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La lucha contra el sentido común

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En la primera parte del libro La Política y el Estado Moderno, Gramsci hace una pequeña definición de lo que es el “sentido común”. Para este intelectual italiano de principios del siglo pasado, el sentido común se podría resumir como “la concepción del mundo absorbida acríticamente por los diversos ambientes sociales y culturales en que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio.”

Si seguimos de cerca esta definición, podríamos decir (desde una posición bastante liviana) que el sentido común se configura desde todos los elementos estructurales, contextuales, mediáticos, culturales, etc., que rodean a cualquier individuo. Esto quiere decir, también, que el sentido común no es único en su origen y varía de acuerdo a la posición en el tiempo y el espacio donde se genere esta “filosofía”. Es así que los rasgos fundamentales de esta se caracterizan por ser disgregados, incoherentes, inconsecuentes, conforme a la posición cultural y social de las multitudes que las constituyen.

Pero, ¿por qué es necesario preguntarse hoy sobre el sentido común en nuestra sociedad? ¿No es acaso el sentido común una forma de asimilar, normalizar, e incluso justificar las condiciones de explotación, abuso de poder, corrupción, escenarios de violencia, entre otras?

No podríamos arriesgarnos a encontrar todas las fuentes que configuran el sentido común, para esto estaríamos hablando de muchos mecanismos que funcionan de manera muy fina a nivel histórico. Sin embargo, sí podemos identificar algunas cosas que generan sentido común y que influyen en ideas que se crean acerca de temas bastante en boga hoy en día respecto a la política, la justicia y la delincuencia, principalmente.

[cita] No es necesario ir a grandes debates políticos para encontrar la lucha por imponer el sentido común. Si partimos de la base de que parte de los elementos que predominan en la cuestión aquí tratada tienen que ver con el “realismo”, recién nombrado, a este se le suma un carácter “materialista”, es decir, un  “producto de las sensaciones elementales”. [/cita]

No es necesario buscar tanto para encontrar algún mecanismo que genere sentido común a nivel cotidiano y, a su vez, evidenciar el nivel de influencia que poseen, por ejemplo, los medios de comunicación sobre las masas, pero esto es muy básico. Cualquier persona con un poco de sentido crítico sabe el rol que juegan los medios de comunicación masiva a la hora de presentar algún tema que pueda ser polémico dentro de la sociedad en su conjunto. Entonces, ¿qué es lo relevante aquí? Nos encontramos frente a una situación que no solo debe plantarse como un cuestionamiento hacia donde emana este sentido común, esta forma de razonar tan uniformizada y homogénea que se intenta imponer desde estos mecanismos de información, que funcionan más como mecanismo de adoctrinamiento.

Deberíamos también plantearnos cuestionamientos que no vayan solo al origen de la información, sino al contenido mismo de esta. No nos referimos aquí al que muestran o no, ya que si bien esto también nos dice algo respecto a lo que se nos quiere o no informar, sigue siendo bastante simple a la hora de polemizar. Nos referimos aquí al tipo de lenguaje utilizado al momento de generar algún tipo de opinión u/o razonamiento, y cómo desde aquí se construyen discursos que van a justificar todo tipo de acciones a posteriori.

Por ejemplo, cuando se habla del “realismo sin renuncia” en el Gobierno, no es solo que el Gobierno administrado por Bachelet haya fracasado, en cierta medida, en las transformaciones que se querían implementar y que la pugna política dentro de los sectores ligados a la Nueva Mayoría haya vuelto a encontrar dirección bajo viejos estandartes. Lo que hay aquí es un lenguaje, un discurso utilizado que quiere hacer creer que existe un “realismo”, una forma correcta, concreta y eficaz de hacer las cosas y que esta nunca ha sido mediante grandes cambios democráticos. Incluso el mismo término “realista” hace alusión a un elemento que predomina dentro de lo que es el sentido común, según el intelectual italiano.

Pero no es necesario ir a grandes debates políticos para encontrar la lucha por imponer el sentido común. Si partimos de la base de que parte de los elementos que predominan en la cuestión aquí tratada tienen que ver con el “realismo”, recién nombrado, a este se le suma un carácter “materialista”, es decir, un “producto de las sensaciones elementales”. Aquí cala por ejemplo todo el problema de la criminalidad y la delincuencia que se quiere elevar como problema en Chile a partir de los “cacerolazos” que se han llevado a cabo en sectores de barrio alto en Santiago, o la misma protesta de los empresarios camioneros hacia La Moneda, llena de exacerbación por mostrar cómo el Estado ha fracasado frente al “terrorismo” de La Araucanía.

Es cierto que existe el hurto, el atentado con la propiedad privada o la “delincuencia”, como se le quiera llamar. Lo que es interesante aquí es ver cómo se va creando y casi mitificando la figura del “delincuente” como un ser real, casi como una especie de ser humano o clase social que se comporta homogéneamente, que se recrea a sí mismo, existiendo fuera de cualquier contexto histórico social y que, más encima, la única forma de combatirlo es privarlo de libertad para siempre. Lo mismo ocurre con el “terrorista”, cuyos móviles para los sectores dominantes siempre son simplemente destructivos y casi por antonomasia corresponden a todo lo que perturbe el statu quo y la pirámide social en donde ellos se encuentran a la cabeza.

No vamos a discutir las formas de criminalización ni sus impactos en la conformación de los sistemas penitenciarios, ya que nos parece un tema interesante para otro debate. A lo que apuntamos aquí es a ver cómo se construyen ideas, imaginarios, concepciones, formas de razonar, etc., desde discursos que no tienen que ver casi nunca con la realidad. No hemos dicho que el sentido común no contenga verdades, pero valerse de este como prueba de la verdad es, como diría Gramsci, absurdo, en consecuencia de que este es un concepto multiforme, equívoco, totalmente contradictorio de acuerdo a donde se genere y que, por sobre todo, sigue siendo una herramienta ideológica con fines hegemónicos que sirve para normalizar situaciones, pensamientos y razonamientos que reconocen una realidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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