«Está más que claro que el sacrificio que le hemos exigido a las generaciones actuales y a nuestro espacio de vida para un mejor Chile futuro sólo han logrado que vayamos arrastrando sobrevivencias. Los impactos de las “fiebres” que generan mucha riqueza (el loco, la merluza, el salmón, etc.) la han concentrado en pocos y provocado carencias en muchos (obviamente los costos sociales y ambientales de estas fiebres son abordados generación tras generación por municipios escuálidos económica y profesionalmente)».
Hace un par de semanas otras 9 comunas de la Región de Valparaíso, se sumaron oficialmente a las “zona de escasez hídrica” que determina el Ministerio de Obras Públicas, sumando 48 localidades de 4 regiones en esta situación. La realidad, sabemos, es que este grave problema, insólito en un país de grandes “recursos” hídricos, más allá de lo oficial, afecta a casi todo el territorio rural, al menos, desde Arica hasta Araucanía. Ante realidades como esta, referirse hoy en día a las especies, glaciares, aguas y montañas bajo el término “recursos” resulta peyorativo, sobre todo después del efecto que ha causado el modelo económico actual (racionalidad económica de eficacia /eficiencia) en la naturaleza, en la relación entre especies, y entre nosotros mismos como humanos. Miles de chilenos tienen que esperar al camión aljibe que pasa dos veces por semana y entrega agua de desconocida calidad, muchas veces en cantidades insuficientes. Resulta peyorativo porque degrada a estos “recursos” a una condición de utilería, disponible para el beneficio humano. Y resulta peyorativo también, porque invisibiliza el rol en nuestra existencia que durante miles de años les otorgamos como humanidad integrándolos a nuestros mitos de origen, a nuestros logros, salud y condición de ser.
No existe ningún mito de origen en el que no haya una transición constante entre una condición humana corporal hacia otras formas (orgánicas o no orgánicas). En nuestro caso, la rica diversidad presente en los Pueblos Originarios plantea muchísimos ejemplos al respecto: un anciano o anciana se transforma en montaña o en cuerpo de agua sin que por ello pierda su participación social en la vida de los humanos. O cuando personas notables en el origen de un pueblo poseían la cualidad de ser un animal o planta y al mismo tiempo humano: como ocurría en el cosmos Yagán, en el que un picaflor era un notable guerrero, o dicho de otro modo, un notable guerrero Yagán era un picaflor.
Aludimos a lo anterior considerando que el modelo actual de vida ha logrado separar “limpiamente” aspectos de nuestro vivir humano que antes estaban integrados: lo cosmogónico está separado de lo laboral, así como lo festivo de lo que es imprescindible para la vida (necesidades básicas). Y tal separación la aprobamos bajo criterios en los que unos son más importantes que otros, lo que se observa claramente cuando se solicita establecer planes de administración de “recursos” o espacios de explotación, como el mar. En este caso, prima una filosofía de extracción de alimentos que representa el progreso económico. Los conflictos sociales y éticos que emanan del aplastamiento del subsistema social económico/productivo sobre el subsistema cultural o humano, (ej: pescadores artesanales versus flotas pesqueras industriales, ONG de conservación versus solicitudes de espacios para pesca artesanal, etc.) se sustentan en la mayor parte de los casos considerando a las especies y a los espacios como utilería que rodea la vida humana y que la soporta. Esto ocurre con frecuencia, salvo excepciones, como cuando una o más comunidades de Pueblos Originarios solicitan un espacio costero que considera que una o más especies, o elementos allí presentes, poseen una condición humana (la montaña es un ngen o espíritu importante, o el río, o el árbol). Sin embargo, frente a las disputas previas estas consideraciones son percibidas por la mayoría como parte del folklore y son mal miradas.
Pero aunque parezca que nos hemos olvidado de ello, también en el imaginario moderno seguimos insistiendo en estas condiciones olvidadas: por ejemplo, las últimas erupciones volcánicas del Villarrica y el Calbuco han sido tratadas insistentemente bajo frases como “-se despertó el volcán-”, como si se tratase efectivamente de un ente vivo. Esto es altamente significativo pues evidencia una resistencia aún vigente hacia esta deshumanización. Esto es, todavía es posible recuperar el vínculo a pesar de que no nos percatemos de ello.
¿Por qué nos parece importante esto? Porque ha quedado en evidencia que el abandono de estas cosmovisiones ha roto los cuidados con que tratábamos a la naturaleza, y por sobre todo, nos ha desvinculado de ella en el cotidiano. También ha provocado que aceptemos soluciones fragmentadas para satisfacer nuestros problemas: priorizamos cuotas de especies con las que incluso podemos especular en el mercado (solución económica), pero dejamos de lado toda consideración hacia cosmovisiones, creencias o consideraciones éticas consuetudinarias de por medio. Sancionamos lo festivo cuando es ejercido en un espacio laboral, pues obstruye la condición de eficiencia que queremos en un país que busca ser desarrollado.
Está más que claro que el sacrificio que le hemos exigido a las generaciones actuales y a nuestro espacio de vida para un mejor Chile futuro sólo han logrado que vayamos arrastrando sobrevivencias. Los impactos de las “fiebres” que generan mucha riqueza (el loco, la merluza, el salmón, etc.) la han concentrado en pocos y provocado carencias en muchos (obviamente los costos sociales y ambientales de estas fiebres son abordados generación tras generación por municipios escuálidos económica y profesionalmente).
Cuando leemos o escuchamos los antiguos paisajes humanos, contenidos en nuestra memoria, hay que poner más atención que sólo concentrándonos en su condición literaria. Allí hay claves sobre el comportamiento, regulaciones y consideraciones éticas que deberían ser parte de las legislaciones y procedimientos establecidos para vivir hoy.