» Algunos pueden cambiarse en la tienda por alguna otra cosa (y ahí uno se entera de cuánto costó el regalo) pero eso toma tiempo, y como nunca puede cambiarse el regalo por algo que valga exactamente lo mismo hay que resignarse a perder unos pesos (impensable) o pagar algo más encima (que es lo que ocurre)».
Un rasgo típico de la sociedad de consumo es echarle la culpa a la misma sociedad de consumo por la conducta de sus miembros (“es que la sociedad te obliga a hacer esto o a tener esto otro…”). Por supuesto: de existir responsabilidad personal, de haber capacidad para tomar decisiones sin la influencia de la moda, de lo que hacen todos lo demás, no habría sociedad de consumo. Y por lo mismo, cuando se habla de este tema, el problema es siempre es ajeno; son los demás los que están sumidos en la sociedad del consumo, uno, en cambio, suele ser capaz de tomar distancia y criticar. A pesar de esto, no es fácil vivir de otra manera, porque si todos los demás participan activamente de la sociedad de consumo, uno no quiere quedar al margen. Tendrá que ser algún otro el que tome el riesgo, asuma los costos y se oponga a la sociedad de consumo en los hechos más que en las palabras. Pero la culpa es de la sociedad, no de uno.
Mientras tanto, todo sigue igual, casi sin que uno se dé cuenta, hasta que algún hecho común y corriente inesperadamente ilumina la situación. Hace unos días fui a visitar a una persona que recién había estado de cumpleaños. Había regalos por todas partes, todos entregados con la mejor voluntad, pero ninguno realmente necesitado o querido. (Muchos, además, venían con su ticket de cambio, que es casi como regalar plata.) Estos regalos dan trabajo: hay que encontrarles destino, y ese destino no puede ser a su vez regalarlos, porque entre los conocidos y amigos puede que un regalo llegue a dar la vuelta completa y eso sería fatal. Algunos pueden cambiarse en la tienda por alguna otra cosa (y ahí uno se entera de cuánto costó el regalo) pero eso toma tiempo, y como nunca puede cambiarse el regalo por algo que valga exactamente lo mismo hay que resignarse a perder unos pesos (impensable) o pagar algo más encima (que es lo que ocurre). Por último, a cada uno de los que regalaron algo hay que regalarles algo (igualmente inútil) para sus cumpleaños.
¿Será tan absurdo esto de los regalos de cumpleaños (a pesar de las buenas intenciones)? La respuesta a esto –como a tantas otras cosas– esperaba desde hace años a quién quisiera descubrirla en el libro Mi hermana Ji, por Papelucho, de Marcela Paz. Papelucho y su amigo estadounidense, el Jolly, concluyen que lo importante en la vida es ser feliz, y que uno es requete feliz cuando recibe regalos. Por lo tanto, crean una sociedad llamada “Regalatis Gratis” cuyos miembros se llaman “Recibitis Tutis”. Los miembros tienen que hacerse regalos mutuamente todos los días. Es un éxito: al segundo día tienen ciento cincuenta y un socios, pero la sociedad es inmediatamente disuelta porque “porque tener que conseguirse 151 porquerías para recibir otras 151 mugres, no valía la pena…”