria junto al empresariado; voces como las de Mariana Aylwin, Gutenberg Martínez o Ignacio Walker le dieron duro a la reforma educacional, la misma que hoy está en cuestión por “falta de crecimiento económico”; el propio Burgos descalificó la posibilidad de Asamblea Constituyente a los dos días de asumir el Ministerio de Interior y hace pocos obtuvimos la confirmación presidencial que tampoco habrá plebiscito y, seguramente, tampoco una nueva Constitución en este Gobierno. Y ahora el democristiano y ex ministro, René Cortázar ––hombre cercano a Luksic que preside Canal 13– inicia la vocería contra la reforma laboral.
Todo ha sido, pues, beneficio para la DC y solo costos para el PC.
Llegados a este punto, el PC debiera convencerse de que la apacibilidad y mansedumbre con la figura presidencial y el cuidado de la gobernabilidad de nada les ha servido y en nada ha contribuido a democratizar el país. En ese contexto, sólo parecieran tener una opción: instalar al interior del bloque de Gobierno, con fuerza y radicalmente, la contradicción que existe entre esta institucionalidad heredada de la dictadura que algunos defienden (como los empresarios y buena parte del PDC) y una nueva institucionalidad, plenamente democrática, que muchos anhelamos (nacida de una Asamblea Constituyente).
Se trata de una tensión que se vive a diario en nuestro país y en los más diferentes ámbitos, en lo laboral, en lo educacional, en lo social, en lo mediático-comunicacional, en lo medioambiental, etc. A pesar de su evidente, y a estas alturas inocultable peso en la vida nacional, el Gobierno ha querido a toda costa mantener esa tensión alejada de su gobernanza, para lo cual ha contado, por un lado, con la valiosa contención social y lealtad del PC, y, por otro, ha optado por las concesiones a la aristocracia DC (y con ello, al empresariado); “realismo sin renuncia” se le ha llamado a eso.
El problema de renunciar a la coalición y salirse del Gobierno, tal como algunos de los máximos dirigentes del PC han insinuado recientemente si no se cumple con las reformas, es que en el mundo social ya nadie los espera. En este breve año y medio de Gobierno han perdido todas las federaciones estudiantiles que tenían y se han debilitado en todas las demás organizaciones sociales que lideraban. Su espacio ha sido ocupado por otros actores sociales, sin domicilio partidario, pero con militancia social activa y legitimada.
Por eso, insistir radicalmente al interior del Gobierno en la aplicación de las reformas prometidas y por las cuales votó la mayoría del país en las últimas presidenciales es la mejor opción que tiene el PC porque, o se triunfa en el intento, ayudando a resolver la tensión señalada en favor de la democratización nacional, o terminan siendo expulsados de una coalición que opta por la institucionalidad postdictatorial y por los intereses de los grandes empresarios. Y es muy distinto – si se diera el caso– ser expulsado de una coalición por insistir en reformas estructurales que se prometieron, que renunciar a la NM porque no hubo fuerza suficiente para defenderlas, como distinto sería el posterior aterrizaje en el mundo social en cada uno de esos escenarios.
Pero lo que el Partido Comunista, el partido de Recabarren, de Gladys Marín y Sergio Buschmann no merece, es irse al tacho de la historia por haber apoyado hasta el final a un Gobierno tan sumiso y temeroso del empresariado que, a poco más de un año de Gobierno, anuncia al país que no hará todo aquello que prometió hacer.